Incompatible para mucha gente,
supongo. La semana santa es un acto, a todas luces, religioso. Ante todo
religioso. No se concibe la celebración de la semana santa sin la religión cristiano-católica.
Y yo estoy de acuerdo.
Es un acto religioso pero… no sólo
es religioso. Hay mucho más. Es más, en cualquier celebración religiosa hay
mucho de humano (todo, en realidad, desde una óptica atea). No se concibe lo
divino sin lo humano. Y ahí encontramos lo que a mí, personalmente me interesa.
De cómo el ser humano es capaz de hacer lo que hace para conmemorar y/o
celebrar un acto religioso, cómo lo lleva a cabo, cómo reacciona ante diversos
estímulos e incluso cual es el origen (fundamentalmente pagano) de esta otra
epifanía con carácter ecuménico.
También, antes que nada quisiera
desterrar, de vuestras cabezas pensantes, la idea de que a un ateo no tiene por
qué interesarle el evangelio. A mi, personalmente, me interesa mucho
(independientemente de que lo conciba como la palabra de un dios en el que no
creo bajo ningún concepto).
Para mi el evangelio es la palabra
del hombre, es el testimonio de lo que el hombre ha ideado para fabricar un
dios en el cual creer (como lo es el Corán también, por ejemplo).
Es innegable el éxito de la
historia (para mí, leyenda intencionada) de la pasión de Jesús como lo es su
belleza. Para mi es un testimonio (uno más, en este sentido) de cómo somos los
humanos, de cómo somos capaces de lo mejor y lo peor. Un compendio de
actuaciones tan humanas como universales, una guía moral (nueva moral que
terminó triunfando o, al menos, imponiéndose), aprovechando el desconcierto
judío provocado por la intervención romana en sus asuntos. Cohecho,
malversación, política de bajos fondos, intereses, afán de protagonismo,
tiranía, juicios paralelos, prejuicios, miedos, chantaje, luchas de poder… un
sinfín de actuaciones ilegítimas y, sobre todo, injustas, por parte del
sanedrín y de las autoridades romanas en Judea dieron lugar a muchos disidentes
(en forma de herejes) entre los que se encontraba Jesús con sus innovadoras
ideas acerca de cómo debía ser encaminada su religión, el judaísmo, en ese
contexto de crisis interna.
Pero en realidad no es sólo la
semana santa (y lo que ello representa desde el punto de vista divino-humano),
en sí, lo que me interesa, sino (localizando y concretando aun más) la
celebración de la semana santa en Sevilla.
Sevilla es una ciudad (intentaré
ser lo más objetivo posible cuando hablo de Sevilla aunque os digo ya, que no
lo voy a conseguir) con unas características propias, inigualables, únicas y
espectaculares.
Sevilla es, ante todo, dual. Los
sevillanos no conocemos el punto medio. Nuestro carácter es dualizador.
Tendemos a la bifurcación, no para crear dos caminos, sino, más bien, para
llegar al mismo sitio de dos formas radicalmente opuestas. Toda esa dualidad
enfrentada conforma lo que es y lo que significa Sevilla. En pocos lugares como
aquí se conoce tan pronto el sentido del ying y el yang. Aquí se es del Betis o
del Sevilla. Aquí se toma partido siempre. Los remedios y las tres mil
viviendas, la torre del oro y la giralda, la macarena y la trianera, Sevilla y
triana, cofradías de barrio y cofradías serias, silencio o calvario o gran
poder y macarena o gitanos o trianera.
Sevilla bulliciosa (a veces
chabacana y siempre alegre y abierta) y Sevilla silenciosa (a veces lúgubre y
siempre sabiendo escuchar los silencios con calma).
Y todo ello bordado de tirabuzones
barrocos, olores de azahar mezclado con incienso, colores de atardeceres
eternos de primavera tras la clausura invernal, destellos de palios soleados,
plata en movimiento en los candelabros de cola, oscuridad de
callejones, creados para que el viento se refresque acariciando la cal de
las paredes, verde naranjo que estrena el blanco azahar en domingo de ramos,
cielos que inventan el color azul, morados de muerte. Rojos de pasión. ¿Cómo no
va a tener un color especial?. Y todo ello bajo la atenta y perpetua miarada de
la Giralda o el guiño cómplice de unos de los ojos del puente de Triana.
¿Por qué me apasiona la semana
santa?
- Porque me apasiona la vida. A nadie que sea de Sevilla
y sienta pasión por la vida puede no gustarle la semana santa.
- Porque la celebración pagana, que en realidad es el origen
de esta fiesta, consiste en celebrar la llegada de la primavera. Y la
primavera es la estación, por excelencia, de Sevilla.
- Porque es una excelente excusa para pasear por la
ciudad cuando, tras el frío invierno, la llegada de la primavera nos
sorprende cada año brotando por las paredes.
- Porque no existe una fiesta (y esta celebración es,
ante todo, una fiesta) con un porcentaje de participación semejante.
Hablamos de unos 45.000 nazarenos, cada uno de ellos con la implicación de
sus familiares. Sumémosle costaleros, capataces, sacerdotes, policía,
séquitos, músicos, acomodadores, empleados del ayuntamiento, guías
turísticos, hoteles, etc. Hablamos de un índice de participación, en
relación a la población de la ciudad, altísimo. Un ejemplo de organización
que ya quisiera yo que tuviéramos en otras facetas sociales. Mucho mejor
nos iría a los andaluces si todo ese alarde de organización y
participación fuera puesto al servicio de otras necesidades sociales. Pero
así somos los andaluces. Para lo bueno y para lo malo. Lo innegable es lo
extraordinario del asunto, lo paradójico. Y todo ello es movido por la
pasión, por los sentimientos. Son los sentimientos los que mueven todo
esto (independientemente de su carácter religioso). Es nuestra
idiosincrasia. Tan incongruente como atractiva. En definitiva, venimos a
demostrar al mundo que cuando queremos somos capaces de todo. Y digo todo
esto porque no es fácil (de eso no me cabe duda) organizar semejante
“tinglado”. Pintoresco, lúdico, turístico, frívolo a veces, pero también,
sentimental, sensible, humano, moral y trascendente.
- Porque todo se desarrolla en las calles de esta
ciudad, a la vista de todos. Nos gusta que se nos vea, nos gusta lo
social. Hacemos público lo íntimo. Restregamos nuestras miserias públicamente,
bien tras el semi-anonimato de la túnica de nazareno, bien ostentosamente
al paso del paso.
- Porque lo he “mamao” desde pequeñito.
- Porque cuando miro a la macarena a los ojos (debes
hacerlo si eres valiente) veo a mi madre. La esperanza macarena tiene
carácter y me gustan las mujeres con carácter.
- Porque recuerdo mi niñez cuando contemplo las
imágenes, las iconografías, las mismas escenas que se reproducen desde
siempre y que, sin embargo, cada año tiene connotaciones distintas.
- Porque mi padre fue monaguillo en la catedral (aunque
sólo fuera para poder comer algo) a la que todas las cofradías (y yo
mismo) acuden en carrera oficial.
- Porque cada una de las escenas bíblicas iconografiadas
me hacen pensar en lo que representan. En el poder de los buenos sentimientos
humanos, a veces, tan denostados, como la compasión, la humildad, la
entrega abnegada y sin condiciones o la igualdad de derechos y deberes.
Escenas como, por ejemplo, las de “la bofetá”, el lavado de manos de
Poncio Pilato o las tres caídas de Jesús dan mucho que pensar.
- Porque me atrae la idea andaluza del culto a la muerte
para desmitificarla y convertirla en vida (sin la cual no es entendible
esa muerte)
- Porque en esta celebración no hay distinción entre
ricos y pobres, drogatas, deportistas, burgueses, pijos, niños,
mayores, padres e hijos. No hay clases sociales. No sólo todos tienen
derecho a participar (de la forma que sea) sino que todos participamos.
- Porque puedes estar tomándote una cervecita en la
calle bromeando con los amigos, contando un chiste verde, quizás, y en
cuanto el paso pasa por delante de nosotros lo dejas todo y miras,
contemplas, admiras, te conmueves quizás y
luego puedes seguir con las bromas.
- Porque cada año, en según qué lugar y qué situación,
se me vienen a la cabeza los seres queridos que ya no están con nosotros.
Bonita forma de llevarlos siempre conmigo.
- Porque el morbo de la muerte (más si es pública) es
atractivo a todos.
- Porque es buena ocasión para hablar de la muerte a
nuestros hijos (desde la óptica que sea. Laica o religiosa).
- Porque tienes la ocasión de ver cómo todo un barrio se
echa a la calle un martes santo, vestidos de domingo, para presumir de
cofradía (hablo concretamente del cerro, por ejemplo) mezclándose jóvenes
“ninis”, ancianos, impedidos y, sobre todo, trabajadores, con el factor
común de su cofradía, su fe, sus llantos y su ostentación. Todo eso ayuda
a comprender al ser humano (sus limitaciones y sus capacidades), a ser
piadoso, tolerante y compasivo.
- Porque no concibo un domingo de ramos sin el blanco de
"la paz" en un enclave como el parque de María Luisa.
- Porque me encanta oír el crujir de la caoba de la
canastilla de “la cena”
- Porque es sobrecogedor el bufido de los costaleros
(verdaderos penitentes) en las “levantás”
- Por la forma única en que los capataces “mandan” los
pasos. Otra demostración del carácter sevillano.
- Por el enorme respeto que observo en la gente ante el
sufrimiento humano.
- Por la devoción con que mi gente vive y siente “su”
religión.
- Por el revuelo de “las esperanzas” (trianera o
macarena). Si te das cuenta, la esperanza es lo más ansiado del ser
humano.
- Porque en esta ciudad es posible oír el silencio en
una multitud de forma única e incomparable.
- Por la forma única e inmejorable que tenemos los
ciudadanos de gestionar las “bullas”.
- Porque de no ser por la semana santa jamás habría
podido dar un paseo en barca por el Guadalquivir a las dos de la madrugada
mientras el puente de Triana, en su especial “trabajadera”, soporta sobre
su costal el peso de la multitud, que se agolpa por saludar (con tremenda
alegría) a Triana, que camina hacia Sevilla con su forma incomparable de
decir “aquí estoy yo!”.
- Porque gracias a la semana santa puedo disfrutar,
paladear y embelesarme con la belleza incomparable de piezas musicales
como “amargura”, “virgen del valle”, “ione” o “Caridad del Guadalquivir”
(por ejemplo).
- Porque gracias a la semana santa puedo recrearme ante
la belleza de parroquias (En Sevilla tantas, casi, como bares) como
“Omnium Santorum” del siglo XIII, en la calle Feria, por ejemplo.
- Por la labor social de muchas hermandades y, en mi
caso concreto, la participación en gastos y organización del centro de
estimulación precoz de la hermandad del buen fin, al que mi hijo David
asistió durante sus cuatro primeros años de vida.
- Por el arte. El
arte a la hora de llevar los pasos, el arte de la orfebrería, el arte de
la imaginería, de la música, de los bordados, el arte de las “vestidoras”,
el de los costaleros, el arte de los capataces, de los músicos etc. Mucho
arte en la calle. Una exposición en movimiento en la que se cuida hasta el
último detalle. Un lenguaje propio, especial, único.
- Porque es una ocasión estupenda para compartir
momentos con mi hijo mayor, al cual ya he dejado un legado de sevillanía
del cual, a su vez, yo fui heredero.
- Porque ¿a quién no le gusta tomar unas tapitas y unas
cervecitas en buena compañía en un entorno como el casco antiguo de
Sevilla en primavera?
Podría
mencionar muchísimos más porqués pero creo que con estos queda suficientemente
aclarado el asunto.
Fdo. Diego Bueno