Empiezo por el final, concluyendo que las personas que actúan con
miedo son las más peligrosas.
Absolutamente todos
los desmanes de la humanidad están provocados por el miedo. Es una norma que se
cumple tanto en conflictos entre países como en los que surgen entre personas.
El miedo a veces
paraliza y esa es una consecuencia que califico como “mal menor” porque en
otras ocasiones, en cambio, hace a algunas personas actuar de forma poco
honesta incluso haciéndoles perder el sentido de la ética.
Es el responsable,
el miedo, de esas miradas de desconfianza, esas miradas de reojo, esas miradas
inquietas, como esperando que la desgracia o la decepción se presente de un
momento a otro sin que se sea consciente de que la desgracia es, precisamente,
ese recelo.
Porque aunque
necesario en ciertos momentos… vivir con miedos no deja de ser una desgracia.
Es el miedo quien
tiene la culpa del disparo por miedo al disparo. Es el responsable de que mucha
gente vaya con la escopeta cargada. Una escopeta no se dispara si no está
cargada.
Es el miedo quien
hace que sintamos ultrajada nuestra lealtad y nuestra integridad con una
facilidad asombrosa y como consecuencia, mucha gente llega al ojo por ojo, a
confundir venganza con justicia.
El miedo a la
pérdida (por un sentido trasnochado de la posesión) es el que nos lleva a los
celos, con todo lo negativo para la pareja que ello supone porque se termina
nadando en la desconfianza, en el “recelo”.
El miedo a la
infidelidad de la pareja hace que las personas que lo padecen sean infieles
como forma de resarcimiento.
El miedo “al qué
dirán” hace que se esconda nuestro verdadero “yo” y nos convirtamos en lo que
NO somos. Nos hace traicionarnos a nosotros mismos con la carga de frustración
que ello supone.
El miedo a la
traición hace que las personas traicionen (“antes que lo hagas tu, lo hago yo”)
fomentando el egoísmo.
El miedo a dar
pasos nos deja inmóviles y, por tanto, estancados, paralizados, sin posibilidad
de avance, progreso o desarrollo. Se trata del miedo a lo que podría ocurrir.
El miedo a lo desconocido. Se da como hecho consumado, que lo desconocido, por
desconocido, no puede ser bueno.
Es el miedo a la
incertidumbre el que nos hace hablar en condicional una vez constatada la
certidumbre, a tiro, ya pasado. (“Si hubiera hecho esto…”, “si hubiera ido por
aquí…”). Se convierte en queja con demasiada facilidad.
Cuidado porque
puede ocurrir que personas, aparentemente poco miedosas, oculten sus miedos o
tengan otros miedos distintos a los que somos capaces de identificar. Son esas
personas aparentemente felices, de sonrisa fresca pero con miedos ocultos que
condicionan sus acciones a espaldas de los demás. Son esas personas de la
puñalada trapera, del tiro por la espalda, las del “por lo bajini”, las de “y
parecía tonto/a…”, las de “nadie lo diría”.
Miedo a soñar,
miedo a no soñar, miedo a avanzar, miedo a quedarse quieto/a, miedo a amar,
miedo a no amar, miedo al desamor, miedo al compromiso, miedo a la libertad, al
futuro, al pasado, a los de allí, a los distintos, a los iguales, a lo conocido
o a lo desconocido, miedo a tener hijos o a no tenerlos, miedo al miedo, miedos
y miedos y más miedos. Miedos de toda clase, de todo tipo.
Demasiados miedos,
demasiado humano, demasiada influencia en todos. Cada uno de nosotros luchamos
contra nuestros miedos a lo largo de nuestras vidas pero hay personas que se
mueven solo y exclusivamente por el miedo. El miedo les puede, les condiciona y
les marca para siempre porque les impide, incluso, luchar contra sus miedos.
Si. Definitivamente me reitero y ratifico mi primera frase a
modo de conclusión:
“Las personas que actúan con miedo son las más peligrosas”.
Fdo. Diego Bueno