El renacimiento de la Luz o el
Nacimiento del Sol son celebraciones que han tenido lugar durante siglos en
torno al solsticio de invierno en las culturas paganas. De estas tradiciones,
bebieron las religiones monoteístas posteriores, especialmente el cristianismo,
que no hizo más que tomar lo que ya existía.
El solsticio de invierno marca el
día más corto y la noche más larga del año. A partir de este momento, los días
comienzan a alargarse, simbolizando la victoria de la luz sobre la oscuridad.
Este evento natural fue interpretado por innumerables culturas como un momento
de Renacimiento y Renovación: el nacimiento de un nuevo ciclo solar y el
resurgimiento de la vida. En realidad, no es más que un canto a la esperanza,
la promesa de que la primavera y la fertilidad volverán después del frío y la
escasez del invierno.
La Iglesia Católica tomó el 25 de
diciembre, día del Sol Invicto para los romanos del Imperio, más de 300 años
después de la muerte de Jesús, como fecha de su nacimiento. De esta forma, al
coincidir ambas festividades, se facilitaba la conversión al cristianismo, que
era el objetivo. Las fechas, tanto del nacimiento como de la crucifixión de
Jesús, se desconocen por completo. Sí, se confirma que nos engañaron a todos
durante siglos.
No obstante, me quedo con lo
bonito de la Navidad que, para mí, como ateo, significa el nacimiento, ¡no de
una persona!, ¡no de un dios!, sino de la luz en su sentido más amplio, tanto
literal como simbólicamente. Marca un punto a partir del cual cada día que pase
tendrá más minutos de luz. Marca, asimismo, el inicio de un nuevo ciclo y
significa un canto a la esperanza. Por eso ha sido siempre tan atractiva la
Navidad, por eso adornamos con luces, por eso hacemos protagonistas a los niños
como símbolo de la renovación, la esperanza y la alegría, por eso es un canto a
la vida. Creo que los humanos, históricamente (y ahora no iba a ser menos),
siempre hemos necesitado luz, esperanza y renovación.
Fdo. Diego Bueno.
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