Adam
Smith (1723-1790), considerado el padre del liberalismo económico
dijo: "No es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de
donde esperamos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios
intereses." La catadura moral de este hombre, cuando lanzó tal
barbaridad, todavía había de sufrir varios reveses hasta que se modelara. En mi
opinión, lo moralmente reprochable en esa desafortunada cita es la reducción de
toda acción humana a únicamente dos posibilidades: Caridad o egoísmo. Como si
no hubiera otras formas de relacionarnos, de prosperar, de beneficiarnos del
beneficio del bien común. Años antes se ve que le había dado por reflexionar
más en profundidad y dejó salir ese resquicio de compasión, solidaridad y
empatía que se le presupone a todo individuo de la especie humana hasta el
punto que llegó a decir: "Por
muy egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su
naturaleza algunos principios que le interesan en la fortuna de los demás, y
hacen que la felicidad de estos le sea necesaria, aunque no derive de ella nada
más que el placer de contemplarla.". Se ve que, como les ocurre a
muchas personas al envejecer, se volvió tremendamente egoísta hasta el punto de
buscar excusas socialmente aceptadas para proponer un estilo de vida basado en
la ley de la selva.
Como
contraposición al liberalismo económico (padre del egoísmo desaforado actual)
quiero citar a mi admirado Zygmunt Bauman (1925-2017), que fue un
sociólogo y filósofo polaco-británico conocido por sus agudos análisis de la
sociedad contemporánea. Su idea más importante y central es la "Modernidad
Líquida", donde describe la volatilidad, la incertidumbre y la
fragilidad de los lazos humanos y las estructuras sociales en el mundo
globalizado y de consumo actual. Es eso que muchas veces decimos o pensamos
acerca de que solo nos interesa la inmediatez, el placer fácil y rápido, lo
efímero, los titulares, el morbo…
Las
estructuras sociales, como el trabajo, la familia, la identidad, las relaciones
y la comunidad ya no son fijas, sino que se han vuelto flexibles, volátiles y
transitorias.
El
cambio no es un medio para alcanzar un fin, sino un fin en sí mismo.
Hay
una precariedad e incertidumbre constantes en la vida.
Las
instituciones como el Estado, los sindicatos, los partidos políticos, etc,
pierden su capacidad de anclaje.
En
la gente joven o la que pretende serlo, las relaciones humanas se han vuelto
frágiles, desechables y sin compromisos a largo plazo. En muchos casos están basadas
en la búsqueda de la satisfacción inmediata y el miedo a "perder la
libertad" o a ser dependiente.
El
trabajo ya no es una carrera o un proyecto de vida, sino una serie de empleos
temporales. El trabajador debe ser "flexible", adaptándose
constantemente al cambio y viviendo con la amenaza de la obsolescencia y el
desempleo.
La
identidad se define por el consumo. La felicidad se reduce a la adquisición de
objetos y los deseos deben ser satisfechos de inmediato. Esto genera una
sociedad de "consumidores" y una constante sensación de
insatisfacción disfrazada de instantes felices atrapados en una foto retocada.
Los
miedos son difusos, globales (terrorismo, crisis climática, pandemias) e
inmanejables por las instituciones tradicionales, dejando al individuo en un
estado de ansiedad constante.
¡Claro
que existe una ambición sana! Es esa que impulsa el progreso, la mejora
personal y la creación de valor, sin embargo, en el contexto actual,
particularmente en España, veo que hace tiempo que hemos traspasado la frontera
de lo saludable. Observo una tendencia moral que se decanta, cada vez más, por
un capitalismo salvaje que no solo tolera, sino que premia y normaliza la
ambición desmedida, creando una sociedad moralmente decadente donde el fin (el
beneficio) justifica cualquier medio.
La
ambición capitalista reduce todo a un valor transaccional. Las personas se
convierten en "recursos humanos" desechables. “Soy tu amigo/a solo en
la medida en que me eres útil a mis intereses individuales”. La EDUCACIÓN, entendida
como el proceso fundamental para la formación integral de la persona y la
adquisición de valores morales y cívicos, pierde su esencia y su valor social.
Observo,
igualmente, cómo esta presión por la productividad y el éxito material,
impulsada por un sistema hipercompetitivo, contribuye a los problemas de salud
mental cada vez más acusados y comunes. Considero que forma parte de un todo.
Alimentación, forma de vida, valores etc. Esta ética capitalista, sin duda,
deshumaniza e insensibiliza. Lo observo cada día en mi entorno, especialmente
en la gente joven con la que tengo la fortuna de trabajar y compartir
situaciones y confidencias.
El
capitalismo salvaje lucha contra toda regulación que limite su capacidad de
acumulación. No quiere pagar impuestos, no quiere derechos laborales, no quiere
protección ambiental. Todo vale por dinero. Deja de haber límites. Las leyes se
tuercen para favorecer a "los listillos de turno", no a la ciudadanía.
Con
tal de mantener y aumentar sus beneficios sin límite, las grandes corporaciones
y los ricos acuñaron, en los 80 lo que se vino en llamar “La teoría del
goteo" , que sostiene que los beneficios económicos otorgados a las
personas o empresas más ricas (recortes de impuestos, desregulación, etc)
acabarán "goteando" o filtrándose hacia los más pobres,
beneficiando a la sociedad en su conjunto. Bien pues la evidencia empírica y
los estudios económicos modernos han desmantelado consistentemente esta teoría.
La realidad observada es la concentración de riqueza, no su redistribución. Las
ganancias obtenidas a través de recortes de impuestos a los ricos o grandes
corporaciones se utilizan, en gran medida, para recomprar acciones, aumentar
bonificaciones ejecutivas, o se depositan en paraísos fiscales, en lugar de
invertirse en salarios o nuevas contrataciones. El dinero no "gotea"
hacia abajo, sino que ¡se acumula en la cima!
La
ambición desmedida es intrínsecamente individualista y erosiona los cimientos
de la convivencia. Al priorizar el interés propio sobre todo lo demás, esta
ambición destruye la cohesión social y la empatía.
El
supuesto "éxito" medido únicamente en términos de dinero y poder,
condena a las personas al fracaso en las relaciones personales y al deterioro
del bienestar emocional, tanto a nivel individual como colectivo.
Esta
dinámica tóxica genera un rechazo social instintivo. Cuando detectamos a
individuos capaces de todo por alcanzar el beneficio a cualquier precio, la
respuesta natural es el alejamiento. Nos retiramos para protegernos de su falta
de escrúpulos y evitar la dolorosa sensación de ser utilizados. Se vive como
una enorme tristeza porque en muchos casos sus actitudes vienen disfrazadas de
amistad sincera.
Estamos
sometidos a infinidad de trampas morales incluso en nuestros entornos
más cercanos. Detectarlas nos ayudará a vivir más en paz.
El
comunismo, aunque en su esencia teórica sea moralmente superior al capitalismo,
no deja de ser utópico desde el momento en que se espera que los humanos
actuemos como si no fuéramos humanos. Uno asume que vivimos en una sociedad
capitalista y eso está muy bien. El problema no es el mercado, sino la falta de
ética y la ausencia de regulación que permiten la deriva salvaje del sistema.
Debemos
enfocarnos en educar para la empatía, la solidaridad y la responsabilidad
social, forjando ciudadanos que canalicen su ambición hacia la creación de
un valor que beneficie a la comunidad, y no solo al bolsillo propio.
Por
supuesto, quienes persiguen un poder y una acumulación de riqueza extremos
tildarán este esfuerzo de "adoctrinamiento". A quienes
abogamos por una sociedad más justa, cohesionada y con conciencia social, nos
etiquetarán despectivamente de "comunistas". A quienes nos
posicionemos en contra de una evidente ambición desmedida nos llamarán
conformistas, vagos, holgazanes o vividores de “paguitas”. Es la táctica de
siempre: deslegitimar la ética mediante la polarización.
Ante
esta ofensiva, es vital "luchar" con principios. Aunque quienes
detentan el poder utilicen las "guerras sucias" (bulos, mentiras,
extorsiones y compra de medios de comunicación), nuestra fuerza reside en la superioridad
moral y en la cantidad. En una sociedad democrática, la mayoría
consciente sigue siendo el valor fundamental y nuestra arma más poderosa
contra la decadencia.
El
capitalismo sin límites es una forma de analfabetismo emocional que nos
insensibiliza y abre rendijas por las que se cuela sutilmente la extrema
derecha y eso, como deberíamos tener claro, tiene consecuencias catastróficas.
Fdo.
Diego Bueno
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