sábado, 1 de noviembre de 2025

HABLEMOS DE AMBICIÓN DESMEDIDA... ¡POR FIN!


 

Adam Smith (1723-1790), considerado el padre del liberalismo económico dijo: "No es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde esperamos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses." La catadura moral de este hombre, cuando lanzó tal barbaridad, todavía había de sufrir varios reveses hasta que se modelara. En mi opinión, lo moralmente reprochable en esa desafortunada cita es la reducción de toda acción humana a únicamente dos posibilidades: Caridad o egoísmo. Como si no hubiera otras formas de relacionarnos, de prosperar, de beneficiarnos del beneficio del bien común. Años antes se ve que le había dado por reflexionar más en profundidad y dejó salir ese resquicio de compasión, solidaridad y empatía que se le presupone a todo individuo de la especie humana hasta el punto que llegó a decir:  "Por muy egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le interesan en la fortuna de los demás, y hacen que la felicidad de estos le sea necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla.". Se ve que, como les ocurre a muchas personas al envejecer, se volvió tremendamente egoísta hasta el punto de buscar excusas socialmente aceptadas para proponer un estilo de vida basado en la ley de la selva.

Como contraposición al liberalismo económico (padre del egoísmo desaforado actual) quiero citar a mi admirado Zygmunt Bauman (1925-2017), que fue un sociólogo y filósofo polaco-británico conocido por sus agudos análisis de la sociedad contemporánea. Su idea más importante y central es la "Modernidad Líquida", donde describe la volatilidad, la incertidumbre y la fragilidad de los lazos humanos y las estructuras sociales en el mundo globalizado y de consumo actual. Es eso que muchas veces decimos o pensamos acerca de que solo nos interesa la inmediatez, el placer fácil y rápido, lo efímero, los titulares, el morbo…

Las estructuras sociales, como el trabajo, la familia, la identidad, las relaciones y la comunidad ya no son fijas, sino que se han vuelto flexibles, volátiles y transitorias.

El cambio no es un medio para alcanzar un fin, sino un fin en sí mismo.

Hay una precariedad e incertidumbre constantes en la vida.

Las instituciones como el Estado, los sindicatos, los partidos políticos, etc, pierden su capacidad de anclaje.

En la gente joven o la que pretende serlo, las relaciones humanas se han vuelto frágiles, desechables y sin compromisos a largo plazo. En muchos casos están basadas en la búsqueda de la satisfacción inmediata y el miedo a "perder la libertad" o a ser dependiente.

El trabajo ya no es una carrera o un proyecto de vida, sino una serie de empleos temporales. El trabajador debe ser "flexible", adaptándose constantemente al cambio y viviendo con la amenaza de la obsolescencia y el desempleo.

La identidad se define por el consumo. La felicidad se reduce a la adquisición de objetos y los deseos deben ser satisfechos de inmediato. Esto genera una sociedad de "consumidores" y una constante sensación de insatisfacción disfrazada de instantes felices atrapados en una foto retocada.

Los miedos son difusos, globales (terrorismo, crisis climática, pandemias) e inmanejables por las instituciones tradicionales, dejando al individuo en un estado de ansiedad constante.

¡Claro que existe una ambición sana! Es esa que impulsa el progreso, la mejora personal y la creación de valor, sin embargo, en el contexto actual, particularmente en España, veo que hace tiempo que hemos traspasado la frontera de lo saludable. Observo una tendencia moral que se decanta, cada vez más, por un capitalismo salvaje que no solo tolera, sino que premia y normaliza la ambición desmedida, creando una sociedad moralmente decadente donde el fin (el beneficio) justifica cualquier medio.

La ambición capitalista reduce todo a un valor transaccional. Las personas se convierten en "recursos humanos" desechables. “Soy tu amigo/a solo en la medida en que me eres útil a mis intereses individuales”. La EDUCACIÓN, entendida como el proceso fundamental para la formación integral de la persona y la adquisición de valores morales y cívicos, pierde su esencia y su valor social.

Observo, igualmente, cómo esta presión por la productividad y el éxito material, impulsada por un sistema hipercompetitivo, contribuye a los problemas de salud mental cada vez más acusados y comunes. Considero que forma parte de un todo. Alimentación, forma de vida, valores etc. Esta ética capitalista, sin duda, deshumaniza e insensibiliza. Lo observo cada día en mi entorno, especialmente en la gente joven con la que tengo la fortuna de trabajar y compartir situaciones y confidencias.

El capitalismo salvaje lucha contra toda regulación que limite su capacidad de acumulación. No quiere pagar impuestos, no quiere derechos laborales, no quiere protección ambiental. Todo vale por dinero. Deja de haber límites. Las leyes se tuercen para favorecer a "los listillos de turno", no a la ciudadanía.

Con tal de mantener y aumentar sus beneficios sin límite, las grandes corporaciones y los ricos acuñaron, en los 80 lo que se vino en llamar “La teoría del goteo" , que sostiene que los beneficios económicos otorgados a las personas o empresas más ricas (recortes de impuestos, desregulación, etc) acabarán "goteando" o filtrándose hacia los más pobres, beneficiando a la sociedad en su conjunto. Bien pues la evidencia empírica y los estudios económicos modernos han desmantelado consistentemente esta teoría. La realidad observada es la concentración de riqueza, no su redistribución. Las ganancias obtenidas a través de recortes de impuestos a los ricos o grandes corporaciones se utilizan, en gran medida, para recomprar acciones, aumentar bonificaciones ejecutivas, o se depositan en paraísos fiscales, en lugar de invertirse en salarios o nuevas contrataciones. El dinero no "gotea" hacia abajo, sino que ¡se acumula en la cima!

La ambición desmedida es intrínsecamente individualista y erosiona los cimientos de la convivencia. Al priorizar el interés propio sobre todo lo demás, esta ambición destruye la cohesión social y la empatía.

El supuesto "éxito" medido únicamente en términos de dinero y poder, condena a las personas al fracaso en las relaciones personales y al deterioro del bienestar emocional, tanto a nivel individual como colectivo.

Esta dinámica tóxica genera un rechazo social instintivo. Cuando detectamos a individuos capaces de todo por alcanzar el beneficio a cualquier precio, la respuesta natural es el alejamiento. Nos retiramos para protegernos de su falta de escrúpulos y evitar la dolorosa sensación de ser utilizados. Se vive como una enorme tristeza porque en muchos casos sus actitudes vienen disfrazadas de amistad sincera.

Estamos sometidos a infinidad de trampas morales incluso en nuestros entornos más cercanos. Detectarlas nos ayudará a vivir más en paz.

El comunismo, aunque en su esencia teórica sea moralmente superior al capitalismo, no deja de ser utópico desde el momento en que se espera que los humanos actuemos como si no fuéramos humanos. Uno asume que vivimos en una sociedad capitalista y eso está muy bien. El problema no es el mercado, sino la falta de ética y la ausencia de regulación que permiten la deriva salvaje del sistema.

Debemos enfocarnos en educar para la empatía, la solidaridad y la responsabilidad social, forjando ciudadanos que canalicen su ambición hacia la creación de un valor que beneficie a la comunidad, y no solo al bolsillo propio.

Por supuesto, quienes persiguen un poder y una acumulación de riqueza extremos tildarán este esfuerzo de "adoctrinamiento". A quienes abogamos por una sociedad más justa, cohesionada y con conciencia social, nos etiquetarán despectivamente de "comunistas". A quienes nos posicionemos en contra de una evidente ambición desmedida nos llamarán conformistas, vagos, holgazanes o vividores de “paguitas”. Es la táctica de siempre: deslegitimar la ética mediante la polarización.

Ante esta ofensiva, es vital "luchar" con principios. Aunque quienes detentan el poder utilicen las "guerras sucias" (bulos, mentiras, extorsiones y compra de medios de comunicación), nuestra fuerza reside en la superioridad moral y en la cantidad. En una sociedad democrática, la mayoría consciente sigue siendo el valor fundamental y nuestra arma más poderosa contra la decadencia.

El capitalismo sin límites es una forma de analfabetismo emocional que nos insensibiliza y abre rendijas por las que se cuela sutilmente la extrema derecha y eso, como deberíamos tener claro, tiene consecuencias catastróficas.

Fdo. Diego Bueno

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