domingo, 16 de noviembre de 2025

HABLEMOS DE BUENOS MODALES... ¡POR FIN!

 


Educado/a, respetuoso/a, amable, cariñoso/a, compasivo/a, comprensivo/a, tolerante, cortés, considerado/a, cumplidor/a, afable, bondadoso/a, transigente, flexible, indulgente, atento/a, cordial, civilizado/a, humano/a, paciente... Todos estos adjetivos deberían calificar a aquellas personas que hacen gala de buenos modales.

Evidentemente, su adquisición y uso no son fáciles. Se requiere, como casi todo lo que nos hace crecer y mejorar, esfuerzo, entrenamiento y constancia.

Obviamente, llevan mucha ventaja quienes han adquirido estos hábitos desde pequeños. Se asimilan mediante las indicaciones de padres, madres, profesorado, etc., pero sobre todo mediante el ejemplo. No obstante, cuando alcanzamos a tener uso de razón (algo que no ocurre siempre por muchos años que se cumplan), está en nosotros mismos trabajar para adquirir buenos modales de comportamiento.

Aun así, podría haber alguien que se preguntara si merece la pena adquirirlos, pues ¿qué ventajas nos aportan los buenos modales? Para contestar a esta cuestión debo, antes, hablar de la educación y de su influencia en nuestro bienestar y en el de la comunidad.

Los buenos modales tienen que ver con la buena educación. Quienes tienen malos modales están mal educados e incluso se les suele llamar "maleducados".

La mala educación no es cuestión solo de niños ni de adolescentes. En nuestro día a día podemos ver reacciones inapropiadas y comportamientos poco éticos en personas con experiencia, en hombres y mujeres que, con sus malos hábitos, hacen muy complicada la convivencia.

Y es que esa es la clave: ¡la convivencia! Si no queremos estar y sentirnos solos, debemos convivir. Los malos modales son causa de preocupación para todas las personas que convivimos en cualquier contexto.

Preocupan incluso a quienes cometen faltas de educación, a veces, sin siquiera ser conscientes o quitándole importancia a las suyas propias y recalcando las de los demás. En el día a día, muchas personas van adquiriendo hábitos relacionados con la falta de respeto que, como mínimo, entorpecen la convivencia y minan las relaciones hasta límites insospechados, porque hablamos de empatía, de no hacer lo que no nos gusta que nos hagan, de tener en cuenta a los demás, de renunciar a cierto tipo de egoísmo corrosivo.

Gritar para hablar, entrometerse en vidas ajenas, interrumpir conversaciones, reírse de los demás, humillar, no respetar el mobiliario, no dar las gracias, estar más pendientes del móvil que de las personas que se tienen enfrente, dejar basura por la calle o en los carros de la compra, no respetar las colas, no dar los buenos días, invadir el espacio personal del otro, bloquear el paso en puertas o pasillos, no recoger los excrementos de las mascotas, masticar con la boca abierta o haciendo ruido, no taparse la boca al toser o estornudar, llegar tarde, no pedir permiso al coger algo que no es tuyo, no contestar a un saludo, no disculparse por hacer algo de esto, no silenciar el móvil en actos públicos o poner el altavoz o sacar fotos molestando a otros, mostrar desinterés mientras se habla con otros, bostezar sin taparse la boca, decir lo inoportuno u ofensivo sin que haya beneficio, etc.

La mala educación, los malos modales y la grosería generan lo que se conoce como dolor social. Fue la psicóloga Naomi Eisenberger, de la Universidad de California, quien llevó a cabo un estudio para analizar su impacto.

Se descubrió que este tipo de comportamientos tienen un impacto a nivel cerebral. No solo dificultan la convivencia, sino que, además, duelen, provocan estrés y rompen ese principio social que es el respeto, y que nuestro cerebro interpreta como significativo para sentirse bien, en calma y armonía.

Los malos modales tienen su origen en el narcisismo, ya que son propios de personas con falta de empatía que no suelen respetar los límites ajenos, pero también es característico de personas antisociales, de jefes que se extralimitan, de apegos desorganizados y, por supuesto, suelen tener base en una infancia y adolescencia en las que no ha habido límites adecuados.

Es cierto que la mala educación en la infancia y adolescencia termina volviéndose crónica en la edad adulta. Ello hace que tengamos adultos con nula resistencia a la frustración, con serias dificultades para ajustarse a las normas y habituados, además, a faltar el respeto a los demás.

Hay diversas características del modo de vida actual que favorecen la falta de buenos modales. Yo destacaría el refuerzo del individualismo y la competitividad (yo, yo y yo), el estrés provocado por el ritmo acelerado, que nos hace estar pensando en nuestras cosas sin prestar atención a los otros, vivir en grandes ciudades que nos aíslan y nos hacen sospechar de los demás, el exceso de soberbia y caracteres fuertes exigidos y vistos como algo bueno, etc.

Finalmente, contestando a la cuestión de por qué es bueno tener buenos modales, doy cuatro motivos cruciales:

1.                 Porque facilitan una convivencia pacífica y armoniosa que estimula la cooperación y la convivencia. Debemos tener en cuenta que somos seres sociales y los buenos modales, el respeto y la buena educación favorecen, claramente, interacciones más positivas y satisfactorias para todos.

2.                 Porque hace que las relaciones sean más sanas. Hay estudios que demuestran que la amabilidad es uno de los principales componentes de las relaciones duraderas y satisfactorias. La buena educación suaviza las conversaciones, muestra respeto y buena disposición; ayuda a que la otra persona se sienta apreciada y tenida en cuenta y fomenta una respuesta igualmente positiva. De este modo, es una buena base para construir vínculos sanos.

3.                 Los buenos modales, el saber estar y la cortesía nos ayudan a conseguir objetivos, nos abren puertas. Ya sabemos que es importante dar buena impresión. Si pedimos indicaciones a un desconocido en la calle, nuestra buena educación hará que esté mucho más dispuesto a ayudarnos. Pero, del mismo modo, una buena actitud en el puesto de trabajo puede ser clave para conseguir promocionar o avanzar en nuestra carrera.

4.                 Finalmente, aunque solo nos fijemos en la parte visible, no podemos olvidar que la educación es un conjunto de valores que rigen nuestra percepción y nuestro comportamiento. Ser educado es, en realidad, valorar a quienes nos rodean, respetarnos a nosotros y a los demás, ser humildes y agradecidos, contribuyendo a experimentar estados de ánimo más positivos.

A mi humilde entender, los buenos modales, la buena educación o el buen trato tienen mucho que ver con la gratitud. Pienso que deberíamos estimular más la gratitud en nuestros hijos e hijas, ya que predispone a las emociones positivas, reduce el riesgo de depresión, aumenta la satisfacción de las relaciones e incrementa la capacidad de recuperación frente a eventos estresantes de la vida.

¡Cuidemos los buenos modales! Todo lo que nos aportan, tanto individualmente como de forma colectiva, es positivo.

Fdo. Diego Bueno


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