A pesar de que estamos inmersos en un
contexto en el que la imagen se ha convertido en algo demasiado importante
(insisto… ¡Demasiado!), la obsesión por
la belleza no es ninguna novedad. Sin embargo, en un mundo
hiperconectado globalmente se ha potenciado esta preocupación por la imagen
cara a los demás. Hay una serie de rasgos de cada uno de nosotros que
pretendemos potenciar y es ahí donde encontramos la raíz de lo que considero un
problema. Nos importa demasiado, a mi modo de ver, la apariencia de juventud,
la delgadez, la fuerza o la capacidad de seducción.
El problema es que tal aspiración resulta preocupante
tanto por su impacto social como por el psicológico a la vez que es sintomático
del “modus vivendi” actual.
Es obvio que estamos siendo bombardeados por
un exceso de información. Se hace necesario desgranar y filtrar, y hacerlo con
rapidez, porque ante tanta información necesitamos decidir a quién y a qué
dedicamos nuestro escaso y valioso tiempo (de ahí que decidamos leer solo los
titulares de las noticias o que no leamos mensajes largos que se transmiten en
redes sociales, por ejemplo).
Nos damos cuenta de que hay información (la
mayoría) a la que debemos renunciar y el ser conscientes de ese detalle nos
hace elegir por la apariencia a primera vista. De ahí que sintamos la necesidad
de dejar claro quiénes somos y qué queremos que los demás vean de nosotros. No
queremos emplear tiempo y esfuerzo en relacionarnos con personas no afines así
que, por una parte, dejamos claro qué queremos que se vea y no se vea de
nosotros y por otra, juzgamos a primera vista lo que vemos en los demás.
Sabedores de lo anterior, nos obcecamos y
nos obsesionamos por la imagen.
Concretamente hay un número demasiado
elevado de mujeres que desean mostrar una belleza física, unos cuerpos
proporcionados, una delgadez o una sonrisa perpetua. Se piensan que eso es lo
que queremos los hombres. Para ello retocan fotos, se someten a dietas de todo
tipo, gastan dinero en productos de belleza etc.
Por otra parte, en caso de no estar
conformes con su estética, ocultan su imagen o la modifican para adaptarla a lo
que les gustaría que fuera, a lo que piensan que gusta a los hombres.
Se trata de una presión que entre todos
(entiéndase todos y todas) alimentamos con nuestra forma de proceder y lo
hacemos tanto de forma individual como de forma colectiva.
Evidentemente, la obsesión por la belleza es
una especie de enfermedad social,
algo parecido a un trastorno psicológico.
Concretamente las mujeres y basado en las
estadísticas, sufren más esa presión y son mucho más propensas a pensar de
manera obsesiva en su imagen.
Esta obsesión por la belleza hace que la
gran mayoría de mujeres inviertan muchas de sus energías en aparentar ser lo que les gustaría ser y he
ahí el problema de fondo que subyace en esta tendencia tan innegable como
mayoritaria.
Según algunos
estudios sociológicos, el 82% de las mujeres en edad adolescente se pasan
mucho tiempo comparando sus
cuerpos con los de modelos y gente famosa.
Las mujeres obsesionadas por la belleza son
mucho más propensas a presentar síntomas de depresión, desordenes alimenticios y grandes deseos de
someterse a operaciones quirúrgicas para cambiar su imagen.
Otro dato que refuerza las preocupaciones
por la belleza y la perfección es que de media, las mujeres poseen hasta un
total de 35 productos de belleza diferentes en casa, y las mismas invierten no
menos de 50 minutos al día para prepararse antes de salir a la calle.
En cualquier caso, el tiempo, energía,
esfuerzo, dinero y preocupación de las mujeres por la belleza física no solo es
excesivo comparado con el que se dedica a otros menesteres sino que es
infinitamente superior al de los hombres.
Ante estos datos cabría preguntarse… ¿por
qué? y ¿Para qué?
¿Qué obtiene una mujer que consigue estar
medianamente satisfecha con su imagen física?, ¿Miradas de deseo por parte de
hombres?, ¿Competir con ventaja contra otras mujeres?, ¿Eso esperáis?, ¿Eso es
lo que os hace felices y plenas?, ¿A eso aspiráis?, ¿De eso se alimenta vuestra
autoestima?
Sería injusto decir que los problemas de
belleza sólo afectan a las mujeres. A los hombres también les preocupa su
apariencia, reciben presiones para estar guapos y están condicionados por
algunos estereotipos, ahora bien, si a alguien se le ocurre comparar el nivel
de obsesión por la belleza entre ambos sexos, se dará cuenta de que existe una gran diferencia (“brecha”, que se diría
ahora que la palabrita está de moda).
Esto que digo es bien fácil de medir. Únicamente
hace falta comparar el número de cirugías plásticas a la que se someten las
mujeres por la de los hombres.
Cuando nos encontramos con un 80-90 por
ciento de mujeres que se someten a una operación de alto riesgo para la vida y
para la salud frente al 20-10 de hombres o cuando se contabilizan los minutos
de conversación dedicados a las dietas, gorduras, ropa o productos de belleza
no cabe duda de que este problema afecta de muy desigual manera a mujeres y
hombres. Y no, no existe el gen femenino de la belleza física. Tiene que ver,
únicamente, con los roles estereotipados impuestos por el patriarcado. Así de
fácil y así de verdadero.
Todo esto no pasaría de ser una anécdota
sociocultural de no ser por toda la infelicidad que causa.
Esfuerzos, dinero, energías, frustraciones,
depresiones, anorexias, bajas autoestimas, problemas de relaciones…
Para solucionar este problema habría que
transformar tantas actitudes, tanto pensamiento, tantos conceptos de fondo, que
deberían pasar unas cuantas generaciones antes de conseguir cambios
significativos. Evidentemente si no se dan pasos, el problema se perpetúa y si
no se es consciente de que se trata de un problema de fondo grave, no solo no
se avanzará sino que, tal como viene
ocurriendo, iremos hacia atrás.
Me resulta curioso que se va avanzando
(lentamente, eso sí) respecto a la igualdad entre hombres y mujeres en muchos
campos y sin embargo, en el de la exaltación excesiva de la belleza femenina
vamos caminando hacia atrás.
¿Cuándo empezaremos a rechazar esa absurda
idea de la perfección femenina, del ideario de la princesa angelical o de la
mujer de armas tomar objeto de miradas de deseo y piropos de albañiles
babeantes? Uno puede “matar” al mensajero, pero no puede matar el mensaje.
Como sucede con otros problemas de carácter
psicosocial, el cambio se puede dar haciendo algunos pequeños gestos, pequeñas
acciones. Si mucha gente se suma a estos pequeños cambios, se podrá dar un giro
cultural, un giro de valores e ideas.
¿Cómo se empieza
con estos cambios?
A nivel
individual y colectivo:
·
Dejar de luchar por competir con el físico contra las
demás.
·
No juzgar a las demás mujeres por su imagen.
·
No tener como meta imitar a seductoras actrices o
famosas que hacen ostentación de su belleza y de lo que consiguen con ella.
·
Dedicar más energía a potenciar otros rasgos distintos
a los físicos.
·
Aceptar el físico que la naturaleza os ha dado.
·
Comprender que aunque los hombres miramos y nos
sentimos atraídos por un cuerpo de mujer con unas medidas proporcionadas, no es
eso lo que nos hace enamorarnos o nos facilita la convivencia (salvo que
aspires a compartir tu vida con un hombre que te haga sentir como un florero)
·
Potenciar vuestra autoestima con otros rasgos
distintos del físico.
·
No desfallecer ante comentarios y/o miradas
insidiosas.
·
Cambiar la forma de hablar y el contenido de vuestras
conversaciones.
·
Preguntaros qué pretendes que vean de ti cuando pones
una foto en una red social.
·
Preguntaros si merece la pena tanto esfuerzo.
·
Preguntaros si merece la pena vivir con esa obsesión
cargada de quejas, frustraciones y desencantos.
·
Preguntaros si, una vez sentida la alegría por
alcanzar un cuerpo atractivo, merece la pena la recompensa.
Evidencias y
obviedades:
·
A todos nos gusta gustar.
·
Todos necesitamos sentirnos deseados.
·
Alcanzar un peso adecuado es bueno para la salud.
·
¡Todos juzgamos a los demás salvo que no seamos
humanos!
·
La imagen abre muchas puertas.
·
A medida que pasan los años, el físico se resiente
inevitablemente.
·
Vernos bien nos hace sentirnos bien a todos.
·
A nadie le gusta envejecer.
Ante tanta obsesión por la belleza femenina
y todo lo que ello conlleva y ante tanta desigualdad entre hombres y mujeres
respecto a ese tema, me limito a invitar a la reflexión.
Son muchas las ramificaciones del machismo.
Inunda todos los aspectos personales y colectivos de todas nuestras vidas.
Incluso dejando aparte aquellas profesiones
en las que la imagen juega un papel importante, el resto de mujeres debería
preguntarse, en mi opinión (y contestarse, a ser posible), qué busca cuando se
obsesiona por su imagen física, debería preguntarse si merece la pena emplear
todo ese esfuerzo, si merece la pena vivir con esa obsesión, si merece la pena
amargarse cuando ve que no consigue su objetivo de rebajar esos kilos, si está
bien dedicar tanto esfuerzo, tiempo y dinero en ese menester en vez de
emplearlo en otros más gratificantes y enriquecedores.
La autosuficiencia, la personalidad, las
ganas de vivir, el compañerismo, la alegría, la entrega, la inteligencia, la
cultura, la buena conversación, la espontaneidad o la capacidad de cometer
locuras compartidas son, por ejemplo, rasgos infinitamente más atractivos para
nosotros, que la belleza física. Exactamente igual que os pasa a vosotras.
Es algo que no se os mete en la cabeza pero
que no por ello es menos cierto.
Cierto es que la industria de la imagen o de
los productos estéticos son, en gran medida, grandes responsables de esta
obsesión por la belleza. Cierto también que los hombres fomentamos esa obsesión
vuestra pero también es cierto que hay una responsabilidad enorme por vuestra
parte que no debéis eludir.
Así que… ¡ánimo! Cuidad la salud, pero eso
sí, no supeditéis vuestro ánimo diario a vuestra imagen física casi siempre
devaluada por vosotras mismas.
Fdo. Diego Bueno