En estos casi cuarenta y cinco
años de democracia en España son muchos los avances sociales que se han venido
produciendo, acelerados, en parte, por el excesivo retraso que arrastrábamos
respecto a otros países europeos con mayor historial democrático. Hablamos de avances
sociales, económicos, morales o legislativos. Avances respecto a la igualdad de
derechos entre mujeres y hombres, respecto a la sensibilidad, protección y
empatía hacia colectivos históricamente marginados etc.
En este contexto es, cuanto
menos, curioso que haya un colectivo en la sociedad cuyos avances, o bien no se
han producido, o han sido escasos. Me refiero a los empresarios.
El mundo empresarial en España,
en demasiados casos, sigue anclado en los años del franquismo. Años en los que
había unos roles claramente establecidos con una marcada diferenciación entre
clases sociales. Una de las clarísimas divisiones de la sociedad era la que
clasificaba a los individuos en función de si eran empresarios o trabajadores
por cuenta ajena. Cada uno de esos colectivos poseía unos derechos y unos
deberes tan marcados como diferentes. Se velaba por mantener esos roles a toda
costa, aunque ello supusiera discriminación o maltrato hacia los trabajadores.
A día de hoy, por desgracia, la
mayoría de empresarios sigue pensando que deben ocupar un estatus social más
alto que sus empleados, siguen sin tener claro en qué consiste trabajar en
equipo, siguen desconfiando de sus subordinados y siguen queriendo
considerarlos como inferiores, ciudadanos de segunda, potenciales ladrones o
básicamente, “chusma”.
El empresario sigue tratando de
aprovecharse del estatus que le sigue otorgando poder sobre sus empleados.
Sigue contaminando la palabra “libertad” dado que las personas no somos
ni debemos ser libres para lo inmoral, lo dañino o lo ilegal.
El empresario, aun sin
capacitación, (o incluso con ella) sigue usando el “ordeno y mando”, sigue
creyéndose más y mejor que el resto de mortales, sigue haciendo ostentación de
bienes y de supuestas capacidades y sigue alardeando de trabajar mucho y bien
de tal forma que la buena marcha de su empresa siempre será mérito suyo y en
cambio, la mala marcha será culpa de sus trabajadores, del gobierno de turno, de
las circunstancias macro o microeconómicas o del mismísimo San Pancracio.
Al empresario le sigue costando
un mundo delegar, sigue queriendo obtener beneficios desproporcionados respecto
a sus trabajadores (que se note bien la diferencia), sigue pensando que eso de
pagar impuestos altos (como corresponde a ingresos altos) es un robo a “su
trabajo”.
El empresario sigue defraudando
al estado con facturas falsas, con trabajadores contratados que no cotizan, con
dinero negro que se maneja como si tal cosa. Las grandes empresas siguen usando
paraísos fiscales para engañar al estado a la vez que los miembros de los
consejos de administración presumen públicamente, de llevar pulseritas con la
banderita de España.
El empresario sigue mirando mal a
aquel trabajador que se niega a trabajar horas extras sin cobrarlas o a aquel
que exige que se cumplan normas de seguridad. Sigue pensando que el trabajador
“debe” ganarse su puesto regalándole su tiempo, su esfuerzo o su seguridad.
Por aprovecharse aun más, quieren
incluso, ahorrarse el coste del aprendizaje de sus propios trabajadores y por
eso abogan por integrar en sus empresas a alumnos de formación profesional que
les hagan el trabajo gratis, ahorrándose no solo dicho coste, sino también la contratación y por tanto el sueldo de trabajadores. Todo ello con el beneplácito, la
aquiescencia y el complot del propio sistema educativo y de los centros de
formación profesional que publicitan supuestas bonanzas de la formación dual
para manipular y engañar al alumnado y sus familias con la falsa promesa de un
puesto de trabajo.
Los empresarios, en demasiados
casos, siguen tratando a los trabajadores como simples objetos numerados a su
servicio. Siguen extorsionando, usando artes mafiosas o estrategias de división
entre los propios trabajadores. Siguen intentando manipularlos o engañarlos y
siguen ejerciendo bullying en demasiados casos. Siguen sin cumplir normas
básicas de protección ambiental, de seguridad o de ética profesional.
Los empresarios continúan
vendiendo el humo de que crean empleo para contribuir a la sociedad, cuando en
realidad tratan de crear el menor empleo posible (algo lógico y lícito, por
supuesto).
Al empresario sigue sentándole
mal que los trabajadores tengan vacaciones o que puedan darse de baja por
enfermedad o que tengan reducción por cuidado de hijos o por personas a su
cargo o por embarazo etc.
Siguen queriendo (y consiguiendo
en muchos casos) engañar a la sociedad exportando mensajes falsos que, por
desgracia, mucha gente se cree. Incluso cuando el trabajador es explotado,
acusan al propio trabajador por firmar contratos estando de acuerdo con esa
explotación. El colmo del cinismo.
Toda esa línea de pensamiento la
siguen manteniendo a pesar, incluso, de que a veces va en contra de sus propios
intereses. Se trata, obviamente, de una cuestión social, de guerra de clases o
de añoranza de “tiempos mejores”.
Como puede observarse… se trata
de un colectivo que ha evolucionado muy poco en cuanto a mentalidad. Un
colectivo que no explota más a sus trabajadores y subordinados, simplemente,
porque no pueden, porque vivimos en un estado de derecho y la ley no les
permite abusar aún más, pero no por falta de ganas de cometer más abusos (tal
como queda demostrado a lo largo de toda la historia de la humanidad).
Me parece significativo ese
estancamiento en la mentalidad empresarial. No tiene parangón si lo comparamos
con otros colectivos en España. En lo que se refiere a nuestros empresarios,
seguimos estando a demasiada distancia de los países europeos más avanzados.
Si alguien que lea esto tiene
dudas acerca de la veracidad de mis afirmaciones, les conmino a que hablen con
trabajadores de pequeñas y medianas empresas. Y conste que, por desgracia, hay
demasiados trabajadores que hablan demasiado bien de sus explotadores (algo muy
español y muy andaluz incluso a día de hoy). Siguen existiendo las marmotas y
el “servilismo mamón” del que hablaba el fallecido D. Juan Carlos Aragón en su
chirigota “Los Yesterday”.
Fdo. Diego Bueno