Recuerdo en los años 80’s y 90’s, esas series estadounidenses que, al menos a mí, me sorprendían por ese egoísmo y a veces esa falta de escrúpulos que caracterizaba a esa sociedad.
Recuerdo que se decía que esa cultura terminaría
contagiándonos y que eso que, moralmente, nos parecía execrable, terminaríamos
haciéndolo nuestro.
Recuerdo ese “my self “ que nos invadía (y lo sigue
haciendo) en letras de canciones, películas, series, programas de TV… o ese
“You have to be yourself” (tienes que ser tú mismo/a). Lo que se escondía tras
esas indicaciones y consignas iba mucho más allá del amor propio o del
fortalecimiento de la autoestima. Era, igualmente, una loa al egoísmo, al
narcisismo, a la falta de escrúpulos y a ese etiquetar con el calificativo de
falso/a a toda persona con educación, empatía, sentido del compromiso o del
saber estar.
A día de hoy nos vemos rodeados de gente con pocos
escrúpulos, capaces de hacer daño gratuitamente sin obtener beneficio alguno
(esa es la mejor definición de “gilipollas”), de gente que se vanagloria de
mirar únicamente por sus propios intereses Están bien vistas, socialmente, esas
actitudes. Hemos adoptado esa moral, en general, y eso tiene consecuencias
devastadoras en la felicidad de las personas ya que buena parte de la
felicidad, como bien se sabe, proviene de la generosidad o la abnegación.
A día de hoy hay gente que presume de decirle a alguien “me
importas una mierda” o “debo mirar por mí”, como si eso tuviera que ver con el
amor, con la entrega, con la conciencia social.
Hemos pasado de la madre abnegada, dedicada en cuerpo y alma
a su familia, crianza de hijos/as etc, a la mujer (“¿empoderada?”) egoísta sin
capacidad para empatizar, conectar y dar o darse de forma gratuita.
Hemos pasado del hombre buscador de recursos para la familia
al hombre buscador de sexo como quien busca espárragos en el campo, el hombre
cosificador de toda la vida o, simplemente, centrado en el dinero.
A las parejas les cuesta un mundo enamorarse porque no se
fían unos de otros, porque las exigencias son las mismas que cuando vas a
comprar fruta a la frutería. Tiene que cumplir unos requisitos a veces, cuasi
absurdos (que si tatuajes, que si gimnasio, que si altura, que si forma de
vestir, que si signo del zodiaco…)
Todo se banaliza, todo es frívolo, todo tiene duración
limitada. A cualquier cosa la llamamos amor, a cualquier mierda la llamamos
libertad. Se han devaluado por mal uso, palabras y conceptos, en otros tiempos,
sagrados.
Si algo requiere el amor es constancia y esfuerzo. Disfrutar
del sexo, de las buenas comidas, de los viajes, etc, nos gusta a todos/as, pero
el amor tiene una cara B sin la cual es imposible que suene el disco de las
relaciones sanas y auténticas. Hemos llegado a lo que se conoce como
“adaptación hedónica”[1] que consiste, básicamente,
en la capacidad de las personas para acostumbrarse al placer, lo que provoca la
sensación de insatisfacción constante.
Obviamente no tengo capacidad para vaticinar hacia donde
vamos. Sería una auténtica osadía por mi parte. Simplemente muestro mi
descontento con lo que veo, siento y a veces padezco, probablemente provocado
por mi desfase temporal propio de las personas con ciertas edades.
Fdo. Diego Bueno
[1]
Referencias Madrid, F. S. M. (2021, 11 octubre). Adaptación hedónica y placer
efímero. Forum Salud Mental Madrid.
https://adiccionmadrid.com/adaptacionhedonica-y-placer-efimero/