sábado, 14 de junio de 2025

HABLEMOS DE SINCERICIDIO… ¡POR FIN!

 


HABLEMOS DE SINCERICIDIO… ¡POR FIN!

Lo primero, por supuesto, es definirlo. El "sincericidio" hace referencia a una sinceridad desmedida y sin límites que termina resultando hiriente para quien recibe el mensaje. Evidentemente, las personas "sincericidas" carecen de un mínimo de empatía. Debemos comprender que la sinceridad sin empatía se convierte en una forma de crueldad. Hablamos de esas personas que suelen soltar frases como: "Yo siempre digo lo que pienso", "Yo es que soy muy sincero/a", "La verdad ofende", "Yo no soy falso/a", etc. La verdad, o más bien, tu verdad, siempre debe considerar el posible impacto que tendrá en la otra persona. Una excelente opción es callar si lo que vas a decir no mejora el silencio. Llamar gorda a una persona gorda carece de sentido, salvo que el deseo sea causar un daño gratuito, ya que, por suerte, todos disponemos de espejos y básculas en casa. Las personas sincericidas suelen tener un control deficiente de sus emociones y lanzan sus dardos "a botepronto", a menudo sin siquiera tamizar su comentario con un mínimo análisis. Generalmente, carecen de inteligencia social, lo cual les juega malas pasadas en sus relaciones, incluidas las laborales. Dicen lo que piensan (muchas veces de forma equivocada, ya que no han meditado antes de hablar), pero no piensan bien lo que dicen.

Cuando queremos comunicar algo que, intuimos, puede herir a otra persona, debemos valorar si es realmente necesario decirlo. En caso de que lo sea, es crucial elegir el momento y la forma adecuados. No, no se trata de no decir la verdad. No, no se trata de ser falsos. Las personas sincericidas, al igual que las personas radicales, tienden a simplificar. No suelen ser lo suficientemente humildes como para reconocer su error (al menos en el instante en que se produce) y defienden su postura con frases como: "¿Entonces, para no herir, hay que mentir?". La realidad no es tan simple como reducirlo todo a decir la verdad o mentir. A veces, una verdad no servirá para nada o, peor aún, empeorará la situación.

Lo más constructivo que podemos hacer es comunicar aquello que deseamos expresar, pero con sensibilidad, buscando el momento y el contexto adecuados, o encontrando la mejor manera de hacerlo. La falta de sensibilidad y empatía es el común denominador en las personas sincericidas. Sin embargo, existe una variante que, además, carece de la riqueza lingüística suficiente como para poder contemplar otras opciones en sus diálogos. Son esas personas que siguen llamando "minusválidos/as" a las personas con discapacidad, por ejemplo. A menudo son víctimas de una educación deficiente que, como siempre, tiende a simplificar: "Cáncer = muerte", "Discapacidad = carga", "obesidad = vagancia", "gay = promiscuo", "promiscua = puta", y un largo etcétera. No solo reducen lo complejo, sino que le añaden una carga peyorativa. Es lógico que estas personas tarden poco en sentirse solas y en estarlo realmente, ya que suelen mantener relaciones contaminadas por su toxicidad. Intentarán presumir de su supuesta sinceridad como contrapartida a la falsedad, mientras que su falta de humildad les impedirá aprender, crecer y mejorar. Suelen vivir con la peor de las condenas: tener que soportarse a sí mismas durante toda la vida.

Por supuesto que, a veces, hay que ser directos. Por supuesto que, en ocasiones, el daño con nuestras palabras es inevitable. Pero adquirir hábitos que nos lleven a pensar en la otra persona y usar recursos para no causar daño gratuitamente nos dignifica como seres humanos y nos aleja de la bajeza moral que supone el sincericidio.

Fdo. Diego Bueno


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