HABLEMOS DE SINCERICIDIO… ¡POR FIN!
Lo primero, por supuesto, es definirlo. El "sincericidio"
hace referencia a una sinceridad desmedida y sin límites que termina resultando
hiriente para quien recibe el mensaje. Evidentemente, las personas
"sincericidas" carecen de un mínimo de empatía. Debemos comprender
que la sinceridad sin empatía se convierte en una forma de crueldad. Hablamos
de esas personas que suelen soltar frases como: "Yo siempre digo lo que
pienso", "Yo es que soy muy sincero/a", "La verdad
ofende", "Yo no soy falso/a", etc. La verdad, o más bien, tu
verdad, siempre debe considerar el posible impacto que tendrá en la otra
persona. Una excelente opción es callar si lo que vas a decir no mejora el
silencio. Llamar gorda a una persona gorda carece de sentido, salvo que el
deseo sea causar un daño gratuito, ya que, por suerte, todos disponemos de
espejos y básculas en casa. Las personas sincericidas suelen tener un control
deficiente de sus emociones y lanzan sus dardos "a botepronto", a
menudo sin siquiera tamizar su comentario con un mínimo análisis. Generalmente,
carecen de inteligencia social, lo cual les juega malas pasadas en sus
relaciones, incluidas las laborales. Dicen lo que piensan (muchas veces de
forma equivocada, ya que no han meditado antes de hablar), pero no piensan
bien lo que dicen.
Cuando queremos comunicar algo que, intuimos, puede herir a
otra persona, debemos valorar si es realmente necesario decirlo. En caso de que
lo sea, es crucial elegir el momento y la forma adecuados. No, no se trata de
no decir la verdad. No, no se trata de ser falsos. Las personas sincericidas,
al igual que las personas radicales, tienden a simplificar. No suelen ser lo
suficientemente humildes como para reconocer su error (al menos en el instante
en que se produce) y defienden su postura con frases como: "¿Entonces,
para no herir, hay que mentir?". La realidad no es tan simple como
reducirlo todo a decir la verdad o mentir. A veces, una verdad no servirá para
nada o, peor aún, empeorará la situación.
Lo más constructivo que podemos hacer es comunicar aquello
que deseamos expresar, pero con sensibilidad, buscando el momento y el
contexto adecuados, o encontrando la mejor manera de hacerlo. La falta de
sensibilidad y empatía es el común denominador en las personas sincericidas.
Sin embargo, existe una variante que, además, carece de la riqueza lingüística
suficiente como para poder contemplar otras opciones en sus diálogos. Son esas
personas que siguen llamando "minusválidos/as" a las personas con
discapacidad, por ejemplo. A menudo son víctimas de una educación deficiente
que, como siempre, tiende a simplificar: "Cáncer = muerte",
"Discapacidad = carga", "obesidad = vagancia", "gay =
promiscuo", "promiscua = puta", y un largo etcétera. No solo
reducen lo complejo, sino que le añaden una carga peyorativa. Es lógico que
estas personas tarden poco en sentirse solas y en estarlo realmente, ya que
suelen mantener relaciones contaminadas por su toxicidad. Intentarán presumir
de su supuesta sinceridad como contrapartida a la falsedad, mientras que su
falta de humildad les impedirá aprender, crecer y mejorar. Suelen vivir con la
peor de las condenas: tener que soportarse a sí mismas durante toda la vida.
Por supuesto que, a veces, hay que ser directos. Por
supuesto que, en ocasiones, el daño con nuestras palabras es inevitable. Pero
adquirir hábitos que nos lleven a pensar en la otra persona y usar
recursos para no causar daño gratuitamente nos dignifica como seres humanos y
nos aleja de la bajeza moral que supone el sincericidio.
Fdo. Diego Bueno
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