HABLEMOS DE LA VALENTÍA DE HABLAR… ¡POR FIN!
¿Por qué afrontar los problemas es mejor que ocultarlos?
Desde nuestra infancia, a muchos de nosotros se nos enseñó a
mantener una fachada, a sonreír y a pretender que todo estaba bien, incluso
cuando no lo estaba. Formaba parte de una moral social hipócrita basada en los
preceptos del cristianismo. Lo que quiera que sea, tienes que serlo, pero ante
todo tienes que parecerlo. Nos educaron para ocultar los problemas, no para
afrontarlos. Esta enseñanza, aunque quizás bien intencionada para mantener la
paz superficial, ha tenido un costo considerable en nuestra salud emocional y
en la calidad de nuestras relaciones. Nuestros padres no hablaban de los
problemas, no profundizaban, simplemente los dejaban pasar. Pillaban el
sofocón, como mucho, en la inmediatez,
sobrepasados por las emociones a veces incontroladas, pero luego, las basuras
iban debajo de las alfombras hasta el punto de que a veces las alfombras
llegaban a tener tanto desnivel que era inevitable el tropezón.
Obviamente, la premisa de que discutir es mejor que callar
no se refiere a fomentar conflictos sin sentido, sino a abogar por la
comunicación abierta y honesta. El silencio, a menudo, se convierte en un caldo
de cultivo para el resentimiento, la incomprensión y la distancia emocional.
Cuando callamos lo que nos molesta, lo que nos duele o lo que necesitamos,
estamos negándonos a nosotros mismos y a los demás la oportunidad de resolver
la situación. Los problemas no desaparecen por ignorarlos; por el contrario,
tienden a crecer y a volverse más complejos con el tiempo.
Decir lo que se siente y por qué actuamos como actuamos es
un pilar fundamental para construir relaciones auténticas y duraderas.
Imagina una relación donde cada persona asume lo que la otra piensa o siente.
Esto lleva a malentendidos constantes y a un ciclo de frustración. En
contraste, cuando expresamos nuestras emociones y explicamos el razonamiento
detrás de nuestras acciones, estamos invitando a la comprensión y a la empatía.
Esto no solo aplica a nuestras relaciones personales, sino también a nuestro
entorno laboral y social.
Hacer como si todo estuviera bien, aunque pueda parecer la
opción más fácil a corto plazo, es una estrategia insostenible. Esta actitud
nos desconecta de nuestra propia realidad emocional y nos impide abordar las
causas subyacentes de nuestro malestar. Además, cuando los demás perciben esta
falta de autenticidad, la confianza se erosiona. La verdadera conexión se forja,
justamente, en la vulnerabilidad, en la capacidad de mostrarnos tal cual somos,
con nuestras imperfecciones y nuestros desafíos, con nuestras flaquezas y
nuestros miedos, con nuestra percepción de la realidad y nuestra proyección en
nuestro actuar.
Afrontar los problemas no es una señal de debilidad, sino de
fortaleza y madurez. Requiere coraje para ser honesto con uno mismo y con los
demás. Implica la voluntad de escuchar, de negociar y, a veces, de aceptar que
no siempre tendremos la razón. Sin embargo, los beneficios superan con creces
los miedos iniciales. Al hablar, al expresar, al discutir constructivamente,
abrimos la puerta a la resolución, al crecimiento y a relaciones mucho más
profundas y significativas.
Es hora de desaprender viejas lecciones y abrazar la
valentía de la comunicación. Nuestro bienestar emocional y la salud de nuestras
relaciones dependen de ello.
Fdo. Diego Bueno
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