INTRODUCCIÓN:
Las últimas tendencias pedagógicas evidencian la necesidad de hacer de
la inclusión algo tan normalizado que, precisamente, tienda a hacer desaparecer
el término “inclusión” por falta de utilidad.
Desde esta perspectiva, la escolarización en escuelas especiales, grupos
en aulas específicas o programas especiales con carácter permanente debería
ser una excepción.
La educación inclusiva implica una
visión diferente de la educación y debe estar basada en la diversidad y no en la homogeneidad.
Cada alumno y cada alumna tiene unas capacidades, intereses,
motivaciones y experiencias personales únicas.
Las diferencias son inherentes
a los seres humanos y se manifiestan en los ámbitos en que estos se desarrollan.
En el ámbito educativo, estas diferencias se expresan, en muchas
ocasiones, en necesidades especiales que la comunidad educativa debe atender
adecuadamente en pos del derecho a la igualdad de oportunidades y la
integración social de todas las personas.
La educación tiene el imperativo ético
de asegurar la igualdad sin que ello signifique uniformidad, para no reproducir
las desigualdades y exclusiones presentes en la sociedad y para, desde la
educación, tender a corregirlas.
En la misma línea, la UNESCO
(2007) pone de manifiesto que “tratar de
forma homogénea situaciones y necesidades diversas, acentúa las desigualdades.
La respuesta a la diversidad implica pasar de un enfoque homogeneizador (en el
que se ofrece lo mismo a todos y que refleja las aspiraciones de las culturas y
clases dominantes) a un enfoque que considere las distintas identidades, necesidades y opciones de cada uno y valore
las diferencias como algo que enriquece a las personas y sociedades”.
Para ello se hace necesaria la transformación de los sistemas educativos
y de las culturas, las prácticas educativas y la organización de las escuelas
para que atiendan la diversidad de necesidades educativas del alumnado, y para lograr
el pleno aprendizaje y participación de cada niño y cada niña.
DESARROLLO:
Convertir las escuelas en inclusivas requiere dar una respuesta
educativa acorde a las necesidades de su alumnado y desarrollar propuestas
didácticas que estimulen y fomenten la participación de todos. De esta forma,
la educación inclusiva se opone a cualquier forma de segregación y a cualquier
argumento que justifique la separación en el ejercicio de los derechos a la
educación.
Tras un estudio realizado por la universidad de Salamanca en 2008, se
concluye que las principales
dificultades a las que se enfrenta el alumnado con necesidades especiales
de apoyo educativo y sus familias son:
- El agotamiento emocional de los padres. (Realmente agotador,
frustrante y desesperanzador. Un miedo en forma de impotencia que se suma a los
miedos ya existentes por las dificultades especiales de mi hijo. Muchas veces
cuesta saber si te estás pasando o te estás quedando corto)
- Actitudes de evitación de
los profesores hacia los alumnos con discapacidad intelectual. (Se trata de
una actitud de buena parte del profesorado que resulta muy evidente. Yo,
personalmente, lo compruebo día a día no solo como padre sino también como
educador) (¡No puedes dedicarte a la educación si lo que buscas es trabajar lo
menos posible o dar clases solo a un grupo homogéneo que no presente
dificultades especiales! ¡Así de claro lo digo!) (Como
todos sabemos, en buena parte de nuestros centros escolares “el privilegio” de
la antigüedad se usa con frecuencia para elegir los cursos fáciles y no es
extraño que sean los noveles, interinos o recién llegados a quienes les
correspondan los cursos más complejos y difíciles. Dicha realidad nos da una
idea del concepto de educación que tiene la sociedad y, como parte de ella,
nuestro profesorado) (Y, lógicamente, parto de la base de que existen excelentes
profesionales. Grandes profesionales que muchas veces, trabajan a
contracorriente, incluso con la mirada recelosa de sus compañeros/as o con
trabas por parte de la dirección del centro)
- La falta de formación de los
profesionales. (Otra evidencia que no se soluciona o, siquiera, se palia
por parte de las administraciones educativas).
- Falta de motivación del profesorado.
(Y no se trata, únicamente, de dar palmaditas en la espalda en forma de
reconocimiento de labores especiales realizadas, sino, más bien de estímulos,
remuneraciones y privilegios en forma de más y mejores medios para quienes
hacen más y mejor lo que tienen que hacer y todo ello sin obviar, por supuesto,
llamadas de atención a quienes no cumplen con sus obligaciones).
- No aceptación entre compañeros en la etapa de educación secundaria. (El
alumnado con necesidades especiales es, generalmente, marginado positiva o
negativamente en el contexto del aula y lo es como resultado de una educación
segregadora y etiquetadora como corresponde a la sociedad competitiva y
despiadada en la que estamos inmersos. Solo desde la educación en valores y la
aceptación asumida de la diversidad como valor positivo es posible la
integración de todo el grupo-clase)
- Maltrato físico hacia estos
alumnos. (Prefiero, ni siquiera, comentar esto)
- Problemas de relación
social. (Desde el momento en que existe marginación, exclusión o
segregación, se crean problemas de relaciones sociales. Obvio)
- Líneas segregadoras,
derivación a centros específicos. (Es más fácil y más cómodo para el
profesorado y los equipos directivos de los centros “quitarse de en medio” a
alumnos con necesidades especiales aunque ello sea antipedagógico, cruel y de
una bajeza moral que hace a uno sentir vergüenza de ser tan humano como quienes
adoptan estas posturas y que, para colmo, son EDUCADORES!!) (Y respecto a las
líneas segregadoras, TODOS (incluida la administración educativa) sabemos que
existen (los “malos” a un lado y los “buenos” a otro) a pesar de ser ILEGALES,
mediante “trampas” en forma de “grupo bilingüe”, por ejemplo. ¡Igualmente
antipedagógico e inmoral!.
Los centros educativos no tienen por qué satisfacer los deseos de
segregación de los padres y madres de hijos sin necesidades especiales (aunque
sean mayoría) porque los profesionales, los pedagogos, los que se supone que
entienden qué es la educación son los/las profesionales que trabajan en los
centros.
- Alternativas de futuro,
inclusión laboral. (Con esta realidad de la educación… ¿Qué perspectiva de
futuro podemos tener para con nuestros hijos/as y/o alumnos/as? ¿Qué tipo de
sociedad queremos construir? Y, sobre todo, ¿cómo tenemos la desfachatez de
quejarnos de una mala educación, en comparación con los países nórdicos, cuando
resulta que apoyamos medidas antipedagógicas?)
- Grado de frustración al que
está sometido el alumnado. (El alumnado con necesidades especiales tiene
ya, de por sí y por definición, que cargar con su enfermedad o su discapacidad.
Lo último que deberíamos hacer es llenarlo de frustración, desidia y desilusión.
¡Más cruel y antipedagógico, imposible!)
- Desmotivación, falta de orientación
práctica. (Lógicamente este tipo de alumnado termina desmotivado y pasando
las horas de clase esperando a que sea la hora de volver a casa, aburrido y sin
entender nada ni por qué. Justo lo contrario de lo que debería ocurrir).
CONCLUSIONES:
La realidad, la triste realidad que, como padres y madres de hijos
e hijas con necesidades especiales de apoyo educativo, nos encontramos en las
distintas etapas educativas por las que pasan nuestros hijos, es la de que nos
chocamos contra la pared de acero del sistema y de la sociedad, en general, que
con su inmovilismo e incomprensión, con su falta de sensibilidad y preparación,
dificultan el pleno desarrollo de personas con derechos y obligaciones
exactamente iguales que los del resto
pero con especiales dificultades para desarrollarse en plenitud.
La realidad, la triste realidad es que los avances, descubrimientos y
nuevas tendencias en pedagogía marchan a años luz por delante de su
implementación.
La realidad, la triste
realidad es que, precisamente desde el ministerio de educación, es desde
donde se empieza a fomentar la exclusión, la segregación y la diferencia de
clases con medidas antipedagógicas, retrógradas y desfasadas, más propias de
los años de la post-guerra que del siglo XXI.
En el centro educativo al que van nuestros hijos e hijas, en algún
momento, algún día “alguien” nos
recomienda que es mejor que nuestro hijo vaya a un aula específica o que
pase más horas en el aula específica que en el grupo-clase ordinario (aunque
ello implique exclusión, marginación o segregación y se prive a todo el
alumnado del enriquecimiento que supone un aula diversa) dado que el colegio o
instituto no cuenta con los medios necesarios (medios materiales, tecnológicos
o audio-visuales y medios humanos con profesorado de apoyo o especializado).
Y esa es una realidad que todo el mundo entiende y que es constatable.
Los padres y madres también lo entendemos, por supuesto (a pesar de que en
muchos casos no es más que una excusa para apartar a alumnos “incómodos”. Y
todos sabemos que eso pasa con demasiada frecuencia)
Solo decir que también existe otra
realidad, y es que el profesorado y
equipos directivos de los centros no quiere “complicarse la vida” teniendo
que atender a un alumnado con necesidades especiales porque ello implica
trabajar más, cumplir con sus obligaciones, hacer gala de una ética profesional
que se les presupone y desarrollar un trabajo para el que no está cualificado
(aunque nadie admita no estar cualificado y para tapar esas carencias se
culpabilice a la administración educativa de turno, que es un “ente” abstracto
al que se puede culpar de todo mal o a las familias, en general).
Nosotros, los padres y madres, muchas veces, y en pos de ver feliz a
nuestro hijo o, simplemente de no verlo marginado y sin la especial atención
que necesita, accedemos resignados e impotentes y contribuimos a su no
inserción en la sociedad (inserción que comienza con la inclusión en la
representación de la sociedad que supone el aula).
No nos interesa “estar a las
malas” con el profesorado que ha de atender y educar a nuestros hijos.
Otras veces no accedemos a esa “invitación” por parte del departamento
de orientación, la dirección, la jefatura de estudios o la dirección del centro
(o, incluso, todos a la vez) y nos arriesgamos a que nuestro hijo sea víctima
de esas realidades que he enumerado antes en el estudio. Intentamos “estar
encima” controlando e interviniendo en el proceso de enseñanza-aprendizaje de
nuestro hijo, pero sin exigir demasiado ya que… No nos interesa “estar a las malas” con el profesorado que ha de
atender y educar a nuestros hijos.
Adquirimos un material necesario para nuestro hijo (pagándolo, por
supuesto) cuando resulta que el centro tiene asignada una partida específica,
para adquirir este material, que se ha gastado en “otras necesidades” del
centro. O intentamos no darle trabajo extra al profesorado para que no se
“cabree” con nosotros y no la pague con nuestro hijo. Supongo que por eso,
cuando damos con un profesor o profesora que se implica más de lo normal con la
educación de nuestro hijo es, para nosotros, como ver el cielo abierto.
Y así andamos. Suplicando derechos esenciales, frustrados, impotentes,
desesperanzados y en manos de la providencia, y teniendo que “batallar” con un
profesorado, en muchos casos, insensible e inconsciente o con padres y madres
de hijos e hijas “normales” (me rio yo de “los normales”) que no entienden ni
quieren entender que, aunque solo fuera por el bien de sus propios hijos, sería
buena la inclusión y mezcla de todo tipo de alumnado.
Todo esto que acabo de comentar son tristes realidades que TODOS
conocemos y que todos padecemos. Realidades como puños que hoy me he decidido a
poner al descubierto a ver si, por casualidad y tras leerme, nos hace
concienciarnos un poco más acerca de una problemática que padecemos en mayor
medida nosotros pero que afecta a todo el sistema educativo.
Pero como no quiero terminar el artículo con una visión tan negativa
como real, lo voy a “rematar” con propuestas que hacen ilustres pedagogos para
conseguir los cambios necesarios para una verdadera inclusión y educación de
calidad.
Dichos cambios, partiendo de las realidades actuales, son:
- Cambio de actitud en el profesorado:
Trato igualitario hacia todo el alumnado. Mayor profesionalidad. Mayor
cualificación.
- Necesidad de concienciar al
profesorado en valores.
- Importancia de disponer de
más material gráfico, tecnológico y manipulativo así como de espacios
apropiados para el desarrollo de las enseñanzas.
- Adaptación del ritmo de la
clase y contar con un profesor de referencia.
- Disminución de la ratio
profesor-alumno. (No puedo dejar de criticar que desde el mismísimo
ministerio de educación se haya dicho que la ratio no influye en una educación
de calidad. Esto demuestra el nivel de nuestros representantes políticos)
- Conseguir una buena
coordinación que facilite una mejor atención por parte del profesorado y
una ayuda más efectiva por parte de la familia.
- Pautar reuniones, con más
frecuencia, en las que estén presentes profesionales, familias y alumnado.
- Actualización legislativa,
en la que se planteen alternativas de continuidad de estudios.
- Instauración de contenidos
prácticos en la programación académica.
- Aumentar el número de
profesores y profesoras así como personal de apoyo.
Fdo. Diego Bueno Linero