Era necesaria. Era de justicia que las mujeres se
igualaran en derechos y deberes a los hombres. Aun queda mucho camino por
recorrer y son muchos los aspectos en los que “ellas” deben avanzar.
La verdadera revolución en lo social, en las
relaciones y en lo puramente humano a finales del pasado siglo XX en España se
ha producido básicamente en la mujer, sin embargo hay un tema respecto a esta
revolución que me inquieta enormemente.
Observo con demasiada frecuencia a un tipo de mujer
que podríamos calificar de egoísta. Es este tipo de mujer que por fin se ha
liberado de todo aquello que la ataba y le quemaba, empezando por su etapa
infantil y adolescente. Ha padecido una infancia cargada de roles y estereotipos
machistas que le hacían un daño enorme aunque no fuera del todo consciente.
Daño a su ego, daño a su amor propio, daño a su libertad. Viciada por la
sociedad patriarcal, estaba obligada a aceptar esos roles impuestos. A ser
ciudadana de segunda consolada con piropos en blanco y negro, a estar sometida
al yugo del machismo por parte de hombres y mujeres, padres y madres, amigos y
amigas. Una mujer dañada porque le inculcaron ideas acerca de cómo debía ser su
placer, su libertad sexual, su actitud ante los hombres, su rol como cuidadora,
madre y esposa fiel. Fue domesticada para ensalzar su abnegación, su
conformismo y su resignación.
Todo ello por el hecho de tener dos tetas y un coño.
Hablamos de una mujer a la que se le inculcaron
valores machistas incluso en su propio placer, de ahí que a la mayoría de
mujeres “les pongan” hombres con rasgos machistas (el famoso hombre duro, el
chulito o el bien llamado “canalla”). Esa mujer evolucionó a un ritmo demasiado
acelerado con la llegada de la democracia a este país. Todos evolucionamos, si
pero el gran cambio, la revolución cualitativa, la gran transformación se
produjo (y se sigue produciendo aun) en el sexo femenino.
No podíais estar preparadas para tanto cambio en tan
poco tiempo. Es humanamente imposible. Ese es el motivo por el que existen, por
una parte, mujeres ancladas en el pasado, con costumbres retrógradas, que no se
quieren a sí mismas, que siguen viviendo con “el qué dirán” porque no han sido
capaces de barrerse esa basura. Son mujeres que han obviado su revolución
porque no podían llevarla a cabo en sus mundos, por las consecuencias de esa
educación que les privó de escobas barredoras de machismo, por miedos, por
inseguridades o falta de amor a sí mismas, por pereza, por comodidad, por
aburguesamiento, por egoísmo e incluso alguna hay que se ha quedado estancada
por propia convicción e incluso son felices en la abnegación y la renuncia a sí
mismas. Todo ello producto de la educación machista recibida.
Y… por otra parte…. Existe este otro tipo de mujeres a
las que me quiero referir en este artículo. Son las liberadas, las que han
visto la luz, las que llegada la crisis de los 40 han decidido tomar las
riendas de sus vidas. Se vanaglorian de decir en voz alta que ya son libres,
que ellas deciden como, cuando y con quien. Usan el sexo como paradigma de su
liberación, como fuente de placer inmediato que las reafirme en su condición de
liberadas. Son las que quieren comerse el mundo en dos días en un intento de
desquitarse por el tiempo perdido. Quieren reír a cada momento (algo imposible
y, por tanto, falso), quieren sentir y que les hagan sentir. Son alocadas,
buscan su verdadero “yo” una vez liberadas de la máscara que tuvieron que
llevar colocada desde siempre. Descubren que hay hombres. Muchos hombres a los
que “amar”, a los que “usar”. Muchas de ellas caen en el egoísmo, se vuelven
insensibles salvo cuando les viene la regla. Usan y tiran a los hombres como si
fueran pañuelos de papel. No se dan cuenta, en definitiva, que es imposible que
puedan barrerse toda una educación recibida, que está bien el intento pero que
con frecuencia caen en la incongruencia y el egoísmo. Mujeres que siguen
buscando a su príncipe azul (sí, el mismo que les inculcaron de pequeñas, el
machista, el que no existe ni es bueno que exista). Precisamente buscan amarrarse
a ese estereotipo de hombre que no existe. Hablan de que quieren a un hombre
que les de seguridad cuando se sientan inseguras, que se acueste y se levante
cada día junto a ellas salvo que a ellas se les antoje acostarse junto a otro
hombre en pos de su libertad o salvo que quieran ver solas un capítulo de “Sexo
en Nueva York”. Quieren a su lado a un hombre que les sea fiel en todos los
sentidos pero al que ellas puedan ponerle cuernos porque…” quieren sentir
nuevas experiencias” en forma de pollas distintas. Hablan de posesión, de amor
romántico en primavera, de mimos en los días previos a sus reglas y sexo duro casi
a diario. Quieren un hombre que sea taxista y las lleve a ver las estrellas,
que conozca su cuerpo, su mente y su alma pero que no quiera ser comprendido ya
que… “bastante tienen con lo suyo”. Quieren un hombre que tenga iniciativa
mientras ellas esperan a que decida para luego enjuiciar su decisión, quieren
que esas iniciativas sean la “rehostia”, que diga que sí a todo pero que se le
vea como a un hombre duro de pelo en pecho y que se viste por los pies, un
hombre con mentón duro y a la vez sensible, un hombre que solo sea capaz de
mirar su culo, un hombre florero con el que fardar ante sus amigas, que les de
muestras de cariño y deseo constantes, que se cuide, que esté al día, que sea
inquieto, inteligente, amable, cariñoso, paciente, divertido, nostálgico cuando
a ellas les viene bien recordar, quieren un hombre pervertido, de mente sucia
en el sexo pero que sea incapaz de fantasear con otro coño que no sea el suyo.
Quieren un hombre que sepa ser y estar en cada ocasión (es decir, cuando a
ellas les venga bien). Hablan de que quieren a un hombre que les pida disculpas
por sus errores pero que no las atosigue con los errores de ellas porque esos
no importan ya que son humanas y tienen derecho a equivocarse. Quieren a un
hombre “de su casa” pero que le guste la juerga, que cocine, que limpie, que
sepa de bricolaje…Son mujeres que necesitan una relación de posesión, mujeres
que desean controlar a su hombre para guiarlo “por el buen camino” y a la vez
son celosas de su intimidad, de su privacidad. Mujeres que exigen sinceridad a
la vez que mienten, que exigen fidelidad a la vez que son infieles, que exigen
libertad a la vez que controlan y someten, que exigen ser conquistadas cada día
a la vez que los hombres debemos entender su indolencia a veces. Son mujeres
egoístas que a las primeras de cambio son capaces de decirle adiós a “ese
hombre” sin el más mínimo remordimiento, sin atisbo de compasión, sin la mínima
asertividad que les permita ponerse en el lugar de un corazón roto. Cuando se
van dicen adiós o ni siquiera eso. La excusa es…. que ese hombre no cumple con
sus expectativas (como para cumplirlas jajajajaja), que desean seguir
“avanzando” en la vida, que merecen esto o aquello, que quieren sentirse
libres, que quieren decidir por ellas mismas.
Hablan de buscar sus sueños, hablan de “volar” (las
palabritas de moda últimamente). La realidad es que son egoístas, que están
buscando algo que no existe como si fueran pollos sin cabeza. La realidad es
que no saben amar aunque lo den todo en su fase de enamoramiento ciego. Obvian
algunos detalles fundamentales en el amor. Detalles como el compromiso, la
lealtad, la fidelidad, la paciencia, la compasión, la confianza, el apoyo
constante o la tolerancia. Sin esos “detalles” no puede haber amor. Se
obsesionan con el sexo en una búsqueda loca del placer negado en sus
adolescencias y esa liberación, de la cual se sienten orgullosísimas, la
exponen públicamente como un trofeo, trofeo que atrae a todo tipo de hombres
ávidos de coños mojados, lo cual retro-alimenta, más si cabe, sus egos
sedientos de de sexo y ¿“amor”?. Siguen siendo tan machistas como antes pero
ahora han cambiado su disfraz y se visten con el de “liberadas” o “dueñas de su
destino”. Ahora llevan escotes prominentes, van a playas nudistas y se
divierten con las miradas de deseo de los hombres. Presumen de promiscuas ante
sus amigas y exhiben sus “trofeos” ante ellas. Incluso ahora les hace gracia un
piropo en blanco y negro si el tío que se lo dice está bueno. Son mujeres que
se separan de su pareja de toda la vida y se sueltan el pelo para follarse a
todo lo que se mueve en un intento de resarcirse ante la vida que les tocó
vivir. Se convierten en mujeres inestables con su “ahora te necesito, ahora me
sobras”, “ahora decido que no tengo por qué ser femenina porque no tengo por
qué seguir el rol que me asignaron”, “ahora me cuido, me tatúo e intento
seducirte con mi feminidad”. Son mujeres que disfrazan todo ese caos con esa
risa falsa, a “destiempo” y a “deslugar”, con esos gritos falsos como muestra
de cariño, por ejemplo, al encontrarse con su gran amiga a la que ignoró y
maldijo hace solo una semana. Se terminan convirtiendo en carne fresca para
hombres desesperados y tan solitarios como ellas y siguen viviendo con el qué
dirán, solo que ahora lo hacen para fardar de liberales ante sus amistades. No
hacen más que hablar de sentimientos pero, eso sí, de los suyos exclusivamente
(les enseñaron que los hombres no tenemos sentimientos). Son mujeres que cuando
están a solas se sienten solas y llegan a sentirse solas estando rodeadas de
gente porque la gente de la que se suelen rodear es gente tan falsa como ellas.
Convierten lo vanal o lo frívolo en trascendente. Sus vidas están llenas de
cambios a cortos plazos. Cambian constantemente de pareja, de amistades, de
aficiones, de inquietudes, de perfume, de peinado… Cambian porque buscan.
Buscan y buscan como desesperadas. Buscan porque les falta. Les falta porque no
valoran lo que tienen o lo que son. Son, en definitiva, volátiles, generalmente
apasionadas a la vez que efímeras. Divertidas a la vez que inestables. Pasan de
cero a cien y viceversa en poco tiempo. Son mujeres a las que siempre les falta
algo mientras se esfuerzan por “publicar” una felicidad artificial. Son,
igualmente, víctimas de esa educación de la que creían haberse librado y
liberado. Y lo peor es que educan a sus hijas en la misma mierda con forma de
muñecas vestidas de rosa que buscan a su príncipe azul (llamado “Ken” o no).
Tropezarse con ellas es desconcertante, cuanto menos.
Y…. ni se te ocurra enamorarte de una de ellas!!! Saldrás muy dañado más pronto
que tarde.
Fdo. Diego Bueno
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