En plena ola de crispación y polarización, fenómeno que, como todos sabemos, no es exclusivo de los Estados Unidos de América, observo comportamientos en forma de opiniones por parte de gente (de demasiada gente) a la que, básicamente les molesta la felicidad de quienes son más pobres que ellos.
Hacen gala de una aporofobia que me resulta repugnante,
cuanto menos.
Hablan en tono despectivo y por supuesto peyorativo, de “las
paguitas”. Hablan de quienes, según dicen, cobran “paguitas” sin dar golpe.
Básicamente lo que les molesta es que personas que sobreviven con 400 euros al
mes, puedan ser felices y tener buen aspecto. Justo y casualmente, esa
felicidad que ellos no poseen por falta de agradecimiento, por no valorar lo
que poseen. Viene a ser como desear que todas mis amistades engorden ya que yo
no puedo adelgazar.
Si ven una imagen de una persona que sobrevive con 400 euros
al mes, con la tez demacrada, con gesto apenado y compungido, malvestida,
semblante serio, mirada baja y aspecto de pobre, entonces está justificado que
cobre esa paga. ¡Pobrecito!, dirán. En cambio, si ven a esa misma persona, con
buen porte, feliz, semblante alegre, incluso con risa, limpia y bien vestida,
aunque sea con ropa del Primark, sobreviviendo con los mismo 400 euros,
entonces ese es un aprovechado que vive sin trabajar a cargo del estado. ¡un
caradura!, dirán.
Este tipo de sentenciadores se caracterizan por una enorme falta
de altura de miras y empatía. Básicamente les molesta la felicidad del pobre y
en vez de hacer autocrítica y replantearse por qué no son felices ellos a pesar
de disponer de muchos más recursos o pararse a analizar qué relación existe
entre las posesiones y la felicidad, lo que hacen es intentar pisotear, no ya
al pobre (a este lo alimentan con la caridad que tapa sus endebles conciencias
éticas), sino al pobre feliz.
Se escudan en que trabajan mucho para justificar su
infelicidad, como si cambiar pañales a personas mayores o vender pañuelitos en
un semáforo, por ejemplo, no fuera trabajar mucho.
Yo no niego el esfuerzo de nadie. Por supuesto que hay gente
que trabaja y que merece más o, al menos, no merece menos. La asertividad es
una cualidad que implica respeto hacia el prójimo independientemente de que uno
reclame sus derechos. El neoliberalismo implica individualismo, falta de
asertividad y, por tanto, falta de solidaridad.
A mi entender, el estado, ante todo, debe garantizar que no
se vulneren derechos fundamentales de ninguna persona. A partir de ahí
empecemos a hablar. Evidentemente no siempre lo consigue, pero su obligación es
intentarlo, articular leyes que tiendan a erradicar la pobreza que, por cierto,
no ha aumentado como consecuencia de las políticas desarrolladas por este
gobierno, sino por la pandemia que padecemos (tener que explicar esto a algunas
personas es agotador por lo obvio) de la misma forma que hay gente que se
aprovecha de esa premisa fundamental (plasmada clarísimamente en nuestra
constitución, por cierto) para “vivir” sin trabajar pudiendo hacerlo. Criticar
y reclamar que el estado cumpla con esa premisa y vele porque no haya
“aprovechados” es nuestra obligación como ciudadanos, pero de ahí a
convertirnos en monstruos hay un abismo.
Claro que existe una responsabilidad individual en las
personas.
Claro que hay personas que han hecho de su vida lo que no
querían, precisamente haciendo lo que les parecía.
Claro que hay personas que se han buscado la situación que
viven actualmente y ahora pagan su precio.
Pero igualmente, también es evidente que existe una
responsabilidad por parte del conjunto de la sociedad para que no se favorezca
la diferencia de clases y por tanto la exclusión, la marginalidad, la
desigualdad de oportunidades o el abandono.
Todo empieza, todo pasa, todo continúa y todo termina con la
educación.
Que cada cual haga de su existencia lo que pueda o
considere, pero los derechos fundamentales deben ser tan invulnerables como
garantizados por un estado moderno y justo, incluido el derecho a ser felices. Las
personas con pocos recursos ya pagan el precio de vivir en la pobreza y/o en la
ignorancia. Allá cada cual, con su conciencia y sus actitudes, pero la
educación debe ser creadora de una moral que fomente la cohesión, la igualdad,
la justicia social o la compasión. Valores tan universales como humanos.
Entre la bondad, la justicia y la caridad, me quedo con la
bondad porque la caridad, aunque denote bondad, se ejerce desde arriba y, por
tanto, implica injusticia, la justicia es un valor superior, aunque por
desgracia, subjetivo y temporal. Sin embargo, sin bondad es imposible tanto la
justicia como la caridad, eso sí… supone cierta renuncia al pensamiento
individual en favor del prójimo (o lo que es lo mismo, menos egoísmo y
egocentrismo)
Es lo que tiene vivir en sociedad y en libertad, que implica
responsabilidad y mayores dosis de bondad para que todos, podamos aspirar a la
felicidad con todos los derechos fundamentales garantizados.
A los partidos de derechas que, se caracterizan todos por
criticar las “paguitas”, les diré que esos, los pobres (pobres por muy felices
que a veces se les vea), también son sus compatriotas y si critican el voto
comprado, les invito a que elaboren leyes justas. Es la mejor forma de vender
votos.
Fdo. Diego Bueno