sábado, 14 de noviembre de 2020

HABLEMOS DE “LA PAGUITA” … POR FIN!!

 En plena ola de crispación y polarización, fenómeno que, como todos sabemos, no es exclusivo de los Estados Unidos de América, observo comportamientos en forma de opiniones por parte de gente (de demasiada gente) a la que, básicamente les molesta la felicidad de quienes son más pobres que ellos.

Hacen gala de una aporofobia que me resulta repugnante, cuanto menos.

Hablan en tono despectivo y por supuesto peyorativo, de “las paguitas”. Hablan de quienes, según dicen, cobran “paguitas” sin dar golpe. Básicamente lo que les molesta es que personas que sobreviven con 400 euros al mes, puedan ser felices y tener buen aspecto. Justo y casualmente, esa felicidad que ellos no poseen por falta de agradecimiento, por no valorar lo que poseen. Viene a ser como desear que todas mis amistades engorden ya que yo no puedo adelgazar.

Si ven una imagen de una persona que sobrevive con 400 euros al mes, con la tez demacrada, con gesto apenado y compungido, malvestida, semblante serio, mirada baja y aspecto de pobre, entonces está justificado que cobre esa paga. ¡Pobrecito!, dirán. En cambio, si ven a esa misma persona, con buen porte, feliz, semblante alegre, incluso con risa, limpia y bien vestida, aunque sea con ropa del Primark, sobreviviendo con los mismo 400 euros, entonces ese es un aprovechado que vive sin trabajar a cargo del estado. ¡un caradura!, dirán.

Este tipo de sentenciadores se caracterizan por una enorme falta de altura de miras y empatía. Básicamente les molesta la felicidad del pobre y en vez de hacer autocrítica y replantearse por qué no son felices ellos a pesar de disponer de muchos más recursos o pararse a analizar qué relación existe entre las posesiones y la felicidad, lo que hacen es intentar pisotear, no ya al pobre (a este lo alimentan con la caridad que tapa sus endebles conciencias éticas), sino al pobre feliz.

Se escudan en que trabajan mucho para justificar su infelicidad, como si cambiar pañales a personas mayores o vender pañuelitos en un semáforo, por ejemplo, no fuera trabajar mucho.

Yo no niego el esfuerzo de nadie. Por supuesto que hay gente que trabaja y que merece más o, al menos, no merece menos. La asertividad es una cualidad que implica respeto hacia el prójimo independientemente de que uno reclame sus derechos. El neoliberalismo implica individualismo, falta de asertividad y, por tanto, falta de solidaridad.

A mi entender, el estado, ante todo, debe garantizar que no se vulneren derechos fundamentales de ninguna persona. A partir de ahí empecemos a hablar. Evidentemente no siempre lo consigue, pero su obligación es intentarlo, articular leyes que tiendan a erradicar la pobreza que, por cierto, no ha aumentado como consecuencia de las políticas desarrolladas por este gobierno, sino por la pandemia que padecemos (tener que explicar esto a algunas personas es agotador por lo obvio) de la misma forma que hay gente que se aprovecha de esa premisa fundamental (plasmada clarísimamente en nuestra constitución, por cierto) para “vivir” sin trabajar pudiendo hacerlo. Criticar y reclamar que el estado cumpla con esa premisa y vele porque no haya “aprovechados” es nuestra obligación como ciudadanos, pero de ahí a convertirnos en monstruos hay un abismo.

Claro que existe una responsabilidad individual en las personas.

Claro que hay personas que han hecho de su vida lo que no querían, precisamente haciendo lo que les parecía.

Claro que hay personas que se han buscado la situación que viven actualmente y ahora pagan su precio.

Pero igualmente, también es evidente que existe una responsabilidad por parte del conjunto de la sociedad para que no se favorezca la diferencia de clases y por tanto la exclusión, la marginalidad, la desigualdad de oportunidades o el abandono.

Todo empieza, todo pasa, todo continúa y todo termina con la educación.

Que cada cual haga de su existencia lo que pueda o considere, pero los derechos fundamentales deben ser tan invulnerables como garantizados por un estado moderno y justo, incluido el derecho a ser felices. Las personas con pocos recursos ya pagan el precio de vivir en la pobreza y/o en la ignorancia. Allá cada cual, con su conciencia y sus actitudes, pero la educación debe ser creadora de una moral que fomente la cohesión, la igualdad, la justicia social o la compasión. Valores tan universales como humanos.

Entre la bondad, la justicia y la caridad, me quedo con la bondad porque la caridad, aunque denote bondad, se ejerce desde arriba y, por tanto, implica injusticia, la justicia es un valor superior, aunque por desgracia, subjetivo y temporal. Sin embargo, sin bondad es imposible tanto la justicia como la caridad, eso sí… supone cierta renuncia al pensamiento individual en favor del prójimo (o lo que es lo mismo, menos egoísmo y egocentrismo)

Es lo que tiene vivir en sociedad y en libertad, que implica responsabilidad y mayores dosis de bondad para que todos, podamos aspirar a la felicidad con todos los derechos fundamentales garantizados.

A los partidos de derechas que, se caracterizan todos por criticar las “paguitas”, les diré que esos, los pobres (pobres por muy felices que a veces se les vea), también son sus compatriotas y si critican el voto comprado, les invito a que elaboren leyes justas. Es la mejor forma de vender votos.

Fdo. Diego Bueno

sábado, 7 de noviembre de 2020

HABLEMOS DEL ESPÍRITU CRÍTICO... POR FIN!!

 

Observo que todo el mundo aboga por fomentar el espíritu crítico. Es, al parecer, la panacea de la educación, es lo que queremos para nuestros hijos y además, todos consideramos que lo poseemos, que somos libres, que nuestras verdades son absolutas porque haciendo uso de esa libertad y esa independencia llegamos a conclusiones acertadas.

En estos tiempos en que todo el mundo tiene acceso a más información (incluso mucha más de la que somos capaces de procesar), era de suponer que quedarían erradicadas las supersticiones o las creencias irracionales, sin embargo, observo que no solo no han desaparecido sino que, gracias a las redes sociales e “influencers” o “tiktokers”, han aumentado. Temas que deberían haber sido superados en pleno siglo XXI, como la videncia, la astrología o la homeopatía permanecen más en boga que nunca, así, nos vemos rodeados de terraplanistas, negacionistas, seguidores de dietas milagro o gente anti-vacunas, por ejemplo.

En pos del supuesto espíritu crítico, se pone en duda absolutamente todo, incluso el conocimiento más afianzado, pero resulta que en eso no consiste el espíritu crítico, no.

Cierto es que se necesita de la duda, pero dudar de todo y de todos crea desorientación, te hace llegar a conclusiones erróneas y en muchas ocasiones, te empuja a apostar por lo irracional, p or lo que no tienen fundamento, por las opiniones de una mayoría, por opciones incongruentes o contradictorias.

El espíritu crítico necesita de la duda, pero a su vez, necesita de la confirmación de unos mínimos. No se puede dudar, por ejemplo, de que la tierra sea redonda o de las leyes de la física y, en cualquier caso, no todo el mundo es biólogo o físico como para dudar razonablemente de todo eso.

El espíritu crítico necesita que se conozcan distintas fuentes de información, pero no todas las fuentes tienen el mismo valor. No puede tener el mismo valor la información que ofrece una persona que firma con pseudónimo que la de un medio oficial contrastado. No puede valer igual la opinión de un médico que la de un curandero. Lo mejor es buscar distintas fuentes con cierto prestigio o credibilidad y contrastar la noticia o la afirmación.

Sin embargo, la tarea más ardua que conlleva tener un espíritu crítico no es la duda o la búsqueda de información fidedigna sino la capacidad de análisis que se posea. Ahí es donde no llega la mayoría de personas que presumen de disponer de un espíritu crítico, simplemente, porque analizar la información implica un sobreesfuerzo que no todo el mundo está dispuesto a realizar o, directamente, no todo el mundo sabe cómo hacerlo.

Es por eso que nos encontramos con gente que termina dejándose llevar por lo que escucha a su alrededor en su búsqueda, fácil e inmediata, de una solución, sin esfuerzo, a su desorientación. Todo ello como consecuencia de sus dudas permanentes que terminan convirtiéndose en desconfianza. Terminan por creer en lo inmediato y lo cercano.

Ese es el motivo por el que las opiniones de barra de bar tienen éxito y por eso la gente que llega a conclusiones absurdas o incongruentes, tienen la desfachatez de presumir de espíritu crítico asociando este a la duda permanente sobre casi todo.

Nos encontramos con inmigrantes latinos que votan a Donald Trump, trabajadores explotados seguidores de VOX, gente que sale a la calle a manifestarse, pervirtiendo la palabra libertad…

Para poder disponer de un espíritu crítico es necesario tener claras unas bases sobre las cuales sustentar las dudas y esas bases se forman, primero, a través de fuentes de información distintas pero fidedignas pero, ante todo, gracias a una capacidad de análisis que se fomenta y se estimula desde la niñez, porque si no es así, se corre el riesgo de convertirse en personas que cambian sus opiniones de un día para otro entrando en completa contradicción, guiados por su desorientación. Terminan, no por dudar de todo y todos, sino por desconfiar de todo y todos. Son, precisamente, ese tipo de personas, las más manipulables y, por tanto, las primeras víctimas de las “fake news”.

Más que de mantener una postura en la que se lleva la contraria a todo, el espíritu crítico requiere de racionalidad, de coherencia, de capacidad de análisis y procesamiento de la información y, en mi opinión, todo eso debería estar más fomentado en las escuelas y en las familias. Oponerse a todo no te hace poseedor de un espíritu crítico, simplemente te convierte en exaltado o desorientado o en buscador de un protagonismo típico de la adolescencia, en que se busca la identidad personal, por eso, esa actitud es propia de mentes inmaduras y/o poco formadas.

Fdo. Diego Bueno

martes, 3 de noviembre de 2020

HABLEMOS DEL PODER DE LA PALABRA... POR FIN!!

 

Me confieso un enamorado de la palabra, tanto la escrita como la hablada.

La naturaleza ha dotado a cada ser vivo de distintas formas para comunicarse, en definitiva, de lanzar señales que han de ser recibidas por un receptor y que en función de la complejidad de los mensajes sea posible hacer de la comunicación una experiencia más o menos compleja y completa. El lenguaje hablado y escrito, por tanto, nos humaniza, nos hace únicos, especiales y libres porque facilita la expresión de todo aquello que, como personas, somos capaces de sentir.

Pienso que vivimos una época marcada por la inmediatez. Se busca de forma despiadada la economía del lenguaje hasta límites que, a mi modo de ver, restan complejidad a las comunicaciones. Leemos solo los titulares, usamos emoticonos como forma de descripción de emociones y sentimientos o usamos redes sociales como Twitter, que permite únicamente 280 caracteres como máximo en cada mensaje. Nuestro cerebro es complejo y, por lo tanto, limitar nuestra capacidad de expresión, limita a su vez nuestra capacidad cerebral.

Toda belleza lo es más si es descrita. Hay belleza en la propia descripción. Hasta el amor es más completo cuando no solo es sentido, sino que además es comunicado e interpretado mediante la palabra.

El afamado psicólogo, Luis Rojas Marcos, dijo que “somos lo que hablamos”, y, por ende, lo que no hablamos.

Cuando observamos a personas que tienen poca capacidad para expresar, mediante la palabra, deseos, sentimientos, ideas o emociones, nos damos cuenta de que esas carencias tienen efectos tanto en su personalidad como en su capacidad y, por tanto, se limitan las relaciones con los demás. Asimismo, un emisor con la suficiente riqueza lingüística y capacidad para convertir en palabras lo que pasa por su cabeza, necesita de un receptor que sea capaz de interpretar todo lo que expresa ya que de lo contrario no solo redundará en detrimento de la comunicación, sino que el hecho de no entender o no sentirse entendido puede causar una enorme carga de frustración en ambos.

Considero que, tanto nuestro sistema educativo como las propias familias deberían insistir aún más en fomentar la comprensión lectora como forma de contrapeso ante las aplicaciones de mensajería instantánea. Para ello, se hace imprescindible poseer riqueza de vocabulario y expresiones y tal riqueza solo es posible adquirirla gracias a tres factores:

·         La lectura

·         El diálogo con personas que poseen mayor riqueza

·         La curiosidad, como base consciente de que: “Ganar en vocabulario es ganar en libertad”.

Es cierto ese refrán que dice que “Una imagen vale más que mil palabras”, pero lo que no se dice es que con las mil palabras puedes construir infinidad de imágenes.

Otra frase hecha que me resulta, cuanto menos curiosa, es esta que dicen muchas personas: “Menos decir y más hacer”. Como si fuera incompatible decir y hacer. Como si fuera obligatorio elegir entre decir y hacer. Como si el hecho de hablar no fuera ya, en sí, una acción.

A mi entender, frases como estas no son más que, entre otras disquisiciones, una forma de esconder carencias lingüísticas, del mismo modo que las personas embargadas por una gran emoción dicen eso de “Esto no se puede describir con palabras. Hay que sentirlo/vivirlo” (Como si describirlo con palabras restara emoción a lo sentido) en vez de decir: “En estos momentos me siento tan emocionado que no soy capaz de describirlo con palabras”

Absolutamente todos los sentimientos y emociones pueden ser descritos con palabras, otra cosa es que no seamos capaces de hacerlo o, simplemente, no poseamos la brillantez del poeta que crea aún más belleza mediante la palabra.

No se trata de que nos convirtamos todos en poetas o en divulgadores o en monologuistas. Se trata de que sintamos el deseo de enriquecer nuestro lenguaje para hacernos cada vez más libres, para que podamos “vomitar” lo que sentimos, para que usemos la palabra como herramienta humana para crear belleza, para ayudar, para consolar, para acompañar, para desarrollar amor, para defendernos, para entender, para empatizar, para comunicar, para describir, para pensar, para imaginar, para crear, para compartir, para seducir, para debatir, para dialogar, para comprender, para preguntar, para crecer, para analizar, para sentir, para reír, para sanar, para el sexo, para transformar, para progresar…

Es posible hacer todo eso sin riqueza lingüística pero cuanta más posees, más y mejores posibilidades tienes.

Por supuesto hablamos siempre de la palabra cargada de contenido y positividad y no de eso que viene en llamarse “la palabrería” o “las palabras vacías” que únicamente rellenan huecos cerebrales. Por supuesto que, mal usada, la palabra puede causar daño. Por supuesto que hay personas que la usan para manipular, engañar o insultar. ¡Se trata de un poder! (el poder de la palabra) y, como todo poder, requiere de responsabilidad, medida, límites y madurez (si lo piensas, es exactamente lo mismo que se exige para la libertad), sin embargo, se da la circunstancia de que, justamente las personas que menor riqueza lingüística poseen son las que, habitualmente, más recurren al insulto y la descalificación. La pobreza lingüística propicia la pérdida de control de las emociones gracias a la impotencia, en forma de presión, que surge por no poder expresar lo que se siente.

Somos nosotros mismos los únicos responsables del uso que hacemos de la palabra, de nuestra palabra y de nuestra capacidad para decir, de ahí el silencio de muchas personas, ahí es donde se sustentan y subyacen miedos ocultos o, simplemente, la pobreza moral o de contenidos.

Por último, señalar que es importante, para el buen uso de la palabra, acertar con el cómo, el cuándo, el dónde, el para qué o el para quién. Se convierte en todo un arte el buen manejo del lenguaje. Un arte al que solo es posible acceder mediante la práctica.

Concluyendo: La palabra y su buen uso es un poder, y es tan necesaria como el silencio. Somos la única especie sobre la tierra que posee un lenguaje complejo para expresar toda la complejidad intrínseca a lo humano. Se trata de un arte, una habilidad, una virtud hacer un buen uso, tanto de la palabra como de los silencios, siempre y cuando tanto una como los otros, sean conscientes, decididos libremente y adecuados al contexto en tiempo y forma.

Fdo. Diego Bueno

HABLEMOS DE: "EL MAL EN INTERNET"… POR FIN!!

  HABLEMOS DE "EL MAL EN INTERNET"… POR FIN!!    Internet, en general y las redes sociales, en particular, nos han acercado tanto...