Trabajo, amor, salud, dinero…
Todos aspiramos a tener todo eso y a sentirnos seguros. Es
algo de lo más humano. Sin embargo, a lo largo de la vida, siempre habrá
algunos de esos parámetros (o incluso todos) que no tengamos lo suficientemente
claros o a nuestro gusto. Simplemente es imposible que todo esté bien siempre. Ya
que los cambios son intrínsecos e inevitables, enfoquémoslos hacia nuestro
beneficio interior.
Generalmente prestamos más atención a lo que nos falta que a
lo que tenemos. Prestamos más atención a lo que deseamos conseguir que a lo que
ya hemos conseguido. Craso error, porque pasamos de sentirnos agradecidos y,
por tanto, felices y plenos, a instalarnos en la queja y por consiguiente, a sentirnos
desdichados e incluso frustrados o incompletos.
Muchas personas, para combatir la incertidumbre, se ponen en
manos de dioses y religiones basadas en la fe, o lo que es lo mismo, en encontrar
certezas sin una base racional y empírica. Otras personas recurren a “adivinos”,
echadores de cartas y demás aprovechados. Todos ellos saben muy bien que la
certidumbre es una necesidad humana. Sin embargo, siento decirte que los dioses
son creados a imagen y semejanza de las necesidades humanas y no al revés y que
los “adivinos” y los mesías se aprovechan del conjunto formado por tus
carencias y tus necesidades.
Quiero hacer hincapié en el término “carencias” para aclarar
que no lo menciono en tono peyorativo ni mucho menos. La educación recibida, la
falta de tratamiento de la inteligencia emocional en los currículos escolares,
en el entorno socio-económico o en la propia moral social imperante, delimitan
y asfixian nuestra capacidad para desarrollar herramientas que nos permitan,
primero, aceptar que la incertidumbre es intrínseca a la propia existencia y
segundo, que hay formas de conseguir que no nos convirtamos en náufragos a la
deriva en un mar de miedos, porque una de las principales consecuencias de no
aceptar la incertidumbre son los miedos y, como consecuencia, la parálisis que
implican.
Asimismo, la incertidumbre mezclada con la necesidad de
seguridad, suele conllevar una búsqueda, a veces obsesiva, de esa seguridad
deseada. Tal deseo insatisfecho es sinónimo de frustración, de ansiedad, de
queja y de sufrimiento.
Incertidumbre= miedos= parálisis= no crecimiento=
infelicidad
Incertidumbre= búsqueda de certidumbre= frustración, =
desesperanza= infelicidad
Una vez que nuestras necesidades básicas para la
subsistencia (techo, agua, comida…) están cubiertas, todo lo demás es
susceptible de ser interpretado subjetivamente, es decir, podemos centrarnos en
agradecer lo que poseemos o, en cambio, añorar y quejarnos de lo que nos falta.
No se trata de convertirnos en conformistas, sino más bien de buscar un
equilibrio entre la mejora constante y a la vez no dejar de lado la autocomplacencia
por lo que hemos conseguido, porque los objetivos y los bienes materiales, para
que puedan ser valorados en su justa medida, han de ser conseguidos. Estamos
inmersos en una sociedad en la que, para obtener beneficio económico con la
venta de productos, se crean necesidades ficticias a cada minuto. Bien, pues
esa misma filosofía, sin apenas darnos cuenta, se aplica también a las
necesidades no tangibles (afecto, compañía, muestras de cariño o admiración,
amor, sexo, necesidad de ser entendidos y aceptados…), es decir, a veces,
creamos necesidades innecesarias.
El nivel de incertidumbre aceptado, tiene que ver con los
logros, con la magnitud de los objetivos fijados, con la autoestima, con la voluntad,
la firmeza, la constancia y la tenacidad de nuestro esfuerzo y nuestras
convicciones, en definitiva, tiene que ver con lo que somos , con cómo somos
capaces de ver el mundo desde una perspectiva positivista, con nuestra
resiliencia, con nuestra capacidad para emocionarnos o apasionarnos, con
nuestra tolerancia para con nosotros mismos, con nuestra capacidad para
comunicarnos, de interrelacionarnos, de abrir nuestros corazones, de empatizar,
de ayudar y hacer el bien. Resumiendo, tiene que ver con nuestra inteligencia
emocional. Todo eso, como decía, no solo es trabajable y mejorable en cualquier
momento, sino que debería ser tenido en cuenta y estimulado desde la primera
bocanada de aire, en las familias, en los centros educativos, por las
administraciones y hasta en la moral social, sin dejar de lado, obviamente, la
responsabilidad individual a la que hay que apelar en cualquier momento de
nuestra existencia.
Se trata de construir nuestro propio bucle en el que el
patrón a seguir sea:
Me conozco (virtudes y defectos) → me esfuerzo para mejorar → mejoro → me acepto → me quiero → me siento pleno, seguro y con fuerzas
para afrontar la incertidumbre → la
asumo.
Paradójicamente, la incertidumbre es de las pocas certezas
que tenemos. Aceptarla requiere de esfuerzo y constancia, pero el premio es
descomprimirnos y consiste en librarnos de miedos infundados y frustraciones
innecesarias que empobrecen nuestra vida. Nuestra única vida mientras no se
demuestre lo contrario. Merece la pena, sin duda.
Fdo. Diego Bueno
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