Después de leer mucho, analizar
las distintas realidades, procesar toda la información que considero fiable en
estos temas y tras mis años de experiencia laboral, he conseguido llegar a
estas conclusiones. Sin duda que no serán las únicas y por supuesto que todo es
opinable en este tema, pero vuelvo a dejar aquí mi opinión sincera e imparcial
en la medida en que soy capaz, partiendo de la base de que, por definición,
ninguna opinión es objetiva.
El patrón histórico de la
política occidental se basó durante décadas en una clara correlación: la clase
trabajadora y los sindicatos eran la base electoral incondicional de los
partidos de izquierda (socialdemócratas, laboristas, socialistas…), mientras
que la derecha representaba a la burguesía y al capital. Sin embargo, en las
últimas décadas, esta lealtad se ha roto. Desde el apoyo al Brexit por
parte de zonas obreras en el Reino Unido hasta el voto a partidos de
ultraderecha en Francia, Italia o aquí en España, la paradoja electoral es
innegable. Este fenómeno es, en mi opinión, el resultado de varios
desencadenantes: Una profunda crisis de identidad, una efectiva apelación
emocional por parte de la derecha y un fracaso estratégico de la izquierda;
Paso a analizarlo todo desde una triple perspectiva: Sociológica, psicológica e
histórica.
Análisis Sociológico
La sociología electoral nos
enseña que el voto está cada vez menos determinado por la clase económica y más
por la identidad cultural y territorial. A mi modo de ver, la desestructuración
económica de las últimas décadas ha jugado un papel crucial en este cambio. Me
refiero a la desindustrialización y la globalización, que ha mermado el poder
de la clase trabajadora tradicional. Las fábricas cerraron o se deslocalizaron
(a día de hoy casi todo se fabrica en Asia), y los sindicatos perdieron
influencia. El trabajador de mono de trabajo azul y empleo fijo fue reemplazado
por el precario del sector servicios, el autónomo dependiente o el
subcontratado.
Mientras que en 1970 el peso del
sector industrial en el PIB de muchos países europeos superaba el 30%, hoy rara
vez supera el 15-20%.
Esta transformación ha
desmantelado el entorno social (barrio, fábrica, sindicato) que históricamente
reforzaba la conciencia de clase y la lealtad a la izquierda. Puedo confirmar
este dato con mi propia experiencia personal ya que donde yo vivo era el típico
barrio obrero en el que todos sus habitantes trabajaban en la misma fábrica. En
la actualidad, los trabajadores se sienten individualmente vulnerables, ya no
sienten que forman parte de un colectivo fuerte.
Por otra parte, la izquierda
moderna ha abrazado con fuerza las agendas progresistas centradas en la
identidad (género, ecologismo, derechos LGTBI+), un cambio fundamental y
necesario, pero que a menudo se percibe como ajeno o elitista desde ciertas
zonas obreras más tradicionales o rurales.
La derecha, y sobre todo la
ultraderecha, ha capitalizado este vacío, transformando el conflicto de un eje económico
(Clase vs. Capital) a un eje cultural (Pueblo vs. Élite). Apelan a los
trabajadores como "gente de orden" que se siente amenazada por la
inmigración, la pérdida de soberanía o los cambios acelerados de valores. Como
se puede observar, el foco se desplaza del salario a la seguridad cultural y
nacional.
Análisis Psicológico
El voto a la derecha en la clase
trabajadora es, a menudo, una respuesta emocional cargada de resentimiento y
una búsqueda de control en un mundo percibido como caótico.
Las encuestas muestran que el
principal temor de muchos trabajadores con empleo (pero bajo la amenaza
constante de la precarización) no es la pobreza extrema, sino el descenso
social. Temen perder su estatus y que sus hijos vivan peor que ellos. Este
miedo se proyecta fácilmente hacia el "otro" que compite por recursos
limitados, ¿y quién es ese otro? El inmigrante, el extranjero o la burocracia
supranacional, por ejemplo, la comisión europea.
La derecha ofrece un discurso que
promete protección y estabilidad, apelando al nacionalismo económico y a la mano
dura contra la inseguridad percibida. No real pero percibida gracias a medios
de comunicación que repiten constantemente mensajes que calan y provocan miedos
en la población aunque no hayan datos que avalen esos miedos (okupas,
independentistas, ladrones, islamistas etc.) Psicológicamente, la propuesta de
"cercar" la nación y devolver el control es muy atractiva para
quienes sienten que no controlan su propia vida económica.
Muchos trabajadores, además,
utilizan su voto a la derecha como un voto de castigo contra el “establishment”
político que, a su juicio, permitió la precariedad.
Aunque los partidos de derecha
suelen representar a las élites económicas, logran proyectar una imagen de autenticidad
al usar un lenguaje sencillo, directo y a menudo populista que valida las
frustraciones de la calle. El resentimiento no se dirige solo contra los ricos,
sino contra la "élite progresista", percibida como moralista e
hipócrita, que habla de derechos sociales y ecología mientras ignora las
hipotecas y las facturas. La derecha se posiciona hábilmente como la voz de la
"gente corriente" contra los "intelectuales" y los "burócratas".
3. Análisis Histórico
La clave histórica para entender
este transvase es, a mi modo de ver, la transformación ideológica y estratégica
de los partidos de izquierda.
A partir de los años 80 y 90,
muchos partidos socialdemócratas abrazaron la llamada "Tercera Vía",
una estrategia que aceptaba o suavizaba gran parte del consenso neoliberal
(globalización, liberalización, responsabilidad fiscal). Figuras como Tony
Blair en Reino Unido o Gerhard Schröder en Alemania, buscaron atraer a las
clases medias urbanas, pero al asumir la gestión de la economía capitalista con
herramientas similares a las de la derecha (privatizaciones, recortes en el
gasto social para controlar el déficit…), la izquierda erosionó su distinción
programática en lo económico. Muchos trabajadores dejaron de ver a la izquierda
como la defensora exclusiva de sus intereses materiales.
Simultáneamente, las estructuras
tradicionales de la izquierda (sindicatos, asociaciones de barrio, etc.)
perdieron penetración en los entornos obreros. La izquierda abandonó un lenguaje
de clase fuerte, reemplazándolo por una retórica más universalista o centrada
en los "nuevos movimientos sociales".
Este vacío retórico y
organizativo fue ocupado estratégicamente por la derecha, que no dudó en
utilizar la demagogia de la protección social (EEUU primero, los españoles
primero, etc) y el discurso "anti-establishment" para ganarse la
simpatía obrera.
En conclusión, según mi parecer, el
voto de la clase trabajadora a la derecha es un síntoma de una profunda crisis
de representación. No se trata de un voto a favor de las políticas
económicas conservadoras (que les suelen perjudicar), sino un voto en contra de
la precariedad, en busca de reconocimiento y por despecho hacia una izquierda
percibida como ausente.
La batalla electoral ya no se
define solo por la distribución de la riqueza, sino por el choque de
identidades y valores. Para revertir esta tendencia, la izquierda necesita no
solo defender sus propuestas económicas, sino también restaurar su conexión
emocional y su autoridad moral entre los trabajadores que, ante la inseguridad
económica, han priorizado el llamamiento a “la tribu”, el patriotismo y la
promesa de un orden fuerte y seguro, ofrecidos con gran efectividad por la
derecha. La derecha es conocedora de que en democracia siempre tienen las de
perder (siempre hay más trabajadores que empresarios) así que debe hacerse un
hueco entre la clase trabajadora. Nada mejor que apelar a las emociones.
Patria, seguridad, tradiciones y resentimiento hacia las “izquierdas elitistas”.
Hay que reconocer que se les da muy bien.
Fdo. Diego Bueno