La gran premisa para que podamos
ser tal como realmente somos es conocernos a nosotros mismos. Esto nos
permitirá vivir sin sesgos, sin prejuicios, sin exceso de condicionantes, sin
tabúes que impidan, que maniaten o que limiten nuestra libertad, nuestra
autonomía, nuestra autosuficiencia y nuestro desarrollo y crecimiento personal.
Desde que somos pequeños, la
sociedad (la familia, la escuela, el grupo de amigos, las redes) nos ofrece un
manual no escrito sobre cómo "deberíamos" ser. Nos enfrentamos
constantemente a un dilema fundamental: vivir para contentar el guion ajeno o
atrevernos a escribir el nuestro. Obviamente, ser uno mismo no es un destino de
llegada fácil, sino un viaje, a menudo turbulento, de autoconocimiento mezclado
con dosis de valentía. El primer paso, por tanto, es conocernos a nosotros
mismos haciéndolo con la mayor honestidad posible, sin autoengañarnos y
librándonos de las presiones socio culturales. Se trata de un paso que comienza
en la preadolescencia y que, paradójicamente, requiere madurez, de ahí que no
sea ni fácil ni rápido.
Por suerte, a día de hoy hay
mucha más libertad y la sociedad hace gala de una heterogeneidad más acorde a
la diversidad humana.
Todos los regímenes totalitarios,
es decir, los que cercenan las libertades, tratan de homogeneizar las
costumbres y las actitudes. Es lo que se conoce como pensamiento único u
homogeneización forzada y que crea una moral social que se autorregula de forma
que toda aquella persona que se salga de sus límites queda señalada y, por
supuesto, marcada de por vida.
Debemos ser conscientes de que
intentar ser uno mismo es una necesidad profunda. Como bien sabemos en el
ámbito de la pedagogía, la autenticidad es la base sobre la que se construyen
la autoestima, la resiliencia y, en última instancia, una vida con verdadero
sentido. Es, por consiguiente, muy recomendable que haya autenticidad, es
decir, una coherencia entre lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos.
Cuando abrazamos nuestra esencia,
los beneficios son como esos dividendos incalculables que produce una buena
inversión de tiempo y esfuerzo, tal como ocurre con la escritura terapéutica,
por ejemplo.
Dejar de asumir un papel ajeno es
una liberación, así como un antídoto contra el estrés, ya que pretender ser
quien no se es requiere de un enorme esfuerzo y fatiga mental. Ser uno mismo
nos permite procesar las propias emociones y gestionar nuestros miedos sin la
pesada máscara de la aprobación social.
Es cierto que el camino no está
libre de trampas. Ser uno mismo exige pensamiento crítico y una dosis de
rebeldía, especialmente en tiempos de sobreinformación y presión social en
redes.
Desde el patio del colegio hasta
el foro digital, el mayor obstáculo al que nos enfrentamos si queremos
acercarnos más a una versión nuestra más fiel a nuestra esencia es el miedo a
ser señalados o rechazados. Nuestra necesidad evolutiva de pertenecer nos
empuja a la conformidad, a la estandarización del pensamiento y a la aceptación
de las consignas morales instauradas. En realidad, se trata de una versión
social del "sesgo de confirmación": buscamos información (y
aceptación) que refuerce lo que creemos que los demás esperan de nosotros.
Incluso cuando empezamos a ser
auténticos, a veces nos asaltan las dudas, ya que se requiere la suficiente
humildad para aceptar nuestras imperfecciones sin sentir que somos un fraude.
Por otra parte, la autocrítica excesiva es una trampa mental.
Además, los mandatos familiares,
profesionales o culturales ("una persona de tu edad debería...",
"una persona de éxito hace...", “un hombre no llora en estas
situaciones”, etc.) actúan como cadenas invisibles. Se requiere una labor consciente,
propia de un proceso pedagógico, para desglosar, categorizar y desarticular
esos mandatos y así poder ver lo que realmente queremos.
Las relaciones de todo tipo (de
pareja, de amistad, laborales, etc.) se afianzan cuando aceptamos a las
personas tal cuales son, de la misma forma que cuando nos aceptan tal cual
somos. La paradoja es clara: para conectar de verdad, primero hay que mostrarse.
Una relación construida sobre una
fachada es frágil, por eso quienes viven de la ostentación permanente o “del
qué dirán” suelen tener muchos conocidos, pero pocos amigos/as de verdad y sus
relaciones de pareja (las más íntimas y profundas) suelen durar menos. La
autenticidad atrae a personas que valoran la persona real, no el personaje,
fortaleciendo la empatía y la cooperación.
Compartir nuestro tiempo y
nuestros distintos estados mentales, en el día a día, con personas que nos
permiten ser nosotros mismos es un auténtico lujo, es una enorme fortuna. Es
una puerta abierta de par en par a la felicidad. Si eres así de afortunado/a,
cuida eso porque es oro puro.
Fdo. Diego Bueno