domingo, 12 de octubre de 2025

HABLEMOS DE POR QUÉ LA CLASE TRABAJADORA VOTA A LA DERECHA. ¡POR FIN!

 



Después de leer mucho, analizar las distintas realidades, procesar toda la información que considero fiable en estos temas y tras mis años de experiencia laboral, he conseguido llegar a estas conclusiones. Sin duda que no serán las únicas y por supuesto que todo es opinable en este tema, pero vuelvo a dejar aquí mi opinión sincera e imparcial en la medida en que soy capaz, partiendo de la base de que, por definición, ninguna opinión es objetiva.

El patrón histórico de la política occidental se basó durante décadas en una clara correlación: la clase trabajadora y los sindicatos eran la base electoral incondicional de los partidos de izquierda (socialdemócratas, laboristas, socialistas…), mientras que la derecha representaba a la burguesía y al capital. Sin embargo, en las últimas décadas, esta lealtad se ha roto. Desde el apoyo al Brexit por parte de zonas obreras en el Reino Unido hasta el voto a partidos de ultraderecha en Francia, Italia o aquí en España, la paradoja electoral es innegable. Este fenómeno es, en mi opinión, el resultado de varios desencadenantes: Una profunda crisis de identidad, una efectiva apelación emocional por parte de la derecha y un fracaso estratégico de la izquierda; Paso a analizarlo todo desde una triple perspectiva: Sociológica, psicológica e histórica.

Análisis Sociológico

La sociología electoral nos enseña que el voto está cada vez menos determinado por la clase económica y más por la identidad cultural y territorial. A mi modo de ver, la desestructuración económica de las últimas décadas ha jugado un papel crucial en este cambio. Me refiero a la desindustrialización y la globalización, que ha mermado el poder de la clase trabajadora tradicional. Las fábricas cerraron o se deslocalizaron (a día de hoy casi todo se fabrica en Asia), y los sindicatos perdieron influencia. El trabajador de mono de trabajo azul y empleo fijo fue reemplazado por el precario del sector servicios, el autónomo dependiente o el subcontratado.

Mientras que en 1970 el peso del sector industrial en el PIB de muchos países europeos superaba el 30%, hoy rara vez supera el 15-20%.

Esta transformación ha desmantelado el entorno social (barrio, fábrica, sindicato) que históricamente reforzaba la conciencia de clase y la lealtad a la izquierda. Puedo confirmar este dato con mi propia experiencia personal ya que donde yo vivo era el típico barrio obrero en el que todos sus habitantes trabajaban en la misma fábrica. En la actualidad, los trabajadores se sienten individualmente vulnerables, ya no sienten que forman parte de un colectivo fuerte.

Por otra parte, la izquierda moderna ha abrazado con fuerza las agendas progresistas centradas en la identidad (género, ecologismo, derechos LGTBI+), un cambio fundamental y necesario, pero que a menudo se percibe como ajeno o elitista desde ciertas zonas obreras más tradicionales o rurales.

La derecha, y sobre todo la ultraderecha, ha capitalizado este vacío, transformando el conflicto de un eje económico (Clase vs. Capital) a un eje cultural (Pueblo vs. Élite). Apelan a los trabajadores como "gente de orden" que se siente amenazada por la inmigración, la pérdida de soberanía o los cambios acelerados de valores. Como se puede observar, el foco se desplaza del salario a la seguridad cultural y nacional.

Análisis Psicológico

El voto a la derecha en la clase trabajadora es, a menudo, una respuesta emocional cargada de resentimiento y una búsqueda de control en un mundo percibido como caótico.

Las encuestas muestran que el principal temor de muchos trabajadores con empleo (pero bajo la amenaza constante de la precarización) no es la pobreza extrema, sino el descenso social. Temen perder su estatus y que sus hijos vivan peor que ellos. Este miedo se proyecta fácilmente hacia el "otro" que compite por recursos limitados, ¿y quién es ese otro? El inmigrante, el extranjero o la burocracia supranacional, por ejemplo, la comisión europea.

La derecha ofrece un discurso que promete protección y estabilidad, apelando al nacionalismo económico y a la mano dura contra la inseguridad percibida. No real pero percibida gracias a medios de comunicación que repiten constantemente mensajes que calan y provocan miedos en la población aunque no hayan datos que avalen esos miedos (okupas, independentistas, ladrones, islamistas etc.) Psicológicamente, la propuesta de "cercar" la nación y devolver el control es muy atractiva para quienes sienten que no controlan su propia vida económica.

Muchos trabajadores, además, utilizan su voto a la derecha como un voto de castigo contra el “establishment” político que, a su juicio, permitió la precariedad.

Aunque los partidos de derecha suelen representar a las élites económicas, logran proyectar una imagen de autenticidad al usar un lenguaje sencillo, directo y a menudo populista que valida las frustraciones de la calle. El resentimiento no se dirige solo contra los ricos, sino contra la "élite progresista", percibida como moralista e hipócrita, que habla de derechos sociales y ecología mientras ignora las hipotecas y las facturas. La derecha se posiciona hábilmente como la voz de la "gente corriente" contra los "intelectuales" y los "burócratas".

3. Análisis Histórico

La clave histórica para entender este transvase es, a mi modo de ver, la transformación ideológica y estratégica de los partidos de izquierda.

A partir de los años 80 y 90, muchos partidos socialdemócratas abrazaron la llamada "Tercera Vía", una estrategia que aceptaba o suavizaba gran parte del consenso neoliberal (globalización, liberalización, responsabilidad fiscal). Figuras como Tony Blair en Reino Unido o Gerhard Schröder en Alemania, buscaron atraer a las clases medias urbanas, pero al asumir la gestión de la economía capitalista con herramientas similares a las de la derecha (privatizaciones, recortes en el gasto social para controlar el déficit…), la izquierda erosionó su distinción programática en lo económico. Muchos trabajadores dejaron de ver a la izquierda como la defensora exclusiva de sus intereses materiales.

Simultáneamente, las estructuras tradicionales de la izquierda (sindicatos, asociaciones de barrio, etc.) perdieron penetración en los entornos obreros. La izquierda abandonó un lenguaje de clase fuerte, reemplazándolo por una retórica más universalista o centrada en los "nuevos movimientos sociales".

Este vacío retórico y organizativo fue ocupado estratégicamente por la derecha, que no dudó en utilizar la demagogia de la protección social (EEUU primero, los españoles primero, etc) y el discurso "anti-establishment" para ganarse la simpatía obrera.

En conclusión, según mi parecer, el voto de la clase trabajadora a la derecha es un síntoma de una profunda crisis de representación. No se trata de un voto a favor de las políticas económicas conservadoras (que les suelen perjudicar), sino un voto en contra de la precariedad, en busca de reconocimiento y por despecho hacia una izquierda percibida como ausente.

La batalla electoral ya no se define solo por la distribución de la riqueza, sino por el choque de identidades y valores. Para revertir esta tendencia, la izquierda necesita no solo defender sus propuestas económicas, sino también restaurar su conexión emocional y su autoridad moral entre los trabajadores que, ante la inseguridad económica, han priorizado el llamamiento a “la tribu”, el patriotismo y la promesa de un orden fuerte y seguro, ofrecidos con gran efectividad por la derecha. La derecha es conocedora de que en democracia siempre tienen las de perder (siempre hay más trabajadores que empresarios) así que debe hacerse un hueco entre la clase trabajadora. Nada mejor que apelar a las emociones. Patria, seguridad, tradiciones y resentimiento hacia las “izquierdas elitistas”. Hay que reconocer que se les da muy bien.

Fdo. Diego Bueno


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