Es curioso cómo la muerte nos lleva a pensar en la muerte.
Nos hace pararnos y pensar, analizar y situarnos en el contexto de la vida.
Porque cuando un amigo se va… se va un trozo de nuestra vida. Se va un pasado común que no volverá a ser esperanza. Esperanza y futuro van de la mano como incompatibles son con la muerte.
Queda la nostalgia de los momentos vividos y compartidos.
Y no! No está en el cielo porque no existe el cielo. El amigo que se va está en el mismo lugar en el que se encontraba antes de nacer. En la nada. Y la nada es nada. Los matemáticos intentan simbolizarla con el número 0. Es curioso que el 0 se represente con la forma de un círculo. Si la muerte es la nada, la vida es un círculo. Todos los días mueren y nacen personas. La vida se renueva y nosotros formamos parte de ese círculo.
Lo único que queda (que no es poco) es el legado de amistad, de su concepto, de los momentos compartidos por contemporaneidad, afinidad y complementación. Y todo eso es ya mucho, porque inunda los corazones de los que tuvimos la enorme fortuna de ser sus amigos. Pero su recuerdo durará un par de generaciones a lo sumo. Es triste y, sin embargo me siento afortunado de pertenecer a una de esas generaciones.
A estas alturas de partido son muchas las personas que han pasado por nuestras vidas y todas, en mayor o menor medida, han dejado alguna huella en nosotros. Cuando una de esas personas la definimos como AMIGO la huella que deja es honda.
Queda el vacío, la despedida soñada y no cumplida, la impotencia y la desazón. Queda una vida (la mía y otras) enriquecida por la que se ha marchado.
Luego están las típicas frases de cementerio. Que si la vida es un asco, que si estaba para él, que si el destino está escrito etc.
Estoy totalmente de acuerdo con Machado cuando dijo que “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”.
En realidad la muerte duele a los vivos. En el sepulcro hay un solo muerto y muchos corazones enterrados.
Qué verdad tan enorme es que la amistad no depende del espacio y el tiempo, porque el tiempo es el que demuestra que los avatares y vicisitudes de la vida no son suficientes para separar una verdadera amistad. Porque aun en la lejanía, incluso a veces, en el desencuentro, la amistad perdura como perdura el amor. Cuando la muerte rompe esos lazos notamos la llama que incendia el alma. Notamos el escalofrío de sabernos vivos y, por tanto, candidatos a la muerte. Comprendemos el significado de la palabra “jamás”. Porque quien se va ya no vuelve.
Me quedo, sin duda, con los momentos vividos. Muy vividos. Masticados, acaso, con deleite. Momentos compartidos que, eso si… no olvidaré “jamás”.
Este artículo, por supuesto, está dedicado a mi amigo que se fue. Antonio Ruiz Adame y a su viuda, Belén.
Fdo. Diego Bueno
No hay comentarios:
Publicar un comentario