Denostada, criticada y malentendida, no hacemos más que
contemplar, con asombro, a esta generación de jóvenes que posee unas
características muy particulares.
Como si hubieran crecido a nuestras espaldas. Como si
nosotros (sus padres) fuéramos, únicamente, sus víctimas. Como si su conducta,
sus hábitos, su moral (que tenerla, la tienen) y su forma de vida, además de
ajena a nosotros, no fuera responsabilidad nuestra.
Pues siento deciros que no deberíamos engañarnos. No
deberíamos pensar que toda la “culpa” es de ellos como si nosotros y nuestra
forma de educarlos no influyera en que sean como son.
Lo siento señores!! Pero… los responsables de que exista
esta generación de jóvenes, en la que los “ninis” ocupan el lugar mas
significativo, (ya se sabe que toda generalización acarrea injusticias) no
somos más que nosotros (padres, educadores y la sociedad, en general)
Como suelo hacer siempre, no tengo más remedio que volver a
remitirme a tiempos pasados (para saber lo que somos es necesario saber de
donde venimos). Somos el paso intermedio entre dos generaciones radicalmente
opuestas. Por una parte nuestros padres fueron víctimas de un régimen represor
en todos los aspectos. Por otra parte, nuestros hijos padecen nuestras ansias
de libertad tras esa represión. También venimos de una cultura en la que para
conseguir algo había que ganárselo (debido a que había enormes carencias y no
era fácil disfrutar de comodidades) (entonces no había tiendas de chinos, por
ejemplo) y de pronto nos vimos abordados por una ola de opulencia,
posibilidades, medios, riqueza y prosperidad.
Me consta que hay mucha gente que añora el concepto de
educación de tiempos pasados (“esto antes no se consentía” suelen decir). Y yo
digo que no sería tan buena esa forma de educar cuando nosotros (los educados a
la antigua) estamos criando a niños y jóvenes que son calificados como “ninis”
en el sentido más peyorativo.
Les damos todo aquello que nosotros no tuvimos. Pensamos que
dando mucho les hacemos un favor. Queremos que accedan de forma fácil y rápida
a todos esos bienes a los que nosotros no pudimos acceder. Damos especial
importancia a que sean nuestros hijos los que elijan (cuando resulta que,
precisamente por sobreprotegerlos y sobre- mimarlos, no han adquirido la
capacidad de elegir por inmadurez acentuada hasta extremos insospechados).
Es un mal social extendido.
Que si la cultura del pelotazo, que si vive el presente, que
si trabaja poco y gana mucho, que si te apunto a no se qué actividad y si no te
gusta te apunto a otra y si no, te quedas en casa jugando a la play de turno….
Si. Somos los responsables de esa generación. Y mirar a otro
lado o, siquiera, sorprendernos, debería estar penado por la ley. Por una parte
deberíamos analizar qué hacemos de forma incorrecta. Por otra, por supuesto,
deberíamos rectificar.
Los cuarentones vimos morir a Franco. Respecto al resto de
Europa, estábamos carentes de libertad y de adelantos técnicos. Si, señores.
Nosotros vimos películas clasificadas “s” con el único objetivo de verle las
tetas a la Cantudo o el “conejo” a la Lole de turno. Así de patético.
Nosotros descubrimos que hay lugares a los que se puede ir y
comprar de todo. Desde comida hasta juguetes (solo tenías que coger un carro de
la compra y echar de todo en el). Descubrimos que con el tiempo podríamos ser
dueños de un coche parecido al de Starski y Hatch o que no sería necesario
dinero para pagar algo porque inventaron unas tarjetas que servían para lo
mismo. Nos dimos cuenta de que había más clases de zapatillas que las Tórtola o
más canales de televisión que la primera o la segunda cadena. Nos sorprendió la
ley del divorcio, la ley contra el maltrato animal, la ley contra el maltrato a
la mujer, el estatuto de los trabajadores, la incorporación de la mujer al
trabajo por cuenta ajena. Fuimos testigos de una transformación socio-cultural
muy brusca… Para colmo, iniciamos la revolución de Internet en la que aun
estamos inmersos. Cambios, en todos los ámbitos de la vida diaria, demasiado
bruscos y en corto espacio de tiempo. Nos hemos visto avasallados por esos
cambios porque no todos nos adaptamos a ellos con igual éxito. Existen
diferencias enormes entre la gente de mi generación en cuanto a capacidad de
adaptación a esos cambios. También se han producido cambios en cuanto al
concepto de educación. Y… o no estábamos preparados para dichos cambios o no
los hemos terminados de aceptar a pesar de la imposición.
El caso es que el precio de tanto caos lo pagan nuestros
hijos. Perdimos los patrones antiguos (por suerte) que, aunque equivocados no
dejan de ser patrones y estamos en proceso de adaptación (como toda nuestra
existencia como generación) a los nuevos tiempos en los que los patrones están
aun por definir en muchos aspectos (incluidos los que tienen que ver con el
sentido de la educación).
Hace cuarenta años no se discutía, a nivel popular, si el
sistema educativo era bueno o mejorable. ¿Cómo se iba a discutir si no se sabía
si había otras formas de educar?.
Hoy día (y a pesar de que todos los especialistas coinciden
en que el nuestro es el mejor sistema educativo posible, en términos generales)
la gente discute sobre la conveniencia de educar así o no.
Eso hace que no haya un patrón definido y aceptado por toda
la sociedad.
Por otro lado… la sociedad capitalista y basada en el
consumo, nos incita a actuar como lo hacemos. A no dar importancia a las cosas.
Lo que se estropea se tira y se compra otro nuevo ya que, por una parte, es más
barato, por otra, menos molesto y, para colmo, tenemos dinero suficiente para
comprar otro (cada vez más chinos). Nos encanta (debido a no se qué mecanismo
interno en forma de carencias no satisfechas) estrenar cosas.
También bajó el índice de natalidad (más hijos únicos
“malcriados” y consentidos).
Y en los últimos tiempos se han multiplicado por mucho el
número de separaciones matrimoniales (también más hijos malcriados y utilizados
por padres irresponsables y egoístas)
Esa falta de patrón educativo, ese afán por estrenar, ese
poco apego a bienes materiales, esa opulencia que nos inundó de repente, esos
cambios tan bruscos, esa baja de la natalidad, ese aumento de separaciones y el
ritmo de vida tan desenfrenado que llevamos… mezclados en una coctelera… tienen
como consecuencia la existencia de una generación de niños y jóvenes, entre los
cuales, los “ninis” representan lo peor de dicha generación.
Chavales sin rumbo, conocedores de sus carencias pero sin
ánimo para superarlas. Es más… se piensan que no tienen por qué superarlas
porque aun así vivirán bien siempre.
Se piensan que el esfuerzo es de tontos. Por eso nos
encontramos con padres desesperados que han de soportar a hijos con treinta
años viviendo y comiendo de ellos. Gente joven desencantada, sin ganas de
superarse a si mismos y queriendo comerse el presente a golpe de botellonas.
Eso si…. Con libertades en forma de lenguaje descarado, maleducado, directo y a
veces, incluso, ofensivo. Porque lo importante, para ellos, es no ser falsos.
Aunque ello implique ser egoístas, maleducados o dañinos. Aunque ello implique infelicidad
en los seres queridos. Jóvenes con una falta de empatía alarmante. Esa es la
moral que impera en esa generación que sabe que no necesitan del esfuerzo para
conseguir metas. En realidad, los ninis no son más que hijos de papás.
Son egoístas, rebeldes, inmaduros, exigentes y autoritarios.
Y lo peor de todo es que lo saben, lo reconocen e incluso se sienten orgullosos
de ello.
¿Mano dura?. Por supuesto que si, pero sin pretender, a base
de gritos o imposiciones drásticas, hacer en dos días, el trabajo que no hemos
hecho en años. La mano dura consiste en establecer límites pero sin dejar de
argumentar. Los hijos, los niños, necesitan límites y eso es lo que piden
cuando, con insolencia o desfachatez, desobedecen nuestras normas. Creo que
debemos establecerles límites a partir de los cuales las actitudes pasan a ser
inaceptables. Debemos predicar con el ejemplo moral acerca de lo que está bien
y lo que está mal. Existen valores y una moral intrínsecamente, humanos. No es
necesario que las religiones nos digan qué está bien y qué no. Todos sabemos
que matar está mal, independientemente de que nos lo diga el 5º mandamiento de
la religión cristiano-católica. No debería ser necesario apelar a las
religiones o a la religiosidad para que nos guíen moralmente, porque todo
humano tiene conciencia de cual es una actitud moral correcta. Valores como las
buenas formas, la sencillez, la no ostentación, la humildad, la alegría, el
afán de superación, la tolerancia, el esfuerzo como medio de conseguir metas,
el respeto a leyes y normas, la solidaridad etc. Son tan humanos como
universales.
Nos hemos vuelto ateos y, consiguientemente, inmorales. Como
si una cosa tuviera que llevar a la otra. Y no. Ni la moral que imperaba era la
deseable (muestra de ello son las consecuencias morales que aun padecemos) ni
la moral atea imperante (en forma del “todo vale”) se corresponde con una moral
universal y humana.
Ya va siendo hora de que reflexionemos, nos movilicemos y
hagamos un esfuerzo para hacerles ver (esfuerzo constante y diario que
deberíamos realizar si fuéramos del todo conscientes de la importancia de ese
esfuerzo para con nuestros hijos) que es, precisamente, mediante el esfuerzo,
la única forma en que se puede uno sentir pleno, realizado, maduro y en
condiciones de ser libre y feliz. No se valora lo que se tiene si lo que se
tiene no es fruto del esfuerzo. Nosotros, los padres, conseguimos lo que
tenemos (que es muuuucho más que lo que tenían nuestros padres) en parte por
nuestro esfuerzo y en parte por el enorme cambio que nos sobrevino. Cuando uno
se enriquece en poco tiempo, se olvida un poco del sentido moral. ¿Quiénes lo
pagan?... Nuestros hijos.
Fdo. Diego Bueno