sábado, 5 de marzo de 2011

HABLEMOS DE LA GENERACIÓN “NINI”… POR FIN!!

 

Denostada, criticada y malentendida, no hacemos más que contemplar, con asombro, a esta generación de jóvenes que posee unas características muy particulares.

Como si hubieran crecido a nuestras espaldas. Como si nosotros (sus padres) fuéramos, únicamente, sus víctimas. Como si su conducta, sus hábitos, su moral (que tenerla, la tienen) y su forma de vida, además de ajena a nosotros, no fuera responsabilidad nuestra.

Pues siento deciros que no deberíamos engañarnos. No deberíamos pensar que toda la “culpa” es de ellos como si nosotros y nuestra forma de educarlos no influyera en que sean como son.

Lo siento señores!! Pero… los responsables de que exista esta generación de jóvenes, en la que los “ninis” ocupan el lugar mas significativo, (ya se sabe que toda generalización acarrea injusticias) no somos más que nosotros (padres, educadores y la sociedad, en general)

Como suelo hacer siempre, no tengo más remedio que volver a remitirme a tiempos pasados (para saber lo que somos es necesario saber de donde venimos). Somos el paso intermedio entre dos generaciones radicalmente opuestas. Por una parte nuestros padres fueron víctimas de un régimen represor en todos los aspectos. Por otra parte, nuestros hijos padecen nuestras ansias de libertad tras esa represión. También venimos de una cultura en la que para conseguir algo había que ganárselo (debido a que había enormes carencias y no era fácil disfrutar de comodidades) (entonces no había tiendas de chinos, por ejemplo) y de pronto nos vimos abordados por una ola de opulencia, posibilidades, medios, riqueza y prosperidad.  

Me consta que hay mucha gente que añora el concepto de educación de tiempos pasados (“esto antes no se consentía” suelen decir). Y yo digo que no sería tan buena esa forma de educar cuando nosotros (los educados a la antigua) estamos criando a niños y jóvenes que son calificados como “ninis” en el sentido más peyorativo.

Les damos todo aquello que nosotros no tuvimos. Pensamos que dando mucho les hacemos un favor. Queremos que accedan de forma fácil y rápida a todos esos bienes a los que nosotros no pudimos acceder. Damos especial importancia a que sean nuestros hijos los que elijan (cuando resulta que, precisamente por sobreprotegerlos y sobre- mimarlos, no han adquirido la capacidad de elegir por inmadurez acentuada hasta extremos insospechados).

Es un mal social extendido.

Que si la cultura del pelotazo, que si vive el presente, que si trabaja poco y gana mucho, que si te apunto a no se qué actividad y si no te gusta te apunto a otra y si no, te quedas en casa jugando a la play de turno….

Si. Somos los responsables de esa generación. Y mirar a otro lado o, siquiera, sorprendernos, debería estar penado por la ley. Por una parte deberíamos analizar qué hacemos de forma incorrecta. Por otra, por supuesto, deberíamos rectificar.

Los cuarentones vimos morir a Franco. Respecto al resto de Europa, estábamos carentes de libertad y de adelantos técnicos. Si, señores. Nosotros vimos películas clasificadas “s” con el único objetivo de verle las tetas a la Cantudo o el “conejo” a la Lole de turno. Así de patético.

Nosotros descubrimos que hay lugares a los que se puede ir y comprar de todo. Desde comida hasta juguetes (solo tenías que coger un carro de la compra y echar de todo en el). Descubrimos que con el tiempo podríamos ser dueños de un coche parecido al de Starski y Hatch o que no sería necesario dinero para pagar algo porque inventaron unas tarjetas que servían para lo mismo. Nos dimos cuenta de que había más clases de zapatillas que las Tórtola o más canales de televisión que la primera o la segunda cadena. Nos sorprendió la ley del divorcio, la ley contra el maltrato animal, la ley contra el maltrato a la mujer, el estatuto de los trabajadores, la incorporación de la mujer al trabajo por cuenta ajena. Fuimos testigos de una transformación socio-cultural muy brusca… Para colmo, iniciamos la revolución de Internet en la que aun estamos inmersos. Cambios, en todos los ámbitos de la vida diaria, demasiado bruscos y en corto espacio de tiempo. Nos hemos visto avasallados por esos cambios porque no todos nos adaptamos a ellos con igual éxito. Existen diferencias enormes entre la gente de mi generación en cuanto a capacidad de adaptación a esos cambios. También se han producido cambios en cuanto al concepto de educación. Y… o no estábamos preparados para dichos cambios o no los hemos terminados de aceptar a pesar de la imposición.

El caso es que el precio de tanto caos lo pagan nuestros hijos. Perdimos los patrones antiguos (por suerte) que, aunque equivocados no dejan de ser patrones y estamos en proceso de adaptación (como toda nuestra existencia como generación) a los nuevos tiempos en los que los patrones están aun por definir en muchos aspectos (incluidos los que tienen que ver con el sentido de la educación).

Hace cuarenta años no se discutía, a nivel popular, si el sistema educativo era bueno o mejorable. ¿Cómo se iba a discutir si no se sabía si había otras formas de educar?.

Hoy día (y a pesar de que todos los especialistas coinciden en que el nuestro es el mejor sistema educativo posible, en términos generales) la gente discute sobre la conveniencia de educar así o no.

Eso hace que no haya un patrón definido y aceptado por toda la sociedad.

Por otro lado… la sociedad capitalista y basada en el consumo, nos incita a actuar como lo hacemos. A no dar importancia a las cosas. Lo que se estropea se tira y se compra otro nuevo ya que, por una parte, es más barato, por otra, menos molesto y, para colmo, tenemos dinero suficiente para comprar otro (cada vez más chinos). Nos encanta (debido a no se qué mecanismo interno en forma de carencias no satisfechas) estrenar cosas.

También bajó el índice de natalidad (más hijos únicos “malcriados” y consentidos).

Y en los últimos tiempos se han multiplicado por mucho el número de separaciones matrimoniales (también más hijos malcriados y utilizados por padres irresponsables y egoístas)

Esa falta de patrón educativo, ese afán por estrenar, ese poco apego a bienes materiales, esa opulencia que nos inundó de repente, esos cambios tan bruscos, esa baja de la natalidad, ese aumento de separaciones y el ritmo de vida tan desenfrenado que llevamos… mezclados en una coctelera… tienen como consecuencia la existencia de una generación de niños y jóvenes, entre los cuales, los “ninis” representan lo peor de dicha generación.

Chavales sin rumbo, conocedores de sus carencias pero sin ánimo para superarlas. Es más… se piensan que no tienen por qué superarlas porque aun así vivirán bien siempre.

Se piensan que el esfuerzo es de tontos. Por eso nos encontramos con padres desesperados que han de soportar a hijos con treinta años viviendo y comiendo de ellos. Gente joven desencantada, sin ganas de superarse a si mismos y queriendo comerse el presente a golpe de botellonas. Eso si…. Con libertades en forma de lenguaje descarado, maleducado, directo y a veces, incluso, ofensivo. Porque lo importante, para ellos, es no ser falsos. Aunque ello implique ser egoístas, maleducados o dañinos. Aunque ello implique infelicidad en los seres queridos. Jóvenes con una falta de empatía alarmante. Esa es la moral que impera en esa generación que sabe que no necesitan del esfuerzo para conseguir metas. En realidad, los ninis no son más que hijos de papás.

Son egoístas, rebeldes, inmaduros, exigentes y autoritarios. Y lo peor de todo es que lo saben, lo reconocen e incluso se sienten orgullosos de ello.

¿Mano dura?. Por supuesto que si, pero sin pretender, a base de gritos o imposiciones drásticas, hacer en dos días, el trabajo que no hemos hecho en años. La mano dura consiste en establecer límites pero sin dejar de argumentar. Los hijos, los niños, necesitan límites y eso es lo que piden cuando, con insolencia o desfachatez, desobedecen nuestras normas. Creo que debemos establecerles límites a partir de los cuales las actitudes pasan a ser inaceptables. Debemos predicar con el ejemplo moral acerca de lo que está bien y lo que está mal. Existen valores y una moral intrínsecamente, humanos. No es necesario que las religiones nos digan qué está bien y qué no. Todos sabemos que matar está mal, independientemente de que nos lo diga el 5º mandamiento de la religión cristiano-católica. No debería ser necesario apelar a las religiones o a la religiosidad para que nos guíen moralmente, porque todo humano tiene conciencia de cual es una actitud moral correcta. Valores como las buenas formas, la sencillez, la no ostentación, la humildad, la alegría, el afán de superación, la tolerancia, el esfuerzo como medio de conseguir metas, el respeto a leyes y normas, la solidaridad etc. Son tan humanos como universales.

Nos hemos vuelto ateos y, consiguientemente, inmorales. Como si una cosa tuviera que llevar a la otra. Y no. Ni la moral que imperaba era la deseable (muestra de ello son las consecuencias morales que aun padecemos) ni la moral atea imperante (en forma del “todo vale”) se corresponde con una moral universal y humana.

Ya va siendo hora de que reflexionemos, nos movilicemos y hagamos un esfuerzo para hacerles ver (esfuerzo constante y diario que deberíamos realizar si fuéramos del todo conscientes de la importancia de ese esfuerzo para con nuestros hijos) que es, precisamente, mediante el esfuerzo, la única forma en que se puede uno sentir pleno, realizado, maduro y en condiciones de ser libre y feliz. No se valora lo que se tiene si lo que se tiene no es fruto del esfuerzo. Nosotros, los padres, conseguimos lo que tenemos (que es muuuucho más que lo que tenían nuestros padres) en parte por nuestro esfuerzo y en parte por el enorme cambio que nos sobrevino. Cuando uno se enriquece en poco tiempo, se olvida un poco del sentido moral. ¿Quiénes lo pagan?... Nuestros hijos.

Fdo. Diego Bueno

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