lunes, 31 de agosto de 2020

HABLEMOS DE NORMAS, RATIO Y CORONAVIRUS… POR FIN!!

 

España podría ser un país en el que la educación fuera el pilar fundamental en la construcción de una moral a la altura de los tiempos, es decir, moderna, humanista, tolerante, pero, además con límites claros que diferencien entre lo que es y lo que no es aceptable. Podría ser este, un país en el que se respetaran normas de convivencia básicas o de comportamiento social saludable de tal forma que las ideas de los demás pudieran ser respetadas siempre que no sobrepasaran los límites de lo que marcan el respeto, el sentido común y la carta de derechos humanos de las naciones unidas.

Es fácil entender el motivo por el cual he empezado hablando en condicional. Se debe a que, evidentemente, la educación no es una prioridad en este país. No solo no lo es por lo que se invierte en materia educativa o porque las distintas administraciones responsables en materia de educación no demuestran una voluntad política de mejorarla, sino también porque en el ámbito familiar observo una dejadez cada vez mayor.

Está clarísimo que la educación reglada ha de mejorar mucho y en muy distintos frentes, pero también me parece de justicia mencionar una verdad de Perogrullo y es que… la mayor parte del peso de la educación de nuestros hijos e hijas recae en las familias.

Desde que nacen y hasta que se independizan no dejan de aprender de nosotros, los padres y madres y lo hacen, sobre todo, por imitación y por la imposición de normas de obligado cumplimiento, imposición que marca los límites a los cuales tienen derecho nuestros hijos e hijas e imposición que, de forma indirecta y siguiendo los criterios evolutivos, nos demandan ellos mismos con su comportamiento diario, cumpliendo así su obligación como niños y niñas. Convivir implica la existencia necesaria de normas.

Observo perplejo cómo en los últimos tiempos, apelando a la libertad, a no se qué derechos o a la actitud crítica que todos queremos para ellos, se está olvidando (siempre en términos generales, obviamente) que hay normas que hay que cumplir nos gusten o no.

Observo una enorme relajación respecto de esas normas de convivencia. Normas convencionales fruto de las costumbres, normas morales y normas jurídicas son constantemente violentadas sin el más mínimo recato, probablemente fruto de los tiempos en que vivimos en los que la individualización o el tratar de ser distintos a toda costa tienen como resultado esa falta de empatía.

Se trata de normas no escritas, como dar los buenos días, coger la vez, guardar cola correctamente, saber escuchar sin interrumpir, no gritar cuando no es necesario, no insultar, no vejar, no burlarse de los demás, compartir, ayudar, pedir ayuda, ser compasivos, ser colaborativos, ser asertivos, ser pacientes, tolerantes, amables… y un sinfín de normas de convivencia conocidas por todos.

Desde el primer día de vida de nuestros hijos tenemos la obligación de írselas inculcando dado que todos somos conscientes de que vivimos en sociedad. El problema, desde el punto de vista del profesorado, radica en que esos niños y niñas egoístas, malhumorados/as, caprichosos/as, ensimismados/as, solitarios, huraños/as y con niveles altos de frustración debido a la falta de resiliencia provocada por habérselo encontrado todo “mascadito”, terminarán acudiendo, primero a la escuela y luego al instituto.

En esas condiciones, hablar de bajar la ratio adquiere otro sentido más amplio a mi parecer.

Bajar la ratio SIEMPRE es bueno. En principio, es más fácil crear una buena convivencia entre 10 personas que entre 20, aunque solo sea por una cuestión estadística. Es evidente que las administraciones deberían trabajar por bajar la ratio en las aulas. Negar ese hecho es, simplemente, tratar de engañarnos dado que es algo que sabemos tod@s, no obstante, yo, personalmente, he tenido la suerte de poder asistir a la impartición de clases en Croacia, Italia y Alemania y he comprobado que el número de alumnos por aula es similar a los que hay en España, sin embargo, lo que yo he visto es que cuando el profesor o la profesora entraba en clase, se saludaba y se guardaba silencio, se intervenía en clase pero siempre previa petición con la mano alzada, se establecían debates interesantes en los que todos guardaban su turno para poder decir lo que querían decir, se hablaba en tonos y volúmenes de voz normales y aunque se dejaba algún espacio para las bromas y el buen ambiente, eso no suponía la interrupción de la marcha de la clase. En esas condiciones importa mucho menos el número de alumnos y alumnas que haya en el aula dado que todos siguen unas normas básicas de convivencia y comportamiento que permiten el desarrollo del proceso enseñanza-aprendizaje.

Como puede deducirse, no se trata de que el alumnado se comporte como si fueran soldados ni de que existan leyes marciales propias de un estado militarizado. No es eso. No estoy hablando de no permitir la impronta personal o el derecho al desarrollo de la inteligencia emocional o el fomento del pensamiento lateral. De lo que estoy hablando es de que observo que aumenta el número de alumnos disruptivos, los que no tienen interés alguno, los que se saltan las normas elementales constantemente, chavales y chavalas egoístas, faltos de empatía, de compañerismo y de capacidad de esfuerzo. Son chicos y chicas que ven en el profesorado un enemigo a batir a base del uso de argucias que les daban resultado con sus padres pero que, como es lógico, no les sirven con profesores y compañeros/as. Son niños y niñas acostumbrados a tenerlo todo, la mayoría de las veces, sin siquiera haberlo tenido que pedir.

Dicho de otra forma, mucho más simple pero no menos cierta… ¡Al colegio o al instituto hay que llegar ya educados de casa! Porque de ello depende, en gran medida, la calidad de la enseñanza, esa educación/enseñanza/formación por la que no apuestan las administraciones a día de hoy.

En este contexto, ahora y para colmo, nos encontramos en plena pandemia. Me pregunto si nuestro alumnado tiene capacidad para cumplir con aun más normas (estas de carácter higiénico-sanitario) y me respondo que, dada la tendencia en materia de educación socio- familiar, me temo que va a ser complicado.

¡Hala! ¡Buen comienzo de curso a todos y todas!

Fdo. Diego Bueno

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