España podría ser un país en el que la educación fuera el
pilar fundamental en la construcción de una moral a la altura de los tiempos,
es decir, moderna, humanista, tolerante, pero, además con límites claros que
diferencien entre lo que es y lo que no es aceptable. Podría ser este, un país
en el que se respetaran normas de convivencia básicas o de comportamiento
social saludable de tal forma que las ideas de los demás pudieran ser
respetadas siempre que no sobrepasaran los límites de lo que marcan el respeto,
el sentido común y la carta de derechos humanos de las naciones unidas.
Es fácil entender el motivo por el cual he empezado hablando
en condicional. Se debe a que, evidentemente, la educación no es una
prioridad en este país. No solo no lo es por lo que se invierte en materia
educativa o porque las distintas administraciones responsables en materia de
educación no demuestran una voluntad política de mejorarla, sino también porque
en el ámbito familiar observo una dejadez cada vez mayor.
Está clarísimo que la educación reglada ha de mejorar mucho
y en muy distintos frentes, pero también me parece de justicia mencionar una
verdad de Perogrullo y es que… la mayor parte del peso de la educación de
nuestros hijos e hijas recae en las familias.
Desde que nacen y hasta que se independizan no dejan de
aprender de nosotros, los padres y madres y lo hacen, sobre todo, por imitación
y por la imposición de normas de obligado cumplimiento, imposición que marca
los límites a los cuales tienen derecho nuestros hijos e hijas e imposición
que, de forma indirecta y siguiendo los criterios evolutivos, nos demandan
ellos mismos con su comportamiento diario, cumpliendo así su obligación como niños
y niñas. Convivir implica la existencia necesaria de normas.
Observo perplejo cómo en los últimos tiempos, apelando a la
libertad, a no se qué derechos o a la actitud crítica que todos queremos para
ellos, se está olvidando (siempre en términos generales, obviamente) que hay
normas que hay que cumplir nos gusten o no.
Observo una enorme relajación respecto de esas normas de
convivencia. Normas convencionales fruto de las costumbres, normas morales y
normas jurídicas son constantemente violentadas sin el más mínimo recato, probablemente
fruto de los tiempos en que vivimos en los que la individualización o el tratar
de ser distintos a toda costa tienen como resultado esa falta de empatía.
Se trata de normas no escritas, como dar los buenos días,
coger la vez, guardar cola correctamente, saber escuchar sin interrumpir, no
gritar cuando no es necesario, no insultar, no vejar, no burlarse de los demás,
compartir, ayudar, pedir ayuda, ser compasivos, ser colaborativos, ser
asertivos, ser pacientes, tolerantes, amables… y un sinfín de normas de
convivencia conocidas por todos.
Desde el primer día de vida de nuestros hijos tenemos la obligación
de írselas inculcando dado que todos somos conscientes de que vivimos en
sociedad. El problema, desde el punto de vista del profesorado, radica en que
esos niños y niñas egoístas, malhumorados/as, caprichosos/as, ensimismados/as,
solitarios, huraños/as y con niveles altos de frustración debido a la falta de
resiliencia provocada por habérselo encontrado todo “mascadito”, terminarán
acudiendo, primero a la escuela y luego al instituto.
En esas condiciones, hablar de bajar la ratio adquiere otro
sentido más amplio a mi parecer.
Bajar la ratio SIEMPRE es bueno. En principio, es más
fácil crear una buena convivencia entre 10 personas que entre 20, aunque solo
sea por una cuestión estadística. Es evidente que las administraciones deberían
trabajar por bajar la ratio en las aulas. Negar ese hecho es, simplemente,
tratar de engañarnos dado que es algo que sabemos tod@s, no obstante, yo,
personalmente, he tenido la suerte de poder asistir a la impartición de clases
en Croacia, Italia y Alemania y he comprobado que el número de alumnos por aula
es similar a los que hay en España, sin embargo, lo que yo he visto es que
cuando el profesor o la profesora entraba en clase, se saludaba y se guardaba
silencio, se intervenía en clase pero siempre previa petición con la mano
alzada, se establecían debates interesantes en los que todos guardaban su turno
para poder decir lo que querían decir, se hablaba en tonos y volúmenes de voz
normales y aunque se dejaba algún espacio para las bromas y el buen ambiente,
eso no suponía la interrupción de la marcha de la clase. En esas condiciones
importa mucho menos el número de alumnos y alumnas que haya en el aula dado que
todos siguen unas normas básicas de convivencia y comportamiento que permiten
el desarrollo del proceso enseñanza-aprendizaje.
Como puede deducirse, no se trata de que el alumnado se
comporte como si fueran soldados ni de que existan leyes marciales propias de
un estado militarizado. No es eso. No estoy hablando de no permitir la impronta
personal o el derecho al desarrollo de la inteligencia emocional o el fomento
del pensamiento lateral. De lo que estoy hablando es de que observo que aumenta
el número de alumnos disruptivos, los que no tienen interés alguno, los que se
saltan las normas elementales constantemente, chavales y chavalas egoístas, faltos
de empatía, de compañerismo y de capacidad de esfuerzo. Son chicos y chicas que
ven en el profesorado un enemigo a batir a base del uso de argucias que les
daban resultado con sus padres pero que, como es lógico, no les sirven con
profesores y compañeros/as. Son niños y niñas acostumbrados a tenerlo todo, la
mayoría de las veces, sin siquiera haberlo tenido que pedir.
Dicho de otra forma, mucho más simple pero no menos cierta… ¡Al
colegio o al instituto hay que llegar ya educados de casa! Porque de ello
depende, en gran medida, la calidad de la enseñanza, esa educación/enseñanza/formación
por la que no apuestan las administraciones a día de hoy.
En este contexto, ahora y para colmo, nos encontramos en
plena pandemia. Me pregunto si nuestro alumnado tiene capacidad para cumplir con
aun más normas (estas de carácter higiénico-sanitario) y me respondo que, dada
la tendencia en materia de educación socio- familiar, me temo que va a ser
complicado.
¡Hala! ¡Buen comienzo de curso a todos y todas!
Fdo. Diego Bueno
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