Hay personas que viven en la pobreza, personas en
situación de desempleo, personas con adicciones, hay personas inmigrantes que
están siendo explotadas, hay demasiados trabajadores pobres, hay personas que
desarrollan su vida en ambientes marginales, en familias desestructuradas, hay
vagabundos, personas con enfermedades mentales sin tratar, personas mayores que
ya no pueden trabajar, personas que no han cotizado a pesar de haber estado
toda su vida trabajando, camareros/as que han perdido su empleo, madres
solteras o separadas que sacan adelante a sus hijos con ingresos indignos,
gente que trabajaba en hoteles y va a tardar mucho tiempo hasta que vuelvan a
recuperar su trabajo, prostitutas, empleadas de hogar que han sido despedidas,
personas enfermas que sobreviven con pensiones ridículas y/o que requieren de
ayuda doméstica, gente que trabajaba sin contratos, etc etc etc.
Imagínense como va a ser la crisis económica del
coronavirus para todas esas personas. Me es muy difícil entender que haya
quienes consideren que ayudar económicamente a todos esos colectivos (con unos
míseros cuatrocientos y pico de euros por familia), en un país del primer mundo
como España y en pleno siglo XXI, es un exceso que no nos podemos permitir o
que traerá ruina, desgracia o calamidades a la economía. Considero que no es de
recibo desde un punto de vista ético. Me parece, asimismo, una falta de
asertividad propia de un estado capitalista, individualista y egoísta, porque
además, dichas ayudas no son excluyentes, es decir, es posible no abandonar a
los más necesitados y a la vez reactivar la economía.
No encuentro mejor motivo para que el estado se
endeude que garantizar derechos esenciales a tantos y tantos conciudadanos que
se ven y se van a ver en la ruina más absoluta. De hecho, esa es la labor
principal que debe asumir todo gobernante de un país: Garantizar esos derechos
fundamentales de las personas al alimento, a la vivienda, a los medicamentos, a
la sanidad, a la educación, al agua, a la electricidad y a la dignidad. No es
indigno quien necesita cobrar una cantidad de dinero mínimo para poder comer o
tener electricidad, sino que volvemos indignos y “ciudadanos de segunda” a
quienes abocamos a tener que rebuscar en contenedores de basura.
¿Que todo eso tiene un precio? Pues claro. Nada es
gratis. Seguramente habrá muchos “aprovechados” que o bien se servirán de esa
prestación para no tener que trabajar, o bien trabajarán de forma clandestina y
a la vez cobrarán esa ayuda. Claro que sí. Sin embargo, la “opción B” sería
repetir las consecuencias de la crisis de 2008, es decir, desahucios, gente sin
vivienda, pobreza, trabajos mal pagados y, en definitiva, mayor número de ricos
aún más ricos y por contrapartida, un número inaceptable de familias pobres aún
más pobres.
Todo tiene un precio, pero puestos a elegir, elijo,
por motivos éticos y de justicia social, garantizar unos mínimos a todo el
conjunto de la población que lo necesite.
Lo que se debe exigir a los distintos gobiernos es que
las ayudas (tanto a los ciudadanos de a pie como a los empresarios, sean las
justas, las adecuadas y se que controlen. Opino que si se multiplicara por 10
el número de inspectores y, como parte de su sueldo, recibieran algún tipo de
comisión por fraudes detectados unido a multas ejemplares a quienes cometan
fraude (sean quienes sean y proporcionales al fraude cometido), todo
funcionaría mejor, pero la solución no es no ayudar a quienes lo necesitan,
sino gestionar bien las ayudas.
Los sectores reaccionarios, conservadores, liberales,
fascistas o de derechas de España están acostumbrados a trasladar mensajes en
un sentido muy concreto (producto del egoísmo que les lleva a obtener unas
ganancias desorbitadas en relación a los sueldos de los trabajadores y a
empatizar poco con personas que por circunstancias, lo pasan mal
económicamente). Dichos mensajes se podrían resumir en:
“Si algo del pueblo que nos perjudica, no funciona
bien o se detecta algún caso poco ético, trasladamos la idea de que hay que
eliminarlo, que seguro que habrá gente comparta el mensaje”
“Hay que eliminar lo que nos perjudica o no nos
beneficia, entiéndase; Sindicatos, educación y sanidad públicas, rentas
mínimas, prestaciones por desempleo, sueldos mínimos etc.”
No mencionarán nunca la corrupción empresarial, los
desfalcos, las ayudas a empresas, los empresarios “aprovechados”, el dinero
negro en las contabilidades empresariales, los paraísos fiscales, las puertas
giratorias, las ayudas a los bancos etc. (Y eso que comparativamente “no hay
color”) ni acusarán de no dar un palo al agua a quienes viven de la renta (no
básica) que les deja un piso o un local en alquiler.
Lo realmente curioso es que hay demasiada gente que se
deja engañar por sus consignas, generalmente bañadas de patriotismo de barra de
bar (tipo “sujétame el cubata que…”) y la supuesta eficacia económica de la
derecha basada en mensajes tan burdos como demostradamente falsos como por
ejemplo: “No es bueno tener un pueblo subvencionado porque eso hace que la
gente se acomode y no quiera trabajar” (En todos los lugares y colectivos en
que se ha probado la renta mínima no ha ocurrido esto) o el consabido “Dar
ayudas a la gente implica cautivar el voto”. ¡Pues claro! Cuando consideras que
un gobierno hace bien las cosas y te favorece, ¡tú lo votas! Si eso es “voto
cautivo” pues bienvenido sea. Por eso quienes votaron al anterior gobierno
volvieron a votarlo en las últimas elecciones. Por lo bien que lo hicieron.
Voto cautivo ¿no?
Fdo. Diego Bueno
No hay comentarios:
Publicar un comentario