lunes, 18 de diciembre de 2023

¡¡HABLEMOS DE LA CARIDAD… POR FIN!!

 

En un país libre en el que el gobierno de turno es elegido democráticamente por el pueblo hay dos formas de ayudar a las personas que lo necesitan:

1.      1. Ejercer la caridad

2.      2- Votar a partidos políticos que tengan como objetivos:

a)      Que ningún ciudadano pase necesidades

b)      Velar porque no se vulneren derechos fundamentales

De las dos opciones, la primera es la menos efectiva ya que se ejerce de arriba a abajo, es decir, hay alguien “superior” y con capacidad que trata de ayudar, puntualmente, al inferior incapacitado económicamente. Tanto uno como otro saben que esa limosna no va a solucionar su problema a menos que se trate de un problema inmediato que, normalmente, suele reaparecer al poco de ser resuelto.

La caridad es, por tanto, el “aplacaconciencias” de mucha gente e incluso una forma más de ostentación de otra mucha gente. La caridad suele estar fomentada por quienes no desean la igualdad de oportunidades a sabiendas de que sus privilegios presentes no suelen ser fruto de su sapiencia, esfuerzo o excelencia sino más bien de su suerte. Suerte por haber heredado, suerte por haber nacido en el seno de determinada familia, suerte de haber podido recibir una educación, suerte de haberse criado en un entorno social concreto… suerte, en definitiva.

La iglesia católica ha fomentado siempre la caridad, lo cual está muy bien ya que, objetiva y básicamente, la caridad ayuda a personas que están necesitadas, pero curiosamente, jamás ha fomentado simpatías hacia partidos políticos que han apostado por acabar con la pobreza y fomentar la igualdad de oportunidades desde el estado. Más bien todo lo contrario. Siempre ha primado su consabido apego al poder, a la riqueza, a las ideas reaccionarias. Cierto que, puntualmente, ha habido y hay personas, dentro de la iglesia católica, con un corazón sensible, honrado, caritativo y sobre todo a prueba de mostrar indiferencia ante lo injusto, pero por desgracia, ha sido sin el beneplácito explícito del poder eclesiástico, es más, en sin fin de momentos en la historia, el clero ha mostrado su desaprobación ante el ejercicio de la bondad altruista queriendo revertir las misiones solidarias en tareas de evangelización exclusivamente.

Por resumir, dejo claras una serie de consignas, sobre todo para que en caso de que traten de engañarte, lo consigan únicamente con tu consentimiento:

-          Si ejerces la caridad pero votas o apoyas a partidos que abogan por políticas liberales… no eres ni una buena persona ni un buen cristiano (ni siquiera en navidad, por muchas lucecitas que haya en tu ciudad o por mucha lagrimita fácil que se derrame por tu mejilla al ver por enésima vez la película “Cuento de navidad”)

-          Si el partido al que votas se muestra en contra de sueldos decentes para los ciudadanos y ciudadanas, para que puedan vivir decentemente en un país del primer mundo como es España, no eres ni buena persona ni un buen cristiano.

-          Si apoyas la privatización de la sanidad y la educación con lo que eso implica para las personas con menos recursos, ni eres buena persona ni eres un buen cristiano.

Y no es que yo esté a favor de que la gente siga los preceptos del cristianismo, es solo que, según decía el propio Lucas (uno de los 4 evangelistas de los evangelios canónicos) en su famosa parábola del buen samaritano, hasta el mismo Jesús llamaba hipócritas a los fariseos que presumían de ser caritativos y misericordiosos pero a la hora de la verdad, miraban a otro lado. Estamos ya cargados de tanto hartazgo, que uno se pregunta cómo no se les cae la cara de vergüenza a esos cristiano-católicos que, por una parte ejercen la caridad y por otra abogan por políticas carentes de equidad y humanidad, llenas de clasismo y elitismo y sin el menor atisbo de compasión, comprensión, tolerancia y justicia social.

Menos fariseos y más samaritanos.

Fdo. Diego Bueno 

jueves, 7 de diciembre de 2023

¡¡HABLEMOS DE CONVIVIR CON LA DISCAPACIDAD INTELECTUAL… POR FIN!!

 


Estoy completamente seguro de que cuando las personas ajenas al mundo de la discapacidad piensan en ella, en un porcentaje altísimo, se olvidan de un detalle de vital importancia. Seguramente muchas familias con hijos o hijas con discapacidad en edades tempranas, tampoco reparan en el detalle del que os voy a hablar.

Se trata del hecho de que cuando nuestros/as hijos/as llegan a la adolescencia biológica (que no es, forzosamente, equivalente a la adolescencia mental), por una cuestión obvia de diferencias de gustos e intereses, dejan de tener contacto (en mayor o menor medida pero de forma implacable siempre) con otros jóvenes sin discapacidad. Estos se relacionan entre sí mientras que los adolescentes con discapacidad quedan apartados. Se trata de algo lógico y entendible ya que los cambios propios de la adolescencia se van produciendo a muy distintos ritmos y velocidades. A medida que los niños y niñas crecen, las diferencias, entre quienes tienen o no tienen una discapacidad, se acentúan. Ese hecho pasa a convertirse en un asunto no menor ya que, precisamente, a esas edades, la socialización, la pertenencia a grupos y el intercambio de experiencias entre iguales es fundamental para el crecimiento y madurez personal de cada individuo, sin embargo, no se puede ni se debe obligar a nadie a integrar a otros en grupos que se forman de manera espontánea, principalmente, por confluencia de intereses, gustos e inquietudes. La educación reglada debe hacer su labor de integración (de no exclusión) con objeto, entre otras cosas, de que el mundo de la discapacidad no sea ajeno al resto del alumnado pero otra cosa es lo que ocurre fuera de los centros educativos.

Dado que es necesario que nuestro hijo o hija se relacione con otras personas de similares intereses, la solución habitual (siempre que la economía familiar lo permita) es apuntarlos/las a asociaciones de ocio específicas para personas con discapacidad con objeto de proporcionarles esa posibilidad indispensable para su crecimiento. El problema es que en esas asociaciones, a las cuales todos alabamos por la labor que ejercen, nuestros hijos e hijas se ven abocados a tener que compartir, convivir y relacionarse, únicamente, con personas con discapacidad. No sé si ustedes lo han pensado alguna vez pero imagínense que hacen un viaje de vacaciones de una semana junto a un grupo de personas con discapacidad intelectual. Les aseguro que van a tener que vivir situaciones de todo tipo. Debemos pensar que la discapacidad intelectual va mucho más allá del idílico mundo retratado en la película “Campeones”, por poner un ejemplo conocido, es decir, siendo una realidad lo que ahí se presenta, no se presenta toda la realidad. Hay una realidad oculta que no por ser desagradable es menor real. Me refiero a personas con discapacidad cuyo nivel cognitivo les impide tener un mínimo control emocional y/o que suelen padecer, de forma mucho más enfatizada, una mala educación por parte de la familia. Hablo, concretamente, de problemas de conducta, de insultos, de palabrotas, de acoso, de incoherencias, de obsesiones, de gritos desmedidos, problemas para dormir, problemas para comer, problemas para conversar, manías, problemas físicos, neurológicos, psicológicos etc. Si cualquiera de nosotros pasara una semana de vacaciones con personas con discapacidad intelectual, les aseguro que tras esa semana necesitarían un tiempo para descansar mentalmente.

Bien pues a eso es a lo que abocamos a nuestros hijos e hijas con discapacidad, es decir, a verse en la obligación de pertenecer a grupos en los que solo hay personas con discapacidades muy diferentes unas de otras y con muy distintos niveles de afectación.

Escribo todo esto porque me doy cuenta de que no suele abordarse este tema. Se trata de otro tabú más que se oculta y que entiendo que tiene difícil solución.

Simplemente trato, con este escrito, de despertar la empatía, la admiración, la concienciación y el entender que cuando estamos ante de una persona con discapacidad intelectual, estamos ante alguien que debe convivir, no solo con su propia discapacidad, sino con la de las personas con las que se relaciona, con todo lo que ello supone de extra de tolerancia, de hartazgo a veces, de frustración, de incomprensión y de soledad. Aun así, pelean cada día por socializar y ser felices.

Fdo. Diego Bueno


¡¡HABLEMOS DEL BUEN USO DEL LENGUAJE… POR FIN!!

  Todos nuestros logros como humanos, tanto en lo positivo como en lo negativo, han implicado la utilización del lenguaje . Como seres human...