En un país libre en el que el gobierno de turno es elegido
democráticamente por el pueblo hay dos formas de ayudar a las personas que lo
necesitan:
1. 1. Ejercer
la caridad
2. 2- Votar
a partidos políticos que tengan como objetivos:
a) Que
ningún ciudadano pase necesidades
b) Velar
porque no se vulneren derechos fundamentales
De las dos opciones, la primera es la menos efectiva ya que se
ejerce de arriba a abajo, es decir, hay alguien “superior” y con capacidad que
trata de ayudar, puntualmente, al inferior incapacitado económicamente. Tanto
uno como otro saben que esa limosna no va a solucionar su problema a menos que
se trate de un problema inmediato que, normalmente, suele reaparecer al poco de
ser resuelto.
La caridad es, por tanto, el “aplacaconciencias” de mucha
gente e incluso una forma más de ostentación de otra mucha gente. La caridad
suele estar fomentada por quienes no desean la igualdad de oportunidades a
sabiendas de que sus privilegios presentes no suelen ser fruto de su sapiencia,
esfuerzo o excelencia sino más bien de su suerte. Suerte por haber heredado,
suerte por haber nacido en el seno de determinada familia, suerte de haber
podido recibir una educación, suerte de haberse criado en un entorno social
concreto… suerte, en definitiva.
La iglesia católica ha fomentado siempre la caridad, lo cual
está muy bien ya que, objetiva y básicamente, la caridad ayuda a personas que
están necesitadas, pero curiosamente, jamás ha fomentado simpatías hacia
partidos políticos que han apostado por acabar con la pobreza y fomentar la
igualdad de oportunidades desde el estado. Más bien todo lo contrario. Siempre
ha primado su consabido apego al poder, a la riqueza, a las ideas reaccionarias.
Cierto que, puntualmente, ha habido y hay personas, dentro de la iglesia
católica, con un corazón sensible, honrado, caritativo y sobre todo a prueba de
mostrar indiferencia ante lo injusto, pero por desgracia, ha sido sin el
beneplácito explícito del poder eclesiástico, es más, en sin fin de momentos en
la historia, el clero ha mostrado su desaprobación ante el ejercicio de la
bondad altruista queriendo revertir las misiones solidarias en tareas de
evangelización exclusivamente.
Por resumir, dejo claras una serie de consignas, sobre todo
para que en caso de que traten de engañarte, lo consigan únicamente con tu consentimiento:
-
Si ejerces la caridad pero votas o apoyas a
partidos que abogan por políticas liberales… no eres ni una buena persona ni un
buen cristiano (ni siquiera en navidad, por muchas lucecitas que haya en tu
ciudad o por mucha lagrimita fácil que se derrame por tu mejilla al ver por
enésima vez la película “Cuento de navidad”)
-
Si el partido al que votas se muestra en contra
de sueldos decentes para los ciudadanos y ciudadanas, para que puedan vivir
decentemente en un país del primer mundo como es España, no eres ni buena
persona ni un buen cristiano.
-
Si apoyas la privatización de la sanidad y la
educación con lo que eso implica para las personas con menos recursos, ni eres
buena persona ni eres un buen cristiano.
Y no es que yo esté a favor de que la gente siga los
preceptos del cristianismo, es solo que, según decía el propio Lucas (uno de
los 4 evangelistas de los evangelios canónicos) en su famosa parábola del buen
samaritano, hasta el mismo Jesús llamaba hipócritas a los fariseos que
presumían de ser caritativos y misericordiosos pero a la hora de la verdad,
miraban a otro lado. Estamos ya cargados de tanto hartazgo, que uno se pregunta
cómo no se les cae la cara de vergüenza a esos cristiano-católicos que, por una
parte ejercen la caridad y por otra abogan por políticas carentes de equidad y
humanidad, llenas de clasismo y elitismo y sin el menor atisbo de compasión,
comprensión, tolerancia y justicia social.
Menos fariseos y más samaritanos.
Fdo. Diego Bueno
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