Para empezar he de decir que reconozco que a veces me cuesta tener que explicar obviedades. No, no son obviedades sólo para mí. Lo son para cualquier persona sensata.
Primera obviedad: Todos cambiamos. Precisamente la existencia humana implica ya, intrínsecamente, cambios. Adaptación, evolución…. Cambios, en definitiva. Negar esto es negar lo evidente.
Segunda obviedad: Absolutamente a todos nos molestan ciertas actitudes de los demás. Incluso nos molestan ciertas actitudes de aquellos a los que más queremos probablemente porque la cercanía nos hace más víctimas de esas actitudes.
Tercera obviedad: A todos nos gustaría que los demás rectificaran esas actitudes que nos molestan, que no nos gustan, que nos cabrean o, simplemente, que no son las que nosotros consideramos correctas.
Cuarta obviedad: TODOS intentamos hacer cambiar al otro. Todos ejercemos cierta influencia en los demás (en unos más que en otros y unos más que otros). Aprovechar esa influencia para hacer que el otro cambie y, por tanto, rectifique esas actitudes que consideramos nocivas… no sólo es humano e inevitable, sino, bajo mi punto de vista, deseable.
Se perfectamente que los que habéis llegado a leer hasta aquí os estáis tirando a mi cuello ahora mismo. Por eso voy a argumentar esto que acabo de decir.
Las personas nacemos (con esto quiero decir que llevamos ya una carga genética que nos determina en rasgos muy generales) pero, sobre todo, las personas nos hacemos. Nos fabricamos. ¿Cómo?. Pues a través de la educación recibida (educación en el sentido más amplio del término), a través de nuestras experiencias vitales y de cómo hemos vivido tales experiencia, a través de lo aprendido gracias a esas experiencias, nos fabricamos, también, gracias al entorno, es decir, nacer donde hemos nacido influye en que seamos como somos. También nos moldeamos gracias a nuestras creencias religiosas y gracias a nuestro sentido moral y, por supuesto, también nos creamos gracias a la influencia que ejercen sobre nosotros las personas que tenemos a nuestro alrededor.
Cuando se da la circunstancia de que con una de esas personas dormimos cada noche, el poder de influencia puede llegar a ser muy elevado. La vida en pareja es, entre otras cosas, una continua adecuación al otro. Y esa adecuación es, en sí, un cambio. Cambio en actitudes, cambio en forma de ver las cosas, cambios de comportamientos etc. Dicho de otra forma. En buena medida, somos lo que somos y como somos gracias a la influencia que nuestra pareja ejerce sobre nosotros. Y todo eso ocurre gracias a la complementación e implementación que, en el caso del amor, es más marcada.
La convivencia en pareja es difícil ¿verdad?. Hay que hacer alardes de paciencia, tolerancia, transigencia….etc. En eso consiste el amor. Pero la convivencia en pareja no es sólo “soportar” o disfrutar todo lo del otro. La convivencia en pareja también es (y así debe ser) pedir, exigir lo que queremos. Difícilmente nos darán lo que queremos si no lo pedimos abiertamente. Jugar a las adivinanzas no suele ser buena norma porque puede dar lugar a equívocos (infinidad de parejas viven descubriendo equívocos y eso no solo trae como consecuencia una gran carga de frustración y decepción, sino de impotencia y sentido del fracaso personal con la consiguiente bajada de autoestima y los trágicos (en muchos casos) desenlaces).
Lo correcto, lo deseable, lo esperable, bajo mi punto de vista, es hablar abiertamente de nuestras necesidades. Lo primero, para que sean atendidas, es darlas a conocer.
Si hay actitudes, comportamientos, formas de pensar etc, que no me gustan en mi pareja, he de expresárselo abiertamente. ¿Para qué?. Para llegar a un acuerdo. Lo deseable es que quien no actúe correctamente, intente cambiar dicha actitud. Eso es la pareja quien debe decidirlo. Debe decidir quien dice lo correcto, quien espera lo correcto y quien ha de cambiar. Pero, en cualquier caso….eso… no es más que un intento (exitoso en muuuuchos casos) de hacer cambiar al otro. O cambio yo, teniendo más paciencia, siendo más tolerante o más transigente…. O cambia el otro rectificando esa forma de actuar que nos molesta. El caso es que de ese “conflicto” SIEMPRE surge un cambio.
Como podéis comprobar….el cambio es posible y deseable.
Por lo tanto es lícito, correcto, humano y posible querer hacer cambiar al otro.
De hecho….repito que somos lo que somos gracias a la influencia del otro en nosotros mismos.
Dando por entendida mi argumentación paso a hablar acerca del cambio en nosotros mismos.
¿Qué ocurre cuando reconocemos nuestros defectos?
Todos (unos más que otros) terminamos conociéndonos y sabiendo qué actitudes nuestras no son correctas o deseables o, simplemente, nos causan problemas en nuestras relaciones.
No dejamos de evolucionar y no dejamos de conocernos a nosotros mismos. A medida que crecemos la vida nos plantea situaciones que, en función de cómo actuemos en cada una hace que nos conozcamos un poco más. Lógicamente se parte de la base de que todos (unos más y otros menos) somos capaces de discernir acerca de si lo que hacemos, decimos y pensamos entra dentro de nuestras ideas morales.
En otras palabras… se trata de que seamos lo que queremos ser. Para ello es fundamental saber detectar qué es lo que los demás ven en nosotros.
Hay muchos casos en que las personas nos creemos que los demás nos ven de cierta forma y resulta que estamos equivocados. Por eso nos importa tanto (entre otras cosas) lo que los demás piensan de nosotros mismos. Porque esas opiniones nos sirven para saber en qué medida somos eso que solemos llamar… auténticos.
¿Qué es ser auténtico?. Para mí, ser auténtico es mostrarse tal cual se es sin dañar. Es decir…. Hacer que haya coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Y, por otra parte, tener autenticidad es que no haya una idea demasiado disociada entre lo que los demás creen que somos y lo que nosotros creemos ser.
Así que si reconocemos defectos en nuestro carácter y/o en nuestras actitudes, es porque no son (dichas actitudes) lo que quisiéramos que fueran (por eso las tildamos de “defectos”).
Y si reconocemos tales defectos quiere decir que tenemos un gran objetivo que cumplir.
Ese objetivo no es sino el de rectificar esos defectos.
Tenemos la obligación de intentar cambiarlos. Tenemos la obligación de mejorar cada día (en eso consiste buena parte del crecimiento personal. Objetivo vital.).
Todo ese deseo de cambiar lo que reconocemos como defecto podría convertirse en obsesión. Pues no te obsesiones, coño!. Podría convertirse en frustración si no se consigue. Pues no te frustres, carajo!!.
Y dónde dejamos eso que está tan de moda que consiste en decir… “me acepto tal como soy. A quién le guste vale y a quién no… que le den”.
Vamos a ver.
La clave, como en todo, está en el equilibrio. Difícil equilibrio entre querer cambiar lo que reconocemos como defecto y aceptarse tal cual se es. Hay que querer cambiar lo malo sin por ello dejar de aceptarse. Lo que no vale es decir eso de…. “es que soy así”.
No, no vale. ¿Y sabéis por qué no vale?. Pues porque, ante todo, esa actitud no es más que un engaño a sí mismo. Es una defensa cerebral ante la impotencia de cambiar.
Yo soy consciente de que no todo se puede cambiar. Soy consciente de que hay rasgos generales de la personalidad que son inmutables. Estamos condenados a vivir con uno mismo, a soportarse a sí mismo. Por eso, ante la impotencia del cambio se termina argumentando que el cambio no es posible y, por tanto, quien me quiera que me acepte tal cual soy. Incluso muchas personas aluden a la imposibilidad de cambiar (en términos generales) para quedar exentas de la responsabilidad (y el riesgo emocional) que supone la obligación de cambiar. Son personas que necesitan de la constante afirmación externa de sus actos, personas que buscan la comprensión constante y, en definitiva, personas inseguras.
Es posible cambiarse a sí mismo. Es deseable cambiarse a sí mismo. Es cierto que la gran mayoría de cambios vienen dados de fuera, por las circunstancias y con el paso del tiempo, pero también hay una responsabilidad en nosotros mismos que no podemos eludir. Si quiero cambiar ciertas actitudes… puedo hacerlo. No hay varitas mágicas. No hay panaceas. Pero es posible si somos lo suficientemente exigentes con nosotros mismos (más que con los demás) y, además, nos sentimos plenos siendo como somos (sin cargas en forma de frustración u obsesión).
Todos reconocemos que la felicidad parte de uno mismo.
Ese egoísmo o egocentrismo tiene razón de ser desde el momento en que queda confirmada nuestra autoconciencia de nuestra propia existencia.
Por eso tienen sentido frases como las de…”difícil amar a otro si no te amas a ti mismo” y, en el caso del artículo que ya termino…. “difícil que el otro acepte los cambios propuestos si no estamos dispuestos a cambiar nuestros propios defectos”.
Y todo ello debe estar complementado de la idea de aceptar al otro tal cual es.
La vida en pareja es recorrer un camino, juntos. Ya no somos la persona que éramos cuando teníamos 20 años ni nuestra pareja tampoco. Hemos evolucionado y seguimos haciéndolo. Y lo aconsejable es aceptar al otro y a uno mismo tal cual es sin renunciar a la mejora personal, a la que tenemos la obligación moral de contribuir.
Fdo. Diego Bueno
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