Supongamos que se pudieran reescribir de nuevo los diez
mandamientos que todos conocemos de la religión cristiana.
Tomándolos como indicaciones o reglas a modo de exhortación
de obligado cumplimiento por y para todos los humanos yo los expondría de la
siguiente forma:
1º- Sin duda, el primero tiene que ver con el amor. El más
completo y positivo de todos los sentimientos humanos, el que más influencia ha
tenido (junto a la capacidad de adaptación) para que seamos la especie
dominante en el planeta. El más reconfortante de todos los sentimientos. Amemos y permitamos ser amados. Entendamos
el amor, no solo como el sentimiento de felicidad en la complacencia, ni
siquiera como el deseo de bondad hacia los seres amados, sino que, yendo más
allá, comprendamos y ejecutemos el AMOR como la necesidad de procurar el bien a
los seres amados e incluso a los no amados, sintiendo bienestar y felicidad ya
en el mismo trayecto hacia ese bien deseado y procurado. Nada hay más grande ni
más humano que eso, ni postura más inteligente que la plena disponibilidad a
amar y ser amado. Olvidémonos del sentido egoísta de la posesión. Las personas
no se poseen, sino que se ganan. Las personas no sustituyen a otras personas.
Cada individuo es único e irrepetible. Seamos capaces de amar en plenitud.
Trabajando el amor, dándolo todo y abriéndonos para recibirlo todo. No se ama a
quien no se admira. No existen ni las medias naranjas ni los príncipes azules
porque aunque en determinados momentos nos lo parezcan, el tiempo incidirá en
cada uno de nosotros para hacernos cambiar paulatinamente. Aceptemos que las
personas evolucionan y, por tanto, cambian. Creemos lazos que nos mantengan
unidos a pesar de los cambios y aceptemos que los cambios pueden romper esos
hilos.
2º- Socialicémonos, aún
más y respetemos los derechos
fundamentales de las personas. Interactuemos. Aprendamos de los demás y
enseñemos lo que sabemos. Perpetuemos los conocimientos y las actitudes que nos
llevan al éxito. Entendamos otra forma de éxito social basado en la entrega, en
la abnegación, en la justicia social. Conozcámonos a nosotros mismos a través
de los demás. Respetemos y toleremos a los demás, entendamos sus
circunstancias, hagamos gala de valores como la bondad, la nobleza,
sensibilidad, ternura, cordialidad, lealtad, longanimidad, dulzura,
complacencia, misericordia, piedad o compasión.
Seamos críticos con las formas de actuar negativas y no
contribuyamos al engrandecimiento social de quien no lo merece. Rodeémonos de
personas dignas de nuestra admiración. Tengamos conciencia y sentido de la
justicia social. Ayudemos a los necesitados, a los enfermos, a los niños y a
los ancianos, a los débiles de cuerpo y/o mente, no desde nuestra posición
dominante, sino desde nuestro sentido del deber, de sus derechos, de la
justicia social y del amor. No nos dejemos adoctrinar ni por políticas ni por
religiones indemostrables y, en cualquier caso, respetemos cualquier forma de
pensar distinta a la nuestra.
3º- Vivamos el
presente. Hay vida antes de la muerte. No dejemos para mañana el amor y la
belleza que podemos tener y dar hoy. Saquemos partido a cada instante y creemos
buenos momentos. Sin necesidad de grandes aspavientos. Mastiquemos toda esa
belleza que nos rodea. Seamos conscientes de que la vida se acabará para
nosotros y tenemos la obligación y la responsabilidad de dejar un legado mejor
que el que recibimos. Ni puta idea de lo que habrá tras la muerte pero lo que sí
sabemos es lo que hay antes. Y antes de la muerte hay VIDA.
4º- Cuidemos y
eduquemos a la juventud porque ellos son el futuro y el presente.
Eduquémoslos en el amor, en el respeto y en la confianza de que serán ellos los
que remediarán nuestros errores.
Conociéndonos bien a nosotros debemos saber de la
importancia de la educación. La educación lo es todo. La educación en el más
amplio y positivo sentido de la palabra. Educación social, educación
institucional, educación estatal, educación paternal, familiar etc. Educación
en todos los campos, en todas las materias, en todos los órdenes. Confiemos en
los jóvenes y démosles las herramientas necesarias para que perpetúen nuestros
éxitos y nos superen. Comprendámoslos y aceptemos que no cualquier tiempo
pasado fue mejor. Permitámosles que cometan errores. Es lo normal cuando se
está en fase de aprendizaje. No dejemos de aprender jamás (es decir… no dejemos
de tener un espíritu joven jamás).
5º- Fortalezcámonos.
No permitamos que el daño recibido se perpetúe. Todo ello sin mirar a la vida
como a una batalla, sino más bien como un paseo interactivo de extraordinaria
belleza. Seamos capaces de superar los malos momentos, los desengaños, las
frustraciones y las decepciones. No esperemos de los demás más de lo que
nosotros no podemos ofrecer. Seamos sensatos, coherentes y razonables.
Digámosle adiós al miedo. Ese es el gran enemigo, el que nos maniata, el que
nos impide ver, el que nos hace defendernos antes de ser atacados y, por tanto…
atacar.
6º- Controlemos el
tiempo. Aprendamos a tener una concepción del tiempo más geológica. Menos
guiada por nuestras fugaces vidas. Solo así actuaremos a largos plazos, que son
los plazos en los que se mueve nuestro mundo, nuestro planeta. Solo así
tendremos conciencia ecológica. Solo así podremos dejar un mundo mejor a
nuestros hijos y unos hijos mejores a nuestro mundo. Tengamos amplitud de
miras. Elijamos bien los momentos para las ocasiones. Hagámonos maestros en el
dominio de los tiempos en todos los órdenes de la vida. Confiemos más en el
tiempo como forma de hacer realidad utopías maravillosas e idealizadas (como
nos lleva demostrando nuestra propia historia desde siempre).
7º- Hagamos
obligatorio el aprendizaje emocional para que aprendamos a controlar
nuestro odio, nuestra ira, nuestra rabia y nuestros miedos. Hagámonos expertos
en inteligencia emocional. Coloquemos correctamente cada cosa en su verdadera
escala de valores. Demos importancia a lo que la tiene y viceversa. Aprendamos
a sonreír más frecuentemente y, por tanto, a propagar las ganas de vivir y ser.
Aprendamos a interpretar sentimientos humanos y hagamos de la comunicación
nuestra mayor y mejor herramienta para transmitir y recibir información. Sin
tener que adivinar, sin dejar nada en el aire. Sabiendo donde estamos y con
quienes, sabremos el por qué.
8º- Aceptemos que la
intuición es una fuente de conocimiento tan válida como la razón.
Generalmente tomamos nuestras miles de decisiones de forma instintiva para que
luego sea la razón la que explique o la que justifique nuestra forma de actuar.
Dejemos actuar a nuestros instintos porque ellos nos humanizan tanto como la
represión. Reprimamos únicamente aquellos instintos que causan algún tipo de
mal a alguien o a nosotros mismos. Aceptemos que somos humanos y, por tanto,
imperfectos, así como que paulatinamente nos encontramos en el camino de la
perfección. Sepamos que esta jamás llegará pero que el margen de mejora es
extraordinariamente amplio y apasionante. Sintamos con pasión y hagamos de la
pasión nuestra herramienta hacia la consecución de objetivos alcanzables. Sin
pasión no hay vida.
9º- Que no se nos
escape toda la belleza que nos rodea. La belleza es la ausencia de dolor y,
por tanto, no hay dolor con belleza. Tenemos la posibilidad y la obligación de
crear belleza. Que no se nos olviden los distintos verdes de las hojas de los
árboles, el azul del mar o los distintos tonos rojizos del sol. Deberíamos
crear ciudades que no renieguen de la naturaleza. Captemos la belleza de las
personas. Las miradas, las sonrisas, los gestos que nos emocionan. Dejémonos
seducir por la belleza en toda su plenitud. Que sea obligatorio el arte. Que
sea obligatorio aprender a apreciar la música, la pintura etc. Que sea
obligatorio enumerar y comunicar lo bello que hay en cada uno de nosotros. Al
descubierto, sin apariencias, sin necesidad de máscaras que oculten y modifiquen
lo que quisiéramos que los demás no vieran en nosotros.
10º Encontremos la
felicidad en la antesala de la felicidad. No es objetivo, sino
consecuencia.
No busquemos la felicidad. Encontrémosla por el camino.
Apreciemos lo que tenemos. Sin conformismo pero valorándolo todo en su justa
medida. Aspiremos a más siempre pero aprendamos a no frustrarnos si los
objetivos tardan. Aceptemos las cosas como vienen. No demos la espalda a los
problemas. Aceptemos a nuestros hijos intentando no transmitirles nuestros
miedos y nuestras frustraciones. Aceptemos que el amor de pareja puede
acabarse. No retengamos a nadie a nuestro lado si ese alguien quiere huir.
Aceptemos que hay personas más capaces de dar amor que otras. Aceptemos que el
amor es completamente libre y a veces ingobernable. Aprendamos a sonreír y a
provocar sonrisas más frecuentemente. Si encontramos actos o formas de actuar
que nos hacen felices a nosotros y/o a los demás… repitámoslos cuantas veces
sea y cuanto más mejor. No escatimemos en buenos momentos. Sintamos la
felicidad de hacer felices a los demás. La imaginación humana es nuestro mejor
don junto con la capacidad de esfuerzo y adaptación. Saquémosle todo el partido
a nuestro cerebro.
Todos hemos jugado a ser dios en alguna ocasión.
Precisamente porque no creo en dios, me creo en el derecho de hacer lo que han
hecho otros hombres a lo largo de la historia, es decir… escribir diez
mandamientos que, más que mandamientos yo los llamaría indicaciones o reglas de
obligado cumplimiento. Eso si… sin castigo alguno para los que no deseen
cumplirlas ni premios más allá de lo reconfortante que sea seguir estos pasos.
Fdo. Diego Bueno
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