Los niños y niñas, los hijos e hijas, pese a lo que algunas
personas piensan, no son propiedad de los padres y/o madres. Una cosa es que
los padres y madres debamos asumir la responsabilidad de decidir por ellos/as y
otra cosa bien distinta es que podamos tomar cualquier decisión. Nos guste o
no, somos seres sociales, vivimos en sociedad y, por tanto, debemos procurar
para nuestros hijos e hijas una educación que les permita convivir en sociedad.
Dicha responsabilidad recae, tanto en los padres y madres como en el estado
que, como representante de la sociedad debe dotar al país de un sistema
educativo para que quede garantizado el presente y el futuro de dicha sociedad.
Han de existir, por tanto, unas normas de convivencia y unos comportamientos
éticos, acordes a la moral imperante, que garanticen una sociedad sana,
próspera, tolerante y cumplidora con los derechos humanos a la vez que debe
fomentarse el valor del esfuerzo y las obligaciones como ciudadanos. El estado invierte
en medios materiales, en espacios y en profesionales de la educación para poder
garantizar la calidad, la universalidad, la gratuidad, así como para que no
exista adoctrinamiento alguno. Ha sido siempre una tentación enorme la
posibilidad de adoctrinar a niños y niñas cuyas mentes, en proceso de
crecimiento, maduración y evolución, son claramente más vulnerables. Educar
para la convivencia y la tolerancia, en democracia, NO ES ADOCTRINAR.
Adoctrinar es inculcar preceptos, costumbres y dogmas provenientes de una
religión concreta que, como tal, basa todo su ideario en una determinada
creencia y fe. Quienes quieran educar a sus hijos e hijas basándose en una
religión, que lo hagan, pero fuera de la escuela, que lo hagan, pero sin dinero
público, que lo hagan, pero sin obligar a nadie. ¡Eso es libertad! Imponer, en
las escuelas, una determinada religión con su inevitable labor catequética,
significa tratar de inculcar dogmas, muchos de los cuales, además, entran en
contradicción con la razón, la ciencia y los derechos humanos, como la subordinación
de la mujer o el origen mágico de la vida y el universo. La escuela no debe ser
un lugar de exclusión y discriminación en el que niños y niñas sean separados
en función de las creencias o las convicciones de sus familiares, lo cual es
una afrenta a la libertad de conciencia y una grave vulneración de los Derechos
de la Infancia, como recoge la Declaración de los Derechos del Niño y de la
Niña de 1959 y la Convención de 1989, que rechazan el adoctrinamiento y el
proselitismo religioso. Separar al alumnado que comparte toda la jornada
escolar, a la hora de las clases de religión, dificulta su convivencia y
entendimiento, que es de donde nace el afecto y la solidaridad. La escuela debe
ser imparcial en materia de creencias religiosas ya que es la mejor forma de
respetar todas las creencias. Ni siquiera el hecho de que la mayoría de
ciudadanos profese una religión es justificación para que los preceptos de esa
religión estén dentro de la escuela por un motivo evidente de equidad, libertad
y respeto. Que cada cual eduque en la religión o creencias que considere, que
cada cual ejerza su labor evangelizadora como considere, que cada religión sea
respetada por descabellados que sean sus dogmas, pero… ¡FUERA DE LA ESCUELA!
Fdo. Diego Bueno
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