Todos nuestros logros como humanos, tanto en lo positivo como en lo negativo, han implicado la utilización del lenguaje. Como seres humanos, usamos el lenguaje de dos formas diferentes y relacionadas entre sí:
Por un lado, lo utilizamos para representar nuestra experiencia (percepción, sensaciones, emociones, conclusiones, etc.) respecto a cualquier actividad. Esto implica razonar, pensar, fantasear o ensayar. Al tratarse de un sistema de representación de nuestro “yo”, creamos un modelo de nuestra experiencia. Este modelo del mundo que construimos a través del lenguaje se basa en nuestra capacidad de percepción.
Por otro lado, usamos el lenguaje para comunicarnos. Lo que comunicamos es nuestra propia representación del mundo, y lo hacemos mediante el lenguaje hablado o escrito. Discutimos, conferenciamos, escribimos, cantamos, etc.
Adquirir herramientas lingüísticas desde muy corta edad facilita el buen uso del lenguaje en ambas vertientes. Por ello, es fundamental, desde un punto de vista pedagógico, que los niños y niñas aprendan un vocabulario amplio, que lo comprendan, lo interioricen y lo usen. Nuestro papel como familias y docentes es incitar, animar y estimular este proceso.
Uno de los grandes objetivos vitales de los seres humanos es construir una historia de vida de la que sentirnos orgullosos/as: nuestros logros, relaciones y aprendizajes. Todo esto se construye y toma forma mental a través de las palabras.
A menudo no somos conscientes de la importancia del uso adecuado del lenguaje. No siempre reflexionamos lo suficiente antes de elegir las palabras que utilizamos. La buena noticia es que nuestro cerebro tiene la capacidad de adaptarse y adquirir nuevas formas de procesar el lenguaje. Todo es trabajable y mejorable. Las personas educadoras y las familias, dada nuestra influencia, tenemos la responsabilidad de ser conscientes de la importancia de las palabras en la construcción del “yo” ya que son herramientas fundamentales, y pueden ser tanto una ayuda como un freno.
El empleo del lenguaje positivo debería ser un elemento clave en todo proceso de enseñanza-aprendizaje, entendiendo que va mucho más allá de reforzar acciones o ideas. Un ejemplo significativo de la importancia de las palabras es el conocido efecto placebo, que se ha demostrado como el mejor y mayor medicamento para cualquier enfermedad. Su importancia es tal que absolutamente todos los estudios farmacológicos lo utilizan para comprobar la efectividad de un fármaco.
Estimulemos el buen uso del lenguaje, promoviendo la adquisición de un vocabulario extenso y variado. De ello depende, en gran medida, el éxito en la vida: en el ámbito profesional, en las relaciones, y en la gestión de los contratiempos. Un “yo” fuerte, resiliente y seguro, es más capaz y eficiente. Con un lenguaje positivo es infinitamente más fácil poseer una buena autoestima, ser más educado/a, tener mejores sentimientos y ser más auténtico/a, asertivo/a, creativo/a o, simplemente, disfrutar más intensamente de cualquier expresión de belleza con la que nos topemos.
Fdo. Diego Bueno.
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