domingo, 30 de noviembre de 2025

HABLEMOS DE “MI NAVIDAD” … ¡POR FIN!


El renacimiento de la Luz o el Nacimiento del Sol son celebraciones que han tenido lugar durante siglos en torno al solsticio de invierno en las culturas paganas. De estas tradiciones, bebieron las religiones monoteístas posteriores, especialmente el cristianismo, que no hizo más que tomar lo que ya existía.

El solsticio de invierno marca el día más corto y la noche más larga del año. A partir de este momento, los días comienzan a alargarse, simbolizando la victoria de la luz sobre la oscuridad. Este evento natural fue interpretado por innumerables culturas como un momento de Renacimiento y Renovación: el nacimiento de un nuevo ciclo solar y el resurgimiento de la vida. En realidad, no es más que un canto a la esperanza, la promesa de que la primavera y la fertilidad volverán después del frío y la escasez del invierno.

La Iglesia Católica tomó el 25 de diciembre, día del Sol Invicto para los romanos del Imperio, más de 300 años después de la muerte de Jesús, como fecha de su nacimiento. De esta forma, al coincidir ambas festividades, se facilitaba la conversión al cristianismo, que era el objetivo. Las fechas, tanto del nacimiento como de la crucifixión de Jesús, se desconocen por completo. Sí, se confirma que nos engañaron a todos durante siglos.

No obstante, me quedo con lo bonito de la Navidad que, para mí, como ateo, significa el nacimiento, ¡no de una persona!, ¡no de un dios!, sino de la luz en su sentido más amplio, tanto literal como simbólicamente. Marca un punto a partir del cual cada día que pase tendrá más minutos de luz. Marca, asimismo, el inicio de un nuevo ciclo y significa un canto a la esperanza. Por eso ha sido siempre tan atractiva la Navidad, por eso adornamos con luces, por eso hacemos protagonistas a los niños como símbolo de la renovación, la esperanza y la alegría, por eso es un canto a la vida. Creo que los humanos, históricamente (y ahora no iba a ser menos), siempre hemos necesitado luz, esperanza y renovación.

Fdo. Diego Bueno.


lunes, 24 de noviembre de 2025

HABLEMOS DEL 25N... ¡POR FIN!

 

Vamos a ver si nos enteramos de una puñetera vez:

Voy a hablar muy clarito para que me entienda hasta la persona más torpe u obstinada.

¡LO QUE SE CONMEMORA EL 25 DE NOVIEMBRE ES EL DÍA INTERNACIONAL DE LA ELIMINACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER!

¡No lo digo yo!, sino que esta fecha fue designada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el año 2000 para denunciar la violencia que se ejerce sobre las mujeres en todo el mundo y reclamar políticas en todos los países para su erradicación.

La violencia hacia las mujeres la ejercen hombres.

No se “celebra” el día contra la violencia de género ni tampoco el día contra TODAS las violencias de género (como lamentablemente he escuchado en muchos sitios últimamente).

El 25 de noviembre no es una celebración. No hay nada que celebrar respecto al machismo. Es un día de conmemoración, de reivindicación, de sensibilización.

Concretamente, el enfoque y lema de la campaña de la ONU para el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y los 16 Días de Activismo (que van del 25 de noviembre al 10 de diciembre) de este año 2025 está centrado en la violencia en el espacio digital, ya que se trata de una amenaza creciente.

Se trata de abordar diversos tipos de abusos en línea, como el intercambio no consentido de imágenes íntimas, el ciberacoso, el troleo, las amenazas en línea, el discurso de odio, la desinformación en las plataformas, la suplantación de identidad y la vigilancia y control en línea.

Es verdad que en la sociedad española hemos avanzado mucho, pero igualmente queda mucho por hacer. A día de hoy el machismo es más sutil, más indetectable pero igualmente peligroso.

El machismo mata, el machismo viola, es la raíz de todo acto de desprecio y ofensa hacia la mujer, es homófobo y discrimina de manera sistemática, oculta las desigualdades, oculta lo femenino, relega a la mujer a ocupar un papel secundario y se esfuerza por controlar el discurso. Una de sus más significativas expresiones de control es, precisamente, el intento de vetar el uso del término “machismo” (“Lo que no se nombra, no existe”), buscando reducir su impacto a la simple denominación de “violencia de género”, eludiendo de paso, la discusión sobre su origen ideológico. No es únicamente un tema semántico.

Una de las características del machismo, y por consiguiente de los hombres y mujeres que lo perpetúan, es su defensa basada en la negación. Esta táctica busca eludir la crítica a la estructura de pensamiento (la ideología machista), reduciendo el problema a incidentes aislados o pretendiendo que la batalla por la igualdad ya ha sido, supuestamente, ganada.

Otra estrategia propia del machismo consiste en cambiar la semántica, sabedores de que el lenguaje es origen de ideas, incluso de forma subliminal. Un ejemplo claro es el uso de "violencia de género" en vez de "violencia hacia la mujer", con el objeto de equiparar todas las violencias. Esto llevaría al pensamiento de que no existe un problema estructural de machismo, sino de violencia en general.

Suele ser común, igualmente, negar o alterar los datos aterradores de la violencia machista hacia las mujeres para ralentizar, lo más posible, los avances feministas.

Quiero denunciar, igualmente, esa estrategia, tan machista como burda, que consiste en recalcar que los hombres y las mujeres somos diferentes y que por tanto no tiene sentido buscar la igualdad, como si las personas feministas no aceptáramos esa irrefutable ley natural que dice que hombres y mujeres somos diferentes biológicamente.

El machismo se derrama, invade y permanece en todos los ámbitos y contextos de la sociedad: Música, comportamientos, actitudes, humor, publicidad, lenguaje, relaciones, sueldos, puestos de responsabilidad, etc. El machismo nace, crece y se reproduce gracias a hombres y mujeres, pero las violencias machistas (sí, en plural) la ejercen hombres contra mujeres.

Os invito a descubrir cifras (por supuesto, cifras oficiales) tanto en España como en el resto del mundo.

Así que ya sabéis. ¡Lo que es, es!

Dejaos engañar, si eso os hace felices, pero al menos, no propaguéis el engaño.

Puedo admitir, incluso, que el término “feminismo” (comúnmente confundido con “hembrismo”) pueda inducir a error e incluso que quizás no sea el más afortunado si lo que se pretende es la igualdad de derechos y oportunidades, pero significa, precisamente, eso: “Eliminación de todas las formas de desigualdad y opresión derivadas del patriarcado.

Fdo. Diego Bueno

domingo, 16 de noviembre de 2025

HABLEMOS DE BUENOS MODALES... ¡POR FIN!

 


Educado/a, respetuoso/a, amable, cariñoso/a, compasivo/a, comprensivo/a, tolerante, cortés, considerado/a, cumplidor/a, afable, bondadoso/a, transigente, flexible, indulgente, atento/a, cordial, civilizado/a, humano/a, paciente... Todos estos adjetivos deberían calificar a aquellas personas que hacen gala de buenos modales.

Evidentemente, su adquisición y uso no son fáciles. Se requiere, como casi todo lo que nos hace crecer y mejorar, esfuerzo, entrenamiento y constancia.

Obviamente, llevan mucha ventaja quienes han adquirido estos hábitos desde pequeños. Se asimilan mediante las indicaciones de padres, madres, profesorado, etc., pero sobre todo mediante el ejemplo. No obstante, cuando alcanzamos a tener uso de razón (algo que no ocurre siempre por muchos años que se cumplan), está en nosotros mismos trabajar para adquirir buenos modales de comportamiento.

Aun así, podría haber alguien que se preguntara si merece la pena adquirirlos, pues ¿qué ventajas nos aportan los buenos modales? Para contestar a esta cuestión debo, antes, hablar de la educación y de su influencia en nuestro bienestar y en el de la comunidad.

Los buenos modales tienen que ver con la buena educación. Quienes tienen malos modales están mal educados e incluso se les suele llamar "maleducados".

La mala educación no es cuestión solo de niños ni de adolescentes. En nuestro día a día podemos ver reacciones inapropiadas y comportamientos poco éticos en personas con experiencia, en hombres y mujeres que, con sus malos hábitos, hacen muy complicada la convivencia.

Y es que esa es la clave: ¡la convivencia! Si no queremos estar y sentirnos solos, debemos convivir. Los malos modales son causa de preocupación para todas las personas que convivimos en cualquier contexto.

Preocupan incluso a quienes cometen faltas de educación, a veces, sin siquiera ser conscientes o quitándole importancia a las suyas propias y recalcando las de los demás. En el día a día, muchas personas van adquiriendo hábitos relacionados con la falta de respeto que, como mínimo, entorpecen la convivencia y minan las relaciones hasta límites insospechados, porque hablamos de empatía, de no hacer lo que no nos gusta que nos hagan, de tener en cuenta a los demás, de renunciar a cierto tipo de egoísmo corrosivo.

Gritar para hablar, entrometerse en vidas ajenas, interrumpir conversaciones, reírse de los demás, humillar, no respetar el mobiliario, no dar las gracias, estar más pendientes del móvil que de las personas que se tienen enfrente, dejar basura por la calle o en los carros de la compra, no respetar las colas, no dar los buenos días, invadir el espacio personal del otro, bloquear el paso en puertas o pasillos, no recoger los excrementos de las mascotas, masticar con la boca abierta o haciendo ruido, no taparse la boca al toser o estornudar, llegar tarde, no pedir permiso al coger algo que no es tuyo, no contestar a un saludo, no disculparse por hacer algo de esto, no silenciar el móvil en actos públicos o poner el altavoz o sacar fotos molestando a otros, mostrar desinterés mientras se habla con otros, bostezar sin taparse la boca, decir lo inoportuno u ofensivo sin que haya beneficio, etc.

La mala educación, los malos modales y la grosería generan lo que se conoce como dolor social. Fue la psicóloga Naomi Eisenberger, de la Universidad de California, quien llevó a cabo un estudio para analizar su impacto.

Se descubrió que este tipo de comportamientos tienen un impacto a nivel cerebral. No solo dificultan la convivencia, sino que, además, duelen, provocan estrés y rompen ese principio social que es el respeto, y que nuestro cerebro interpreta como significativo para sentirse bien, en calma y armonía.

Los malos modales tienen su origen en el narcisismo, ya que son propios de personas con falta de empatía que no suelen respetar los límites ajenos, pero también es característico de personas antisociales, de jefes que se extralimitan, de apegos desorganizados y, por supuesto, suelen tener base en una infancia y adolescencia en las que no ha habido límites adecuados.

Es cierto que la mala educación en la infancia y adolescencia termina volviéndose crónica en la edad adulta. Ello hace que tengamos adultos con nula resistencia a la frustración, con serias dificultades para ajustarse a las normas y habituados, además, a faltar el respeto a los demás.

Hay diversas características del modo de vida actual que favorecen la falta de buenos modales. Yo destacaría el refuerzo del individualismo y la competitividad (yo, yo y yo), el estrés provocado por el ritmo acelerado, que nos hace estar pensando en nuestras cosas sin prestar atención a los otros, vivir en grandes ciudades que nos aíslan y nos hacen sospechar de los demás, el exceso de soberbia y caracteres fuertes exigidos y vistos como algo bueno, etc.

Finalmente, contestando a la cuestión de por qué es bueno tener buenos modales, doy cuatro motivos cruciales:

1.                 Porque facilitan una convivencia pacífica y armoniosa que estimula la cooperación y la convivencia. Debemos tener en cuenta que somos seres sociales y los buenos modales, el respeto y la buena educación favorecen, claramente, interacciones más positivas y satisfactorias para todos.

2.                 Porque hace que las relaciones sean más sanas. Hay estudios que demuestran que la amabilidad es uno de los principales componentes de las relaciones duraderas y satisfactorias. La buena educación suaviza las conversaciones, muestra respeto y buena disposición; ayuda a que la otra persona se sienta apreciada y tenida en cuenta y fomenta una respuesta igualmente positiva. De este modo, es una buena base para construir vínculos sanos.

3.                 Los buenos modales, el saber estar y la cortesía nos ayudan a conseguir objetivos, nos abren puertas. Ya sabemos que es importante dar buena impresión. Si pedimos indicaciones a un desconocido en la calle, nuestra buena educación hará que esté mucho más dispuesto a ayudarnos. Pero, del mismo modo, una buena actitud en el puesto de trabajo puede ser clave para conseguir promocionar o avanzar en nuestra carrera.

4.                 Finalmente, aunque solo nos fijemos en la parte visible, no podemos olvidar que la educación es un conjunto de valores que rigen nuestra percepción y nuestro comportamiento. Ser educado es, en realidad, valorar a quienes nos rodean, respetarnos a nosotros y a los demás, ser humildes y agradecidos, contribuyendo a experimentar estados de ánimo más positivos.

A mi humilde entender, los buenos modales, la buena educación o el buen trato tienen mucho que ver con la gratitud. Pienso que deberíamos estimular más la gratitud en nuestros hijos e hijas, ya que predispone a las emociones positivas, reduce el riesgo de depresión, aumenta la satisfacción de las relaciones e incrementa la capacidad de recuperación frente a eventos estresantes de la vida.

¡Cuidemos los buenos modales! Todo lo que nos aportan, tanto individualmente como de forma colectiva, es positivo.

Fdo. Diego Bueno


sábado, 8 de noviembre de 2025

HABLEMOS DE SANIDAD PÚBLICA... ¡POR FIN!

 

HABLEMOS DE SANIDAD PÚBLICA... ¡POR FIN!

¡Imaginemos por un momento la sanidad pública que merecemos!

Hablo de esa que costeamos entre todos, esa que es un derecho fundamental de la ciudadanía y no un negocio.

Imaginemos que funcionase a pleno rendimiento, que estuviese bien gestionada, sin listas de espera vergonzosas, sin escatimar en personal (médicos/as, enfermeros/as, auxiliares) ni en medios técnicos. Una sanidad donde la atención fuera impecable.

Mi pregunta es simple: ¿quién, en su sano juicio, se haría un seguro privado?

¡Obviamente, casi nadie! Solo aquellos que busquen lujos superfluos o una atención hiper-exclusiva. El grueso de la población confiaría en el sistema público.

Me parece evidente: si la meta final es la privatización de la sanidad, la ruta más efectiva es el deterioro intencionado del servicio público.

¿Cómo se orquesta esto? Pues, precisamente, recortando en personal y en recursos, tal como se observa en las comunidades autónomas gobernadas por la derecha. Si albergas dudas, los datos, a pesar de sus intentos por manipularlos (algo que, por supuesto, están haciendo para evitar el levantamiento popular), siguen estando ahí. Solo se requiere un mínimo de capacidad crítica para discernir la verdad de la mentira.

Lo que no deja de asombrarme es la actitud del votante de derechas que no es rico, que a menudo cree a pies juntillas lo que le dicen. Es incomprensible que, aun padeciendo en carne propia los estragos del desmantelamiento (citas eternas, diagnósticos tardíos, errores fatales, mentiras de los responsables sanitarios), no se rebelen contra los gobiernos autonómicos.

Parece que el miedo a darle la razón a la izquierda pesa más que su propio bienestar. Hay que ser... ¿ingenuo?, ¿terco? Estamos hablando del bien más preciado que posee cualquier persona: ¡su salud!

Al final, la consecuencia es que nos vemos forzados a contratar un seguro privado que, a menudo, apenas cubre “cuatro cosas”. Estos seguros sirven, sobre todo, para que las consultas privadas estén ahora abarrotadas y para que los grandes empresarios de este sector se enriquezcan mientras los ciudadanos pagamos con dinero y salud.

¡HAY QUE SER NECIOS!

Como cualquier empresario, estos, montan un negocio con una única intención: ganar dinero, ¡Cuanto más, mejor! Lo hacen jugando, insisto, con lo más importante para todos nosotros ¡nuestra salud!

Se trata de un juego de suma cero donde nosotros siempre perdemos.

Fdo. Diego Bueno

sábado, 1 de noviembre de 2025

HABLEMOS DE AMBICIÓN DESMEDIDA... ¡POR FIN!


 

Adam Smith (1723-1790), considerado el padre del liberalismo económico dijo: "No es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde esperamos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses." La catadura moral de este hombre, cuando lanzó tal barbaridad, todavía había de sufrir varios reveses hasta que se modelara. En mi opinión, lo moralmente reprochable en esa desafortunada cita es la reducción de toda acción humana a únicamente dos posibilidades: Caridad o egoísmo. Como si no hubiera otras formas de relacionarnos, de prosperar, de beneficiarnos del beneficio del bien común. Años antes se ve que le había dado por reflexionar más en profundidad y dejó salir ese resquicio de compasión, solidaridad y empatía que se le presupone a todo individuo de la especie humana hasta el punto que llegó a decir:  "Por muy egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le interesan en la fortuna de los demás, y hacen que la felicidad de estos le sea necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla.". Se ve que, como les ocurre a muchas personas al envejecer, se volvió tremendamente egoísta hasta el punto de buscar excusas socialmente aceptadas para proponer un estilo de vida basado en la ley de la selva.

Como contraposición al liberalismo económico (padre del egoísmo desaforado actual) quiero citar a mi admirado Zygmunt Bauman (1925-2017), que fue un sociólogo y filósofo polaco-británico conocido por sus agudos análisis de la sociedad contemporánea. Su idea más importante y central es la "Modernidad Líquida", donde describe la volatilidad, la incertidumbre y la fragilidad de los lazos humanos y las estructuras sociales en el mundo globalizado y de consumo actual. Es eso que muchas veces decimos o pensamos acerca de que solo nos interesa la inmediatez, el placer fácil y rápido, lo efímero, los titulares, el morbo…

Las estructuras sociales, como el trabajo, la familia, la identidad, las relaciones y la comunidad ya no son fijas, sino que se han vuelto flexibles, volátiles y transitorias.

El cambio no es un medio para alcanzar un fin, sino un fin en sí mismo.

Hay una precariedad e incertidumbre constantes en la vida.

Las instituciones como el Estado, los sindicatos, los partidos políticos, etc, pierden su capacidad de anclaje.

En la gente joven o la que pretende serlo, las relaciones humanas se han vuelto frágiles, desechables y sin compromisos a largo plazo. En muchos casos están basadas en la búsqueda de la satisfacción inmediata y el miedo a "perder la libertad" o a ser dependiente.

El trabajo ya no es una carrera o un proyecto de vida, sino una serie de empleos temporales. El trabajador debe ser "flexible", adaptándose constantemente al cambio y viviendo con la amenaza de la obsolescencia y el desempleo.

La identidad se define por el consumo. La felicidad se reduce a la adquisición de objetos y los deseos deben ser satisfechos de inmediato. Esto genera una sociedad de "consumidores" y una constante sensación de insatisfacción disfrazada de instantes felices atrapados en una foto retocada.

Los miedos son difusos, globales (terrorismo, crisis climática, pandemias) e inmanejables por las instituciones tradicionales, dejando al individuo en un estado de ansiedad constante.

¡Claro que existe una ambición sana! Es esa que impulsa el progreso, la mejora personal y la creación de valor, sin embargo, en el contexto actual, particularmente en España, veo que hace tiempo que hemos traspasado la frontera de lo saludable. Observo una tendencia moral que se decanta, cada vez más, por un capitalismo salvaje que no solo tolera, sino que premia y normaliza la ambición desmedida, creando una sociedad moralmente decadente donde el fin (el beneficio) justifica cualquier medio.

La ambición capitalista reduce todo a un valor transaccional. Las personas se convierten en "recursos humanos" desechables. “Soy tu amigo/a solo en la medida en que me eres útil a mis intereses individuales”. La EDUCACIÓN, entendida como el proceso fundamental para la formación integral de la persona y la adquisición de valores morales y cívicos, pierde su esencia y su valor social.

Observo, igualmente, cómo esta presión por la productividad y el éxito material, impulsada por un sistema hipercompetitivo, contribuye a los problemas de salud mental cada vez más acusados y comunes. Considero que forma parte de un todo. Alimentación, forma de vida, valores etc. Esta ética capitalista, sin duda, deshumaniza e insensibiliza. Lo observo cada día en mi entorno, especialmente en la gente joven con la que tengo la fortuna de trabajar y compartir situaciones y confidencias.

El capitalismo salvaje lucha contra toda regulación que limite su capacidad de acumulación. No quiere pagar impuestos, no quiere derechos laborales, no quiere protección ambiental. Todo vale por dinero. Deja de haber límites. Las leyes se tuercen para favorecer a "los listillos de turno", no a la ciudadanía.

Con tal de mantener y aumentar sus beneficios sin límite, las grandes corporaciones y los ricos acuñaron, en los 80 lo que se vino en llamar “La teoría del goteo" , que sostiene que los beneficios económicos otorgados a las personas o empresas más ricas (recortes de impuestos, desregulación, etc) acabarán "goteando" o filtrándose hacia los más pobres, beneficiando a la sociedad en su conjunto. Bien pues la evidencia empírica y los estudios económicos modernos han desmantelado consistentemente esta teoría. La realidad observada es la concentración de riqueza, no su redistribución. Las ganancias obtenidas a través de recortes de impuestos a los ricos o grandes corporaciones se utilizan, en gran medida, para recomprar acciones, aumentar bonificaciones ejecutivas, o se depositan en paraísos fiscales, en lugar de invertirse en salarios o nuevas contrataciones. El dinero no "gotea" hacia abajo, sino que ¡se acumula en la cima!

La ambición desmedida es intrínsecamente individualista y erosiona los cimientos de la convivencia. Al priorizar el interés propio sobre todo lo demás, esta ambición destruye la cohesión social y la empatía.

El supuesto "éxito" medido únicamente en términos de dinero y poder, condena a las personas al fracaso en las relaciones personales y al deterioro del bienestar emocional, tanto a nivel individual como colectivo.

Esta dinámica tóxica genera un rechazo social instintivo. Cuando detectamos a individuos capaces de todo por alcanzar el beneficio a cualquier precio, la respuesta natural es el alejamiento. Nos retiramos para protegernos de su falta de escrúpulos y evitar la dolorosa sensación de ser utilizados. Se vive como una enorme tristeza porque en muchos casos sus actitudes vienen disfrazadas de amistad sincera.

Estamos sometidos a infinidad de trampas morales incluso en nuestros entornos más cercanos. Detectarlas nos ayudará a vivir más en paz.

El comunismo, aunque en su esencia teórica sea moralmente superior al capitalismo, no deja de ser utópico desde el momento en que se espera que los humanos actuemos como si no fuéramos humanos. Uno asume que vivimos en una sociedad capitalista y eso está muy bien. El problema no es el mercado, sino la falta de ética y la ausencia de regulación que permiten la deriva salvaje del sistema.

Debemos enfocarnos en educar para la empatía, la solidaridad y la responsabilidad social, forjando ciudadanos que canalicen su ambición hacia la creación de un valor que beneficie a la comunidad, y no solo al bolsillo propio.

Por supuesto, quienes persiguen un poder y una acumulación de riqueza extremos tildarán este esfuerzo de "adoctrinamiento". A quienes abogamos por una sociedad más justa, cohesionada y con conciencia social, nos etiquetarán despectivamente de "comunistas". A quienes nos posicionemos en contra de una evidente ambición desmedida nos llamarán conformistas, vagos, holgazanes o vividores de “paguitas”. Es la táctica de siempre: deslegitimar la ética mediante la polarización.

Ante esta ofensiva, es vital "luchar" con principios. Aunque quienes detentan el poder utilicen las "guerras sucias" (bulos, mentiras, extorsiones y compra de medios de comunicación), nuestra fuerza reside en la superioridad moral y en la cantidad. En una sociedad democrática, la mayoría consciente sigue siendo el valor fundamental y nuestra arma más poderosa contra la decadencia.

El capitalismo sin límites es una forma de analfabetismo emocional que nos insensibiliza y abre rendijas por las que se cuela sutilmente la extrema derecha y eso, como deberíamos tener claro, tiene consecuencias catastróficas.

Fdo. Diego Bueno

HABLEMOS DE “MI NAVIDAD” … ¡POR FIN!

El renacimiento de la Luz o el Nacimiento del Sol son celebraciones que han tenido lugar durante siglos en torno al solsticio de invierno en...