Educado/a, respetuoso/a, amable,
cariñoso/a, compasivo/a, comprensivo/a, tolerante, cortés, considerado/a,
cumplidor/a, afable, bondadoso/a, transigente, flexible, indulgente, atento/a,
cordial, civilizado/a, humano/a, paciente... Todos estos adjetivos deberían
calificar a aquellas personas que hacen gala de buenos modales.
Evidentemente, su adquisición y
uso no son fáciles. Se requiere, como casi todo lo que nos hace crecer y
mejorar, esfuerzo, entrenamiento y constancia.
Obviamente, llevan mucha ventaja
quienes han adquirido estos hábitos desde pequeños. Se asimilan mediante las
indicaciones de padres, madres, profesorado, etc., pero sobre todo mediante el
ejemplo. No obstante, cuando alcanzamos a tener uso de razón (algo que no
ocurre siempre por muchos años que se cumplan), está en nosotros mismos
trabajar para adquirir buenos modales de comportamiento.
Aun así, podría haber alguien que
se preguntara si merece la pena adquirirlos, pues ¿qué ventajas nos aportan los
buenos modales? Para contestar a esta cuestión debo, antes, hablar de la
educación y de su influencia en nuestro bienestar y en el de la comunidad.
Los buenos modales tienen que ver
con la buena educación. Quienes tienen malos modales están mal educados
e incluso se les suele llamar "maleducados".
La mala educación no es cuestión
solo de niños ni de adolescentes. En nuestro día a día podemos ver reacciones
inapropiadas y comportamientos poco éticos en personas con experiencia, en
hombres y mujeres que, con sus malos hábitos, hacen muy complicada la
convivencia.
Y es que esa es la clave: ¡la
convivencia! Si no queremos estar y sentirnos solos, debemos convivir. Los
malos modales son causa de preocupación para todas las personas que convivimos
en cualquier contexto.
Preocupan incluso a quienes
cometen faltas de educación, a veces, sin siquiera ser conscientes o quitándole
importancia a las suyas propias y recalcando las de los demás. En el día a día,
muchas personas van adquiriendo hábitos relacionados con la falta de respeto
que, como mínimo, entorpecen la convivencia y minan las relaciones hasta
límites insospechados, porque hablamos de empatía, de no hacer lo que no
nos gusta que nos hagan, de tener en cuenta a los demás, de renunciar a cierto
tipo de egoísmo corrosivo.
Gritar para hablar, entrometerse
en vidas ajenas, interrumpir conversaciones, reírse de los demás, humillar, no
respetar el mobiliario, no dar las gracias, estar más pendientes del móvil que
de las personas que se tienen enfrente, dejar basura por la calle o en los
carros de la compra, no respetar las colas, no dar los buenos días, invadir el
espacio personal del otro, bloquear el paso en puertas o pasillos, no recoger
los excrementos de las mascotas, masticar con la boca abierta o haciendo ruido,
no taparse la boca al toser o estornudar, llegar tarde, no pedir permiso al
coger algo que no es tuyo, no contestar a un saludo, no disculparse por hacer
algo de esto, no silenciar el móvil en actos públicos o poner el altavoz o
sacar fotos molestando a otros, mostrar desinterés mientras se habla con otros,
bostezar sin taparse la boca, decir lo inoportuno u ofensivo sin que haya
beneficio, etc.
La mala educación, los malos
modales y la grosería generan lo que se conoce como dolor social. Fue la
psicóloga Naomi Eisenberger, de la Universidad de California, quien
llevó a cabo un estudio para analizar su impacto.
Se descubrió que este tipo de
comportamientos tienen un impacto a nivel cerebral. No solo dificultan la
convivencia, sino que, además, duelen, provocan estrés y rompen ese principio
social que es el respeto, y que nuestro cerebro interpreta como significativo
para sentirse bien, en calma y armonía.
Los malos modales tienen su
origen en el narcisismo, ya que son propios de personas con falta de
empatía que no suelen respetar los límites ajenos, pero también es
característico de personas antisociales, de jefes que se extralimitan, de apegos
desorganizados y, por supuesto, suelen tener base en una infancia y
adolescencia en las que no ha habido límites adecuados.
Es cierto que la mala educación
en la infancia y adolescencia termina volviéndose crónica en la edad adulta.
Ello hace que tengamos adultos con nula resistencia a la frustración, con
serias dificultades para ajustarse a las normas y habituados, además, a faltar
el respeto a los demás.
Hay diversas características del
modo de vida actual que favorecen la falta de buenos modales. Yo destacaría el
refuerzo del individualismo y la competitividad (yo, yo y yo), el
estrés provocado por el ritmo acelerado, que nos hace estar pensando en
nuestras cosas sin prestar atención a los otros, vivir en grandes ciudades que
nos aíslan y nos hacen sospechar de los demás, el exceso de soberbia y
caracteres fuertes exigidos y vistos como algo bueno, etc.
Finalmente, contestando a la
cuestión de por qué es bueno tener buenos modales, doy cuatro motivos
cruciales:
1.
Porque facilitan una convivencia pacífica y
armoniosa que estimula la cooperación y la convivencia. Debemos tener en cuenta
que somos seres sociales y los buenos modales, el respeto y la buena educación
favorecen, claramente, interacciones más positivas y satisfactorias para todos.
2.
Porque hace que las relaciones sean más sanas.
Hay estudios que demuestran que la amabilidad es uno de los principales
componentes de las relaciones duraderas y satisfactorias. La buena educación
suaviza las conversaciones, muestra respeto y buena disposición; ayuda a que la
otra persona se sienta apreciada y tenida en cuenta y fomenta una respuesta
igualmente positiva. De este modo, es una buena base para construir vínculos
sanos.
3.
Los buenos modales, el saber estar y la cortesía
nos ayudan a conseguir objetivos, nos abren puertas. Ya sabemos que es
importante dar buena impresión. Si pedimos indicaciones a un desconocido en la
calle, nuestra buena educación hará que esté mucho más dispuesto a ayudarnos.
Pero, del mismo modo, una buena actitud en el puesto de trabajo puede ser clave
para conseguir promocionar o avanzar en nuestra carrera.
4.
Finalmente, aunque solo nos fijemos en la parte
visible, no podemos olvidar que la educación es un conjunto de valores que
rigen nuestra percepción y nuestro comportamiento. Ser educado es, en
realidad, valorar a quienes nos rodean, respetarnos a nosotros y a los demás,
ser humildes y agradecidos, contribuyendo a experimentar estados de ánimo más
positivos.
A mi humilde entender, los buenos
modales, la buena educación o el buen trato tienen mucho que ver con la gratitud.
Pienso que deberíamos estimular más la gratitud en nuestros hijos e hijas, ya
que predispone a las emociones positivas, reduce el riesgo de depresión,
aumenta la satisfacción de las relaciones e incrementa la capacidad de
recuperación frente a eventos estresantes de la vida.
¡Cuidemos los buenos modales!
Todo lo que nos aportan, tanto individualmente como de forma colectiva, es
positivo.
Fdo. Diego Bueno